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A la caza de falsos milagros

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Henry Vargas Holguín - publicado el 06/09/15
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El sueño de todo escéptico

Es el sueño de todo ateo o escéptico: demostrar que lo que ayer no podía explicar la medicina, hoy sí lo pueda.

Pero no. Cada año, la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos ofrece un curso (Studium) de dos meses en el Vaticano para formar postuladores de causas de beatificación y canonización, y a todas aquellas personas que toman parte en este tipo de procesos.

Un proceso de beatificación o de canonización es un proceso judicial que debe seguir un procedimiento estricto, porque una persona que es beatificada, o más aún si es canonizada, se convierte en un ‘bien público’ para la Iglesia.

Los asistentes al curso aprenden las formalidades jurídicas que aportan las máximas garantías de seriedad del proceso. Y una parte fundamental del proceso son los milagros, requisito para todas las causas (salvo las de mártires), y que en su abrumadora mayoría consisten en curaciones inexplicables. Cabe anotar que los científicos que participan en los procesos no juzgan sobre los milagros en sí mismos (un milagro es un juicio teológico), sino que se limitan a afirmar, si procede, que un hecho no tiene explicación natural.

Para resaltar la seriedad de estos procesos hay que resaltar que ha habido investigadores que han estudiando a fondo en los archivos de la Congregación para encontrar errores o falsos milagros.

Éstos han ‘desempolvado’ muchos casos antiguos que los médicos de su tiempo habían considerado inexplicables, y que habían servido para beatificar o canonizar a alguna persona, para averiguar si en el estadio actual de la medicina esos casos habrían encontrado explicación.

La conclusión fue contundente: No se encontró ningún caso que en otros tiempos fuese considerado inexplicable, y que tenga hoy una explicación médica. Es una prueba a posteriori del rigor con el que la Iglesia afronta estas causas.

De hecho para la curación de casos de cáncer la Congregación exige un mínimo de diez años sin recidivas para empezar a estudiar su supuesto carácter milagroso, plazo que para tumores cerebrales se extiende aún más.

De hecho, las normas que se siguen no han cambiado desde que las estableciera el Papa Benedicto XIV en 1734: la enfermedad tiene que ser grave, no debe estar catalogada entre las que se curan espontáneamente, la curación no puede ser atribuida a tratamiento alguno, y debe ser completa y duradera. Los avances de la Medicina en estos tres siglos no han permitido desmentir ninguno de los juicios emitidos desde 1734.

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