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Ayudar a desarrollar la creatividad

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© sandid

Familia Cristiana - publicado el 08/09/15

Debe poder transformarse en un estilo de vida, no en un acto aislado

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La creatividad parece ser hoy una de las cualidades humanas más alabadas y buscadas en el mercado laboral. Todos ambicionan ser «creativos» y originales. Para llegar a serlo lo primero que se nos ocurre es romper con lo que nos precedió, con el pasado.

Esta actitud se justifica pensando que la creación surge de manera espontánea, de la nada, sin esfuerzo alguno. Sin embargo, si nos ponemos a estudiarla más de cerca nos damos cuenta que este proceso resulta de una compleja cadena de combinaciones. Crear es combinar percepciones, conocimientos, ideas y memorias que existen dentro nuestro para dar forma a un material original. Esto se logra vinculando lo que aparentemente no está relacionado entre sí, descubriendo relaciones donde los demás sólo ven desorden.

¿Podemos crear?

El verdadero acto creador solo es patrimonio de Dios. Nosotros, los humanos, no hacemos más que recrear con lo que poseemos, con lo que tenemos a mano.

En realidad, si la creatividad consiste en unir y juntar material que tenemos y hemos ido acumulando para poder usarlo de manera diferente, nos podremos dar cuenta que todos somos más creativos de lo que imaginamos y esto le sucede a los padres cuando piensan y ejecutan nuevas maneras para que el salario les rinda más, cuando organizan de manera novedosa las múltiples actividades de la vida diaria.

Les pasa a los maestros que, a veces, con pocos recursos deben rebuscárselas para enseñar algo de manera que capte la atención de los chicos y los entusiasme, cuando disponen la manera de hacer un acto escolar que involucre a todos, cuando incentivan formas nuevas y pacíficas para crear climas de convivencia.

Les sucede a los que tienen su pequeña empresa y deben ver cómo hacerle rendir beneficios superando trabas que le imponen las coyunturas; a las personas que se involucran solidariamente inventando maneras de ayudar a otros.

Si lo pensamos cualquier acto cotidiano puede transformarse en acto creativo. Lo que pasa es que tendemos a pensar que solo son o han sido creativos un Dante, un Miguel Ángel, un Picasso, un Gandhi o la Madre Teresa de Calcuta.

Por supuesto que ellos lo fueron pero si nos apabullan esos ejemplos es posible que no nos sintamos a la altura de las circunstancias que nos tocan vivir para demostrar nuestro ingenio. Todos lo fueron en la medida en que captaron y plasmaron lo que su época les brindaba y exigía. No pudieron dejar de hacer lo que hicieron, algo dentro de ellos los llevaba a dar respuestas nuevas a lo que se les presentaba.

«Ocupen su cabeza con los hechos más diferentes provenientes de los campos más diversos, y denles otra forma”, recomendaba el escritor Ray Bradbury. Pero aclaraba que si las personas no están educadas, nada de lo que vean o sientan les importará. Deben almacenar algo en su interior para que las metáforas circulen por él y choquen entre sí, generando nuevas metáforas que desafíen el orden establecido. Vincular lo diverso implica estimular la curiosidad innata por lo que nos rodea por medio de la educación.

No hay creación sin educación

Es indispensable alimentar nuestras mentes para que se produzca en ellas ese proceso casi milagroso de combinación de lo diverso que está en la base de la creación. Para ello necesitamos aumentar de manera permanente nuestro capital de recursos acumulando los más distintos materiales. Como en un juego de bloques. Si sólo tenemos bloques de igual forma, tamaño y color, lo que construiremos será siempre lo mismo y poco interesante. Pero si juntamos piezas de distintos tamaños, colores y formas, la posibilidad de crear se multiplicará. Quien observe el proceso desde el exterior se deslumbrará por la originalidad de lo creado, pero nosotros, con sólo mirar nuestro equipaje interior, sabremos de dónde surgió.

Los talentos recibidos se educan sino nunca dan frutos. Esto está más que comprobado. La función de la familia y de la escuela es educar a personas capaces de desarrollar lo que traen de innato.

Resulta imprescindible inculcar en los hijos y alumnos un inconformismo natural ante lo mediocre. Los mediocres parecen, si no felices, al menos tranquilos. Suelen presumir de la sencilla filosofía con que se toman la vida, y les resulta difícil darse cuenta de que consumen tontamente su existencia. Mediocre es el que pasa la vida flotando como una boya sin buscar la manera de usar sus propios recursos para lograrse una vida lo más humana posible.
Ser creativo debe poder transformarse en un estilo de vida, no en un acto aislado. Para ello se requiere imponerse pequeños desafíos en la vida cotidiana (cuando se está en la casa, en el trabajo, cuando se usa Internet, cuando nos relacionamos con otros) y hacerlos con continuidad.

El camino para lograr una mente creativa y fecunda no es el de apilar información. Todo lo contrario. Esta capacidad se caracteriza por tratar un problema específico desde muchas perspectivas. No aparece por generación espontánea: se nutre de la continua interacción de ideas, datos, experiencias vividas, conversaciones, narraciones, metáforas, ejemplos y modelos. Desde siempre un buen maestro se ha valido de estas herramientas, pero hoy debemos hacer un esfuerzo para que se potencien sistemáticamente y el primero que debe sentirse creativo es el propio maestro.

Hay que enseñar a los jóvenes a:

Fortalecer la fe en la propia capacidad para crear y recrear lo que se conoce
Observación precisa y atención focalizada en lo que se hace
Saber hacer preguntas que vayan al fondo de la cuestión que se analiza
Silenciar, sobre todo en las primeras etapas de ejecución, la voz del juicio negativo
Fortalecer la voluntad
Tener la sensación de la misión asociada a lo que se está haciendo
Desarrollar la paciencia ante los fracasos y reveses
Encontrar gozo y deleite en la actividad que se hace

Sintiéndonos creativos podemos imaginar las metas que nos gustaría alcanzar para que nuestros sueños se hagan realidad y ayudar a los otros para que también lo hagan.

No claudicar ante el fracaso

Si probamos hacer algo de manera distinta a la acostumbrada seguro que cometeremos más de un error. La cuestión será seguir intentando y no boicotearse ante el fracaso.

La educación debería dejar de brindar paquetes de soluciones prefabricadas y, en cambio, estimular la capacidad de organizar la información para encontrar soluciones a los problemas. Nuestra tendencia natural es pensar la realidad en compartimentos separados. Además de enseñar cómo resolver un problema, los alumnos deberían ser entrenados para analizar porqué se ha producido el problema y cómo se relaciona con otros problemas existentes o potenciales.

Para aprender es necesario experimentar, explorar diferentes posibilidades de solución a un mismo problema. Además la experimentación tiene otra consecuencia importante: los estudiantes aprenden a aceptar la responsabilidad de su propio aprendizaje, cualidad necesaria para desempeños que exigen la reconversión permanente.

Debemos entender que la vida humana es un don recibido que si lo sabemos usar nos permite disfrutar y ser felices, crecer y desarrollarnos, elaborar un proyecto personal y comunitario y una experiencia de encuentro con nuestras fortalezas. Es así como transformamos a nuestra existencia en un acto creativo.

Cecilia Barone es socióloga, psicóloga social
y profesora superior en Ciencias Sociales.

Artículo originalmente publicado por Familia Cristiana

Tags:
arteeducaciónfamiliahijospaternidad
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