“Ant-Man” es la primera película del Universo Cinematográfico Marvel que no es de superhéroes
-Os dejé que me robarais.
-No, yo te dejé que nos dejaras robarte.
“Ant-Man” no es una película de superhéroes.
La última entrega en la excepcionalmente bien entrelazada colección de películas que adaptan los cómics de la llamada “Casa de las Ideas” no tiene como protagonista a un superhéroe. A no ser que consideremos como tal a alguien que no solo no dispone de ningún poder sobrehumano especial sino que todo lo extraordinario que tiene procede de un traje diseñado por otro personaje de la trama.
El protagonista no es un superhéroe porque tampoco le mueve el altruismo de proteger a la sociedad y defenderla de alguna amenaza. El protagonista lo único que quiere es estar con su hija.
De hecho el “Hombre Hormiga” (es lo que significa Ant-Man), a quien el traje que viste le permite encogerse hasta el tamaño de estos himenópteros, es casi la pieza más diminuta en medio de un telón de fondo mucho más grande incluso de lo que el resto de personajes más implicados en esa sobretrama (por contraposición a subtrama) plantea. Tal es su diminuta proporción que podemos afirmar que “Ant-Man” es la primera película del Universo Cinematográfico Marvel que no es de superhéroes sino que simplemente nos cuenta lo que le sucede a alguien normal y corriente cuando se cruza en el camino de lo extraordinario. Y lo que le sucede es que revela ser extraordinario.
Encarnado por un Paul Rudd que también ejerce labores de coguionista, casi resulta imposible no simpatizar con él por una mera cuestión física (es quizá una de las mayores virtudes del actor, cae bien con el primer golpe de vista) pero además es que en los primeros compases de la película descubrimos que aunque acaba de salir de la cárcel su mayor afán es mantenerse a este lado de la ley para poder recobrar con su hija la relación que el confinamiento le ha hurtado. Para colmo de males la nueva pareja de su exmujer resulta ser un policía con quien la relación no es precisamente pacífica.
Por más que intenta no transgredir los principios rectores de una convivencia social respetuosa con las posesiones ajenas las circunstancias se alían en su contra y no tiene otro remedio que participar en “el robo perfecto”. Tan perfecto que ha sido orquestado por la propia “víctima” del mismo a modo de prueba. Y la prueba consiste en comprobar que el “ladrón” es digno de enfundarse el traje que le permite encoger de tamaño (pero manteniendo la fuerza proporcional del tamaño original) al mismo tiempo que comunicarse con las hormigas para ayudarse de ellas en su misión.
He ahí el meollo de “Ant-Man”. Que no es una peli de superhéroes sino “la peli Marvel de atracos en la que el ladrón es en el fondo bueno”. Y además el robo tiene su justificación en que se lleva a cabo para apartar una poderosa arma de manos malvadas.
Y ¿quién mejor para robar algo que un ladrón habilidoso pero que quiere mantenerse en el lado de los buenos? Esa es, en todo caso, la cualidad superheróica del protagonista: tiene la habilidad para el mal pero decide utilizarla para el bien.
Probablemente pueda incluso extraerse una moraleja de esta película, más allá de la acción y las risas.. que las hay, vaya si las hay, no en vano junto a Rudd en labores de guionización están acreditados Joe Cornish y Edgar Wright (“Zombies party”). El protagonista de esta no-tan-pequeña historia tiene una gran habilidad pero de él depende ponerla al servicio egoísta del mal o al generoso proceder defensor del bien. Nadie se sorprende de que una vez más aquí también las palabras del tío Ben, leitmotiv no sólo de Spider-Man: “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Aquí el poder te convierte en muy pequeño pero recordemos que conservas la fuerza de tu tamaño original.
Y, por cierto, recuerden que las películas Marvel siempre nos deparan alguna sorpresa al final de los títulos de crédito.