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El sacerdote francés que “descubrió” las pinturas rupestres de Altamira

cuevas de Altamira

© MatthiasKabel

Alfa y Omega - publicado el 02/08/15

Probó con sus escritos la veracidad del hallazgo y desautorizó la opinión de antiguos opositores

Un sacerdote francés, el también científico Henri Breuil, demostró en 1902 la autenticidad de las pinturas rupestres de Altamira, frente a la opinión dominante entre los arqueólogos

En Santillana del Mar (Cantabria), lugar de filmación de la película 
Altamira, el actor Antonio Banderas, que encarna a Marcelino Sanz de Sautuola –descubridor de las cuevas–, aludió a la intransigencia de la Iglesia por no reconocer la veracidad de las pinturas rupestres. Banderas parece desconocer que fue el sacerdote Henri Breuil, el mayor experto en arqueología de su tiempo, quien en 1902 reivindicó la autenticidad del hallazgo y cambió la opinión de los paleontólogos de la época, como Cartailhac, Mortillet y Harlé, que lo calificaban de fraude.

La 
Capilla Sixtina del Paleolítico, Patrimonio de la Humanidad desde 1985, fue descubierta en 1868 por el cazador Modesto Cubillas, quien no le dio importancia por ser zona de abundantes oquedades. De igual parecer fue su patrón, Sautuola, que siete años más tarde encontró algunas marcas negras a las que no otorgó relevancia. Pasaron otros cuatro años hasta que volvió al lugar con su hija María, de nueve años. La niña se adentró hasta una sala lateral en la que vio unas pinturas en el techo y fue a decírselo a su padre, quien –imaginamos– quedaría boquiabierto al verlas.

Sautuola, erudito en Prehistoria, publicó en 1880 un estudio sobre el hallazgo, pero los expertos arriba citados lo acusaron de haberlas pintado él. La defensa del especialista español Vilanova, quien reconoció desde el principio la autenticidad del descubrimiento, no evitó la descalificación de Altamira por parte de los asistentes al Congreso Internacional de Antropología y Arqueología de 1880.

Sautuola murió en 1888 con el dolor de las injurias recibidas, y no pudo alegrarse cuando, en 1902, el sacerdote Henri Breuil 
descubrió Altamira, probando con sus escritos la veracidad del hallazgo y arrastrando la opinión de antiguos opositores. La reputada opinión del abad Breuil en Prehistoria hizo que Cartailhac reconociera su error en 
La grotte d’ Altamira. Mea culpa d’un sceptique (La cueva de Altamira. 
Mea culpa de un escéptico).

Científico abierto a la posibilidad

Breuil había nacido en 1877 en Mortain (Francia). Se ordenó sacerdote, se licenció en Ciencias Naturales por La Sorbona y siempre quiso que le llamaran 
abbé. De sus superiores recibió permiso para dedicarse a la investigación. Así, entre 1897 y 1906, participó en diversas excavaciones y descubrió los grabados y pinturas de las cuevas de Les Combarelles y Font de Gaume. Visitó Altamira y expuso sus hallazgos en el congreso de la 
Association Françoise pour l’Avancement des Sciences, donde suscitó que muchos asistentes visitaran la oquedad. Más tarde, investigó otras cuevas españolas y fue a África, donde descubrió las huellas del paso de los sumerios.

Resumen de su pasión arqueológica es 
Cuatrocientos siglos de arte rupestre. Las grutas decoradas de la edad del reno (1952). Breuil recibió el doctorado 
honoris causa por las universidades de Oxford y Cambridge, entre otras. Pero más allá de los reconocimientos obligados, al abad Breuil le debemos el testimonio de un hombre apasionado por lo que hace y la humildad –que los científicos debieran tener siempre ante lo desconocido– para abrirse a la posibilidad de que aquellos trazos sencillos fueran un regalo que venía de la noche de los tiempos.

Por Enrique Chuvieco. Artículo publicado por Alfa y Omega

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