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Hace casi una década que se puso en marcha la franquicia de Mission: Impossible. Auspiciada por su productor y estrella protagonista, Tom Cruise, la saga siempre ha procurado mantener determinadas constantes entre ellas, la presencia de un director de contrastada personalidad visual. La serie arrancó con la magistral Mission: Impossible, de Brian De Palma, un film barroco y trepidante que funciona tanto como película personal como cinta de acción de Hollywood.
Sin duda hasta la fecha, la mayor desfachatez de la saga la podemos encontrar en Mission: Impossible II, un título tan recargado como aburrido que hizo peligrar la particular franquicia de Cruise. El camino se recondujo, hasta cierto punto, con Mission: Impossible III. La cinta venía dirigida por J.J. Abrams (Perdidos, Star Treck, Super 8…) y aunque seguía siendo un título inferior al original adecentó el mobiliario y recordó que la saga todavía podía prolongarse en el tiempo.
De hecho, pasaron cinco años hasta que Cruise volviera a enfundarse en la piel del agente Ethan Hunt. Se apreciaba desde el principio que a la saga se le había insuflado aire fresco. Mission: Impossible III no era ninguna gran película pero sirvió para que Cruise y Abrams se conocieran y decidieran colaborar juntos.
El director de Super 8 filmó aquella película con cierto reparo, como con miedo a la que iba a ser su ópera prima y se nota. Sin embargo Abrams recondujo la saga, le dio una dirección específica y un objetivo concreto.
Para la cuarta entrega de la serie y siguiendo el parámetro de situar detrás de la cámara a un cineasta con personalidad propia, se requirieron los servicios de Brad Bird, toda una sorpresa. Hasta la fecha Bird se había distinguido por la dirección de películas de animación como El gigante de hierro, Los increíbles o Ratatouille.
Y en efecto, no fue una mala apuesta. Bird le dio a Mission: Impossible. Protocolo Fantasma todo el nervio y la potencia visual que necesitaba una película del estilo. Un punto delirante, siempre divertida y trepidante la cuarta entrega de la saga se reveló como un nuevo comienzo y una nueva forma de entender la saga.
Mission: Impossible. Nación Secreta va por estos derroteros. Con Abrams nuevamente en labores de producción junto al propio Cruise y con la seguridad de que se están en el camino correcto, sus responsables han tomado un riesgo calculado al poner tras las cámaras a Christopher McQuarrie. Este guionista y director norteamericano entró en esto del cine de la mano del director Bryan Singer (X-Men), para quien escribió su primer largometraje Public Access y la que seguramente sigua siendo su mejor película, Sospechosos habituales.
Singer también escribió el guión de Valkiria, donde conoció a Cruise con quien hizo migas. Ambos decidieron poner en marcha una saga, seguramente poco comercial, que fuera una especie de Harry el Sucio del nuevo siglo. Jack Reacher no tuvo en general malas críticas pero tampoco funcionó muy bien en taquilla. Para Cruise también escribió el guión de Al filo del mañana y si había que contratar a un profesional del medio con inquietudes y de confianza, parece lógico que McQuarrie terminara firmando una entrega de Mission: Impossible.
Y lo cierto es que el resultado no puede ser mejor. La crítica ha celebrado el regreso de la franquicia y hay quien asegura que es la mejor de la saga. Mission: Impossible. Nación secreta es una cinta sin mensaje que es puro entretenimiento filmado de forma impecable y resuelta de forma casi brillante. El guión, también de McQuarrie, resuelve la papeleta con fluidez y el film no pierde un ápice de fuerza, tensión y hasta delirio. Un perfecto ejercicio de magnífico escapismo. Solo eso, lo que no es poco.