Existe la tentación de levantar la bandera blanca, pero ¿qué pasa con los que van sufrir las consecuencias?
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La decisión del Tribunal Supremo de EE.UU. de “constitucionalizar” el matrimonio entre personas del mismo sexo ¿significa que los cristianos han perdido la guerra cultural y tienen que ondear la bandera blanca? (Por cristianos se entiende los católicos, los protestantes evangélicos y otros con visiones similares de las cuestiones sociales).
El semanario jesuita America Magazine cree que la respuesta debería ser sí. Un editorial publicado en el número del 20-27 de julio, planteando qué debería hacer la Iglesia después de la decisión del 26 de julio en el caso Obergefell vs. Hodges, afirma:
“Con la decisión Obergefell, está cada vez más claro que los que creen que la ley civil debería reflejar los valores tradicionales judeo-cristianos, han perdido no sólo estas batallas más recientes, sino la misma guerra. El articulista del New York Times David Brooks, que se describe como un conservador bien dispuesto hacia la religión exhortó recientemente a los "conservadores sociales" a "considerar dejar de lado, en el clima actual, la guerra cultural que rueda en torno a la revolución sexual’”.
Sería interesante saber qué valores pretende América que sustituyan a los judeo-cristianos tradicionales. Pero dejando esto de lado, hay varias razones por las que la revista se equivoca.
En primer lugar, la guerra cultural no es y nunca ha sido sobre un único argumento, la moralidad sexual. En la base hay cuestiones como el aborto, el suicidio asistido, la eutanasia y otros horrores visibles en el horizonte que amenazan la vida humana. Abandonar la lucha por leyes que defiendan la vida sería una respuesta irresponsable a una decisión de la Corte Suprema que ha favorecido el matrimonio homosexual con una votación de 5 contra 4.
También sobre el matrimonio –o quizás sobre todo por esto– por otro lado, ¿por qué la gente supone que con ganar la causa Obergefell, ellos consideran cerrada la cuestión? Ellos mismos han dicho claramente que pretenden usar la coerción para forzar la aplicación del nuevo régimen.
Los que ofrecen servicios matrimoniales –pasteleros que confeccionan tartas nupciales, fotógrafos, floristas…– son ya el objetivo. El estatus de las escuelas vinculadas a la Iglesia que rechazan enseñar las bondades del matrimonio homosexual podría ser el próximo objetivo (el Procurador General de Estados Unidos lo dijo a comienzos de este año).
¿Deberíamos abandonar a estas personas e instituciones en nuestras prisas por poner fin a la guerra cultural?
Y después está el hecho inevitable de que renunciar a la lucha en las circunstancias actuales implicaría implícitamente conceder que una redefinición del matrimonio que deja fuera la procreación –algo que es necesario para aceptar las uniones homosexuales como matrimonio –sea algo aceptable e incluso sano para la sociedad. Como asunto de política pública, este es un paso peligroso para una nación.
El autor del America Magazine parece fuertemente afectado por el cambio de la opinión pública, incluida la católica, que en los últimos años se ha vuelto más favorable al matrimonio homosexual. El cambio seguramente se ha producido, pero francamente a mí no me sorprende.
Durante años, los medios han emprendido una encarnecida campaña para persuadir a los americanos de que la agenda de los derechos gay merece su apoyo. No sorprende que toda esta propaganda haya producido los resultados esperados.
¿Y los católicos? La gente a veces supone que los católicos aguantan un sermón sobre cuestiones sociales cada domingo en misa, pero en las dos décadas que el matrimonio homosexual ha formado parte de la agenda nacional, sólo recuerdo haber oído hablar del tema una vez por parte de un sacerdote predicando en una parroquia.
Añadamos a esto la existencia de un amplio cuerpo de laicos distraídos y desarticulados y se empieza a ver por qué la Iglesia últimamente no ha tenido mucho éxito en la guerra cultural. Sigamos así y entonces sí que tendremos que ondear la bandera blanca…