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Leónidas y Tsipras el mercader, de la democracia y de la demagogia

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César Nebot - publicado el 26/07/15

Si los mercaderes hacen política, ésta ya no puede ser independiente, ni libre, ni autónoma para perseguir el bien común

Estas semanas están siendo muy convulsas para el pueblo griego. Tal como destacaba en el artículo anterior, Grecia arrastra una precaria situación económica cuyos orígenes se imbrican en la propia creación de la zona euro, cuando se maquillaron los datos macroeconómicos para cumplir los criterios de convergencia; en la generación de burbujas especulativas e ilusión monetaria en una unión monetaria más pensada para la libertad de movimiento del capital pero sin armonización fiscal ; y en un crecimiento no sustentado por avances en productividad sino a crédito que se refleja en una deuda pública inasumible de 177% del PIB griego.

Tras dos rescates financieros que no han tenido el resultado que vaticinaba el sistemáticamente errado Fondo Monetario Internacional, Grecia se ve sumida en una grave crisis de la cual es difícil vaticinar cuál va a ser su salida.  Una economía con la mayor tasa de paro de Europa, con la mayor deuda pública respecto del Producto Interior Bruto y con una prima de riesgo que ronda los 1500 puntos, difícilmente da señales de recuperación. Y una economía sin pulso de recuperación, no sólo difícilmente puede devolver los créditos obtenidos; carece de credibilidad para conseguir nuevos.

No obstante, cuando alguien debe dinero tiene un problema, pero cuando debe muchísimo el problema principal lo tienen los acreedores. Por eso mismo, nos encontramos en plena negociación del tercer rescate. En los tira y afloja de la negociación, el Banco Central Europeo ha hecho gala de que el poder de negociación está de su lado y para demostrarlo ha cerrado el grifo de la liquidez con el consecuente “corralito”, el primero de la historia del euro.  Así ha puesto de manifiesto que el destino de la economía griega no recae en su propia soberanía sino en las manos de quienes dirigen financieramente Europa.

Ante las exigencias de la Troika de mayores recortes sociales, Varoufakis, el ministro de finanzas, se levantó de las negociaciones y planteó un pulso en el orden de lo político, un referéndum. Tsipras el primer ministro griego convocó al pueblo heleno el 5 de julio frente a las urnas en un alarde de poner en valor su voz y su voto. Se apeló al orgullo y soberanía del pueblo griego frente al poder de las instituciones europeas y de los acreedores.  En el referéndum se pedía al pueblo si estaban de acuerdo con las condiciones leoninas que se imponían para el tercer rescate. Tsipras se arrogó el papel de Leónidas para resistir al Gerges europeo haciéndole pasar por el desfiladero de las Termópilas. Durante un par de semanas, Europa contuvo la respiración. Pero sólo un par de semanas.

La cuna de la democracia, ante este referéndum se encontraba con sus propias raíces. En la Grecia antigua, los hombres libres comparecían en el ágora para tratar los temas que les concernían en común, para la administración ordenada y resolución de los problemas que planteaba la convivencia colectiva, la vida en la polis. Así pues, el ágora se constituía como el lugar por excelencia para hablar y tomar decisiones políticas.

Esa libertad, por aquel entonces erigida como estatus diferenciador y sin la consideración de universal, era garante de que aquellos que comparecían para tratar de política lo hacían de forma independiente y autónoma, sin más ataduras que la búsqueda del bien común.

De hecho, si bien se consideraba que lo constitutivo de lo humano comparecía en el desarrollo de actividades como la política, las artes, la cultura, la filosofía  e incluso la guerra, el comercio y el negocio quedaban relegados a los esclavos, a aquellos que no eran libres, ni independientes, ni autónomos; a los que por su condición se les negaba el ocio, de ahí el término negocio. Mercadear era considerado peor que hacer la guerra; Aristóteles consideraba la crematística, a la que se entregaban los mercaderes, como actividad contranatura y deshumanizadora.

A pesar de que en el ágora confluían política y mercadeo, la diferencia era percibida clara y diáfana. Nadie libre y sin ataduras podía tomar partido por las cuestiones políticas, de igual manera, la libertad de pensamiento era  el peaje de entrada para la dedicación a la cultura y la filosofía. El mercader tenía vetadas estas actividades. Esto, más allá de simples consideraciones elitistas, propiciaba un efecto interesante: ni la política, ni la cultura ni la filosofía se convertirían en moneda de cambio para otros intereses.

Pero hace siglos, el mercantilismo dejó de ser considerado negativo. Más aún, la visión del hombre actual está ligada al hombre de negocios, incomprensible para alguien del mundo antiguo. De esa forma, el mercantilismo y la negociación han devenido en materias transversales a las demás. Se mercantiliza la cultura, el pensamiento y, en especial, la política.

Dejando de lado el aire épico pretendido por Tsipras en la convocatoria del referéndum, hay un elemento que por omisión o con toda intención ha obviado y resulta fundamental en la concepción griega de la política: la libertad. Pero, ¿qué margen de libertad dispone el pueblo griego con un Estado que debe un 177% de lo que son capaces de producir en todo un año? ¿Qué grado de libertad dispone quien no puede hacer frente ni a sus propios pagos, tiene graves problemas de liquidez y crediticios?

Sin libertad no se puede hacer política. Sin libertad sólo se puede negociar como lo hacían los esclavos en el mundo antiguo. Sin libertad sólo se puede mercadear sobre los intereses pero difícilmente se puede construir el rumbo de un pueblo sobre su soberanía. Por lo tanto, uno debería revisar cuándo perdió su libertad, cuándo cambió su primogenitura por un plato de lentejas, cuándo se aceptó mercadear con aquello que no debía ser objeto de intercambio.  En qué momento y quiénes optaron por el crecimiento a crédito, por socializar los sobrecostes de la especulación y de la corrupción, por vender el futuro de todos los hijos por el beneficio presente de unos cuantos.

Sin esta reflexión, sin una auditoria de la deuda, sin una búsqueda real y tenaz de responsables, difícilmente se puede recuperar el sentido de libertad. Sin esta reflexión, resulta difícil entender la negociación del tercer rescate como otra cosa que no sea un balonazo hacia adelante para seguir haciendo lo mismo y seguir hundiéndose en el abismo. 

Sin esta asunción de responsabilidades, no era posible concurrir a ese referéndum como hombres libres y, por lo tanto, hacer una política que se imponga a los mercados. Por eso mismo, la convocatoria del referéndum por parte de Tsipras cuya pretensión era procurar mejorar su posición negociadora en el mercadeo con las instituciones europeas no es un ejercicio de democracia, en el que se pone de manifiesto el poder del pueblo, sino un ejercicio de demagogia, de usar y dirigir al pueblo.

En esta demagogia, la política sigue subyugada al mercado y, en consecuencia, salvo temporalmente en lo mediático, el resultado nunca podía ser relevante. El claro apoyo del pueblo heleno al “No a las condiciones del tercer rescate” con un 60% de los votos no ha servido más que para reafirmar que su soberanía se fue perdiendo en la burbuja de las Olimpiadas de Atenas 2004 y hasta la fecha; ha servido para que Alemania se erigiera como exigente en el endurecimiento ejemplar de las condiciones y recortes sociales para el tercer rescate que desincentive a otras economías seguir por la misma senda.

Y Tsipras ha tenido que aceptar y el pueblo heleno claudicar. Ni Tsipras ha sido Leónidas, ni el referéndum el desfiladero de las Termópilas, y fundamentalmente porque ha olvidado que Leónidas, cuando plantó cara a Gerges,  era libre y Tsipras ha sido un simple mercader.

Si los mercaderes hacen política, ésta ya no puede ser independiente, ni libre, ni autónoma para perseguir el bien común. A pesar de que en la política actual, con sus mentiras, sus traiciones y tránsfugas, se pretenda como habitual que las ideas y las políticas se rindan al mercantilismo, se compren lealtades y se vendan principios, existe un vestigio profundo en nuestras conciencias que se indigna y grita para echar a los mercaderes del templo y arrastrarlos a su lugar adecuado, el mercado.

Ese resto arqueológico del mundo antiguo que reside en una profunda cavidad de nuestro interior se revela cada vez que lo relativo a nuestra libertad se usa como en moneda de cambio.  Y se revela no sólo querer defender los principios, sino porque en el fondo somos conscientes de que este tipo de política nos hace menos humanos, nos hace menos hombres libres. 

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