Si nos guardamos las palabras que bendicen, si nos callamos el amor, ¿cómo estamos amando?Jesús nos recuerda que lo importante en esta vida es dar amor. El hambre pasa. El pan se come y pasa. Pero el amor permanece. Es lo único que nos llevamos al cielo cuando morimos. Lo único que se queda pegado en el alma. El amor dado. El amor recibido. Y por eso es tan importante decirles a las personas a las que amamos cuánto las amamos.
Decía Albert Einstein: "Lamento profundamente no haberte sabido expresar lo que alberga mi corazón, que ha latido silenciosamente por ti toda mi vida. Tal vez sea demasiado tarde para pedir perdón, pero como el tiempo es relativo, necesito decirte que te quiero".
A veces, en el día a día, nos fijamos en muchas cosas. Vamos corriendo solucionando urgencias. Cumplimos con los plazos. Alcanzamos a realizar lo que nos proponemos. Pero nos podemos olvidar de lo gratuito.
El amor que no se entrega se pierde. Y el amor que se da se guarda para siempre. Muchas veces no nos decimos cuánto nos queremos. ¿A qué esperamos? ¿Lo haremos el día del funeral?
Siempre me impresionó una obra de Miguel Delibes: Cinco horas con Mario. En ese monólogo delante del cadáver de su marido le recrimina: "Si las palabras no se las dices a alguien no son nada, botarate, como ruidos, a ver, o como garabatos, tú dirás. Pero todo te lo perdono menos que no me leyeras tus versos. Porque una palabra que no se dice a nadie es como salir a la calle dando voces al buen tuntún".
Si no les decimos a las personas a las que amamos lo que sentimos, lo que pensamos, ¿para quién queda? Se pierde en el aire. El amor se fija en los detalles pequeños. Y en esos destalles nos dice cuánto nos quiere. Pero a veces no entregamos amor en detalles, en palabras.
Si nos guardamos las palabras que bendicen, si nos callamos el amor, ¿cómo estamos amando? ¡Cuántas omisiones en nuestra vida! ¡Cuánto amor perdido en el fondo del alma!