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Los cristianos ya no viven aquí

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JOHN MOORE / GETTY IMAGES NORTH AMERICA / AFP

Chiara Santomiero - publicado el 21/07/15

Historias dramáticas de la región turca del Tur-Abdin en el libro "La tierra perdida. En el corazón de los cristianos de Oriente Medio"

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Ningún cristiano vive ya en Mosul. El 16 de julio del pasado año se tuvo la primera noticia de que las casas y propiedades de los cristianos de la ciudad iraquí eran marcados con la letra árabe Nun (N) por "Nazarenos". Ahora todos los cristianos se han ido y las iglesias de la ciudad están cerradas, aunque algunas han sido transformadas en mezquitas por el autoproclamado Califato Islámico, como la dedicada a san Efrén y la de san José.

Iraq, Siria, Tierra Santa: la presencia de los cristianos en todo Oriente Medio es hoy historia de sufrimiento. La geografía de los países que los acogen se adelgaza en los mapas. Los cristianos desaparecen de territorios enteros donde vivían desde la primera difusión de los discípulos de Jesús.

Con el título "La terra perduta. Nel cuore dei cristiani del Medio Oriente", el periodista Matteo Spicuglia cuenta las vicisitudes de un territorio desconocido para la mayoría, el Tur Abdin, corazón del sudeste de Turquía, en el confín con Siria e Iraq.

Tur Abdin es una parola aramea que en español se traduce "Montaña de los siervos de Dios", y que reúne a las decenas de aldeas cristianas, las dos mil iglesias y los ochenta monasterios activos en esta región desde los primeros siglos del cristianismo. ¿Cómo ha sucedido que esta tierra se despoblara de cristianos?

Una lengua antigua como la de Jesús

El Tur Abdin es la región de referencia de los Siriacos, un pueblo antiquísimo, presente en la región desde hace cuatro mil años, y entre los primeros en convertirse al cristianismo. Aún hoy, los siriacos usan en los ritos y en el dialecto – el turoyo – una lengua que desciende directamente del arameo, la lengua usada en los tiempos de Jesús.

A principios del siglo XX, los siriacos eran más de 500.000, hoy no superan los 2.500. "La cultura siriaca – explica Spicuglia – ha resistido a los árabes, a los Seleúcidas, a los turcos otomanos. E incluso a los cruzados, a los persas, a los mongoles, a los bizantinos. Ninguno consiguió acabar con este patrimonio antiquísimo.

Al menos hasta el siglo pasado, el siglo de la espada para todas las minorías cristianas de la región: los siro-ortodoxos y siro-católicos, pero también los armenios, los asirios, los caldeos. Las masacres y el genocidio cristiano de 1915 fueron un golpe durísimo".

Pero lo que supera definitivamente a los cristianos es la lucha entre el gobierno turco y la minoría kurda, sobre todo en los años 80: "Las revueltas por la independencia reprimidas con sangre, la militarización de toda la región, después el nacimiento del PKK, el Partido kurdo de los trabajadores y la guerra abierta para responder al terrorismo. Pagaron todos, pero los cristianos algo más porque se jugaban sus raíces, su tierra. Tierra amada y perdida".

Las presiones y las discriminaciones contra la minoría cristiana por parte d ela mayoría musulmana se vuelven cada vez más fuertes y la gente comienza a irse. En Midyat, uno de los centros principales, al comienzo del siglo las familias eran 1.500, mientras que hoy no superan las 70. En Mardin, cuando se fundó la República turca en 1923, el 70% de los habitantes era cristiano: ahora han quedado 85 familias y solo 65 hablan arameo.

Un monasterio sin pueblo

La vida es difícil para los muchos monasterios de la "Montaña de los siervos de Dios". El monasterio de Mor Gabriel estuvo en el centro de una disputa judicial sobre la propiedad de las tierras que lo rodean que parece haberse resuelto positivamente solo en 2013, pero otros monasterios sufrieron restricciones de sus propiedades.

A las puertas de Mardin está el monasterio Deyrülzafarân, uno de los lugares de espiritualidad más importantes para los siro-ortodoxos, con 1.500 años de historia. Está dedicado a san Ananías, pero se llama así porque según una leyenda, los constructores mezclaron el azafrán con la malta para obtener el color ocre que lo caracteriza.


Hasta 1932 hospedaba a centenares de monjes; después, a raíz de las revueltas kurdas, el patriarca se vio obligado a huir y se refugió primero en Mosul – la misma Mosul de donde el ISIS ha expulsado a los cristianos – y después en Damasco, que es la sede del actual patriarcado.

Hoy en el monasterio viven treinta personas, pero la comunidad religiosa está formada sólo por un monje y por el obispo de Mardin: mor Filuksinos Ozmen. "En un siglo – afirma – han cambiado muchas cosas. Los que han escapado encontraron refugio en los países vecinos. Nuestra gente ha conocido grandes sufrimientos. Basta mirar alrededor. El nuestro es ya un monasterio sin pueblo".

Anah, Naile y los demás

Los cristianos que dejaron el Tur Abdin están diseminados entre Suiza, Suecia, Alemania, Holanda, Estados Unidos, adonde hayan podido encontrar un lugar para empezar de nuevo. Las jóvenes generaciones nunca han estado en Turquía, en Mardin o Midyat, pero sus padres y madres llevan en el corazón el recuerdo de estos lugares a los que a veces vuelven de visita.

Como Anah, que vuelve con sus nietas nacidas en Alemania a volver a la casa en la que 35 años antes fue una joven esposa y madre. La historia de los prófugos es igual en todo el mundo: la casa, el corral, todo lo que fue construido fatigosamente con las propias manos fue malvendido por la necesidad de huir, lo justo para pagar los gastos del viaje.

Sabri, que era orfebre, tuvo solo tiempo para preparar de prisa una maleta: "Recuerdo que cerré la puerta y no lo pensé más. Primero Estambul, después Australia. ¡Fuera! En Midyat ya no era posible vivir, corrías riesgo a diario, lo más importante era salvar la piel. El resto no contaba".

Lo mismo para Naile, que ha rehecho su vida en Suiza, tras huir dejando atrás la vida acomodada de la familia de un comerciante, con una casa grande y un negocio boyante. Como afirma Naile: "Nuestra historia es increíble. Somos como un puñado de granos de trigo en las manos de un agricultor. Cuando lo esparces en un campo, no sabes qué va a ser de él. Un grano aquí, otro allá, uno comido por los pájaros, uno plantado. A nosotros nos ha pasado lo mismo. No somos otra cosa que granos de trigo".

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