Pobreza a veces por obligación, obediencia quizás, pero ¿castidad?
Seguir a Jesús significa vivir como vivió Él. Los consagrados viven su pertenencia al Señor en el seguimiento fiel de los consejos evangélicos. En la forma de vivir la pobreza, la obediencia y la castidad imitan la vida de Jesús.
Siguen sus pasos. Los pasos de Aquel que vivió consagrado a su Padre y a los hombres. Aquel que vivió la pobreza más absoluta, la dependencia más honda de ese Padre que guiaba sus pasos. Viven castamente como Cristo que vivió célibe.
Aspiran a vivir la santidad unidos íntimamente a Jesús. Se desprenden de sus ataduras para depender sólo de Dios y confiar en su cuidado y cercanía.
Aprenden a obedecer a Dios en la Iglesia, en su comunidad, siguiendo los pasos de Jesús que aprendió sufriendo a obedecer. Viven la obediencia a Dios en lo cotidiano.
Las personas consagradas viven los consejos evangélicos de acuerdo a su estado de vida. Pero todos los hombres estamos llamados a pertenecerle a Dios en nuestra vocación. Cada uno con su propio camino. Dios quiere que nuestra voluntad, nuestro corazón, nuestros pensamientos, giren en torno a Él.
Queremos que, en nuestra forma de pensar, amar y vivir, resplandezca el rostro de Cristo. Queremos entregarle a Dios cada día nuestra vida.
Por eso queremos mirar nuestra vida matrimonial a la luz de los tres consejos evangélicos. Los consejos evangélicos, vividos de forma plena, con nuestros límites y debilidades humanas, nos ayudarán a ser fieles a nuestra misión.
Pobreza
Queremos aprender a vivir en familia la pobreza como la vivió Jesús. No es la pobreza que viven los consagrados.
Vivimos en el mundo pero aspiramos a vivir con austeridad y generosidad. Queremos vivir la pobreza de los pobres de espíritu, que confían ciegamente en el Dios de sus vidas. Su única riqueza es tener a Dios.
Queremos ser pobres para depender sólo de Él. Confiar en sus planes. Abrazarnos en nuestra fragilidad a su voluntad. Despojarnos de nosotros mismos por amor al otro.
Obediencia
Aspiramos también a vivir la obediencia al querer de Dios en cada momento. Ser obedientes a Aquel que conduce nuestras vidas. Dios quiere que aprendamos juntos a obedecer su voluntad.
En oración queremos descubrir sus planes cada día. Dios quiere que como esposos nos obedezcamos mutuamente. En el deseo de la persona amada está también oculto el deseo de Dios.
La docilidad para la obediencia es un don que anhelamos. Nos cuesta ser dóciles. Queremos ser dóciles para dejarnos hacer por Dios.
Y castidad, también en el matrimonio
Al hablar de castidad matrimonial resuenan en el corazón mensajes negativos y limitadores.
La castidad matrimonial parece de primeras una contradicción. Al hablar de castidad pensamos en la vida célibe de los consagrados a Dios. Unir el matrimonio y la castidad a muchas personas les sorprende.
A veces vemos la llamada a ser castos y puros como algo opuesto a una vida matrimonial armónica en la que el cuerpo y el alma se donan por entero.
Queremos también aprender a vivir la castidad matrimonial en un amor fiel y profundo. Cuidar el amor primero que Dios sembró en nuestros corazones.
Cuando ese amor palidece, deja de brillar la luz de Dios en nuestro amor. Cuando me acerco a mi cónyuge me acerco a Dios. Me arrodillo ante aquel que me muestra con su vida cuánto me quiere Dios.
Nuestro camino de santidad consiste en vivir nuestro amor humano con la misma profundidad con la que Jesús nos ama.
Queremos amarnos para siempre, con el cuerpo y con el alma, sin escatimar, dándonos sin reservas.
Nuestro amor casto es ese ideal al que Dios nos llama. Un amor casto, grande y fiel. Un amor puro que nos permita ver a Dios cada día en la persona a la que más amamos.