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¿Cómo acompañar a las parejas que viven en una situación irregular?

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© Antonio Guillem / Shutterstock

Salvador Aragonés - publicado el 01/09/15

No significa ni juicios a priori, ni “aquí no ha pasado nada”, sino ejercer la caridad

El pontificado del papa Francisco, volcado a buscar soluciones a los problemas de las familias de hoy, en la conciencia de que la familia es la institución básica de la sociedad, dedica dos sínodos mundiales, una extraordinario el año pasado y otro ordinario, dentro de un mes, para que los obispos reflexionen sobre la familia y encuentren líneas pastorales de futuro, manteniendo firme la doctrina establecida por Jesucristo.

Para ello el Papa ha enviado a las conferencias episcopales de todo el mundo preguntas y documentos con el fin de recibir respuestas a los retos que tiene planteados la familia en estos momentos. Esta respuesta, ha dicho el papa, no consiste en juzgar desde fuera situaciones familiares. Hasta ahora ha sido muy frecuente la condena total para los divorciados vueltos a casar por lo civil, por lo que muchos de ellos se han considerado fuera de la Iglesia, como excomulgados. Lejos de eso ha dicho el papa Francisco, sino que hay que acompañarlos en sus dificultades. Esto no significa reconocer nuevas uniones, o el “aquí no ha pasado nada”, porque ha pasado, sino ejercer la caridad.

El papa Francisco invita a las comunidades cristianas a que se acerquen a las familias o matrimonios con problemas, las escuchen y las acompañen hacia la casa común que es la Iglesia, pero no con juicios apriorísticos, sino con el calor de la fe y del amor de Dios. Esto vale para los matrimonios irregulares –cualquiera que sea su irregularidad–, para los hijos mayores o menores y para los novios cuyo final no es una convivencia sin papales en casa del novio y la novia, sino formar una familia estable, donde el amor sea tan grande que venza todos los obstáculos que se presenten.

La doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia es clara, y no se trata de cambiarla, sino de trazar unas líneas de acompañamiento, por parte de los creyentes, que lleven a buen puerto a las familias dentro de la Iglesia y a regularizar su situación si es posible. El amor, si es auténtico, no puede estar por encima de la Palabra de Dios, del Evangelio, puesto que Dios es amor.

Así las cosas, y de cara al próximo Sínodo Ordinario que comenzará dentro de un mes en Roma, se analizarán las distintas formas en que se presenta la familia hoy, no solo en relación a las distintas culturas. Sino sobre todo en el contexto de familias tradicionalmente cristianas que han abandonado o se han alejado de la Iglesia.

De este último grupo, el más numeroso tal vez sea el de los matrimonios rotos y cuyos cónyuges se han vuelto a casar. La primera averiguación será en ver, con delicadeza y con la mejora de los tribunales eclesiásticos, si el primer matrimonio era válido, pues muchas rupturas vienen como consecuencia de matrimonios nulos en origen, por falta de consentimientos, por enfermedad de uno de los cónyuges previa al matrimonio, por un alto grado de inmadurez de uno de los esposos, etc. Hay muchos matrimonios que son nulos, pero no han recurrido a los tribunales eclesiásticos. También se pueden presentar situaciones complejas, como un divorcio de larga duración. Hay que ver cada caso, pues las situaciones son todas ellas muy diversas.

En una situación irregular, queda claro que la nueva unión no tendrá acceso a los sacramentos, al sacramento de la penitencia y al de la comunión, como ya estableció Benedicto XVI en 2007 en su Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis” (n.29) surgida a raíz del Sínodo de Obispos sobre la Familia celebrado el año 2005, hace ahora 10 años.

Están después las parejas de hecho, que no quieren casarse, la gran mayoría para no asumir compromisos para toda la vida. Los jóvenes hacen una vida conjunta, pero sin compromisos. Muchos se casan cuando llegan hijos pero otros continúan sin formalizar su relación.

¿Qué hacer en estos casos? La tarea de acompañamiento consiste en llevar a la pareja hacia el matrimonio, con mucha oración, mucha amistad, mucha comprensión, y mucha paciencia. Se consiguen excelentes resultados, porque Dios en su infinita misericordia, ayuda mucho. Muchas veces depende de la madurez de los dos, y del amor que se tienen: el amor pasa por encima de los egoísmos o de las comodidades personales. Por eso el amor auténtico camina hacia una entrega recíproca total de la pareja y hacia los hijos.

A los matrimonios rotos y cuyos cónyuges han vuelto a casarse por lo civil, el papa pide que no hay que juzgar, sino comprender y acompañar a estos fieles –que no están fuera de la Iglesia– a que sean constantes en la oración y la práctica de comuniones espirituales. Pues si se pide con constancia recibir al Señor, Él pondrá la solución a este bello deseo.

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