El Papa propone a los jóvenes, creyentes o no, una nueva forma de ver el amor
El discurso improvisado llevado a cabo por el Papa Francisco el 21 de junio de 2015 a los jóvenes de Turín y Piamonte es uno de esos textos que deben leerse una y otra vez para no caer en la trampa de sacar conclusiones simplistas y apresuradas.
De manera particular, en la primera parte de su discurso el Papa Francisco esboza, partiendo de la obvia y firme raíz del Evangelio, un pequeño manifiesto laico del amor. Y lo hizo de manera respetuosa, usando palabras comprensibles a todos e indicando modelos y características realizables y para compartir por personas con cualquier tipo de convicción.
Vale la pena revisar estas palabras para intentar hacer una pequeña puntualización en uno de los puntos más capturados por los periodistas y la información, aquél en donde el Papa invitó a los jóvenes a un amor respetuoso y casto, para intentar darle una clave de lectura más amplia.
Para explicar qué es el amor, el Papa Francisco compartió su tristeza respecto a los jóvenes que se jubilan pronto, a los 20 años, dice él. Y para Francisco el único modo de no caer en esa posibilidad “es el deseo de amar, el deseo de dar lo más bello que tiene el hombre, que tiene Dios, porque la definición que Juan da sobre Dios es: ‘Dios es amor’”.
Francisco indicó dos dimensiones sobre las cuales moverse para reconocer el amor del que habla, no sólo el de un sentimiento romántico o una historia, sino el de las obras, concreto. Esta es la primera dimensión: “El amor es concreto, está más en las obras que en las palabras”.
No es amor decir solamente: “te amo, amo a todas las personas”. No. ¿Qué haces por amor? El amor se da”. Podemos hacer esto porque de esta manera ama Dios a su pueblo, cuando lo escogió y también cuando lo perdonó. En las palabras de Francisco se evoca el tema tan querido por él de la misericordia de Dios, subrayando la paciencia que tiene con los hombres.
La segunda dimensión que identifica el Papa es la manera de poner en acción este amor concreto: la dimensión del diálogo. El amor, de hecho, “escucha y responde, el amor se realiza en el diálogo, en la comunión: se comunica”. El Papa Francisco usa una expresión clara para mostrar este aspecto: “El amor no es ni sordo ni mudo”.
Llega, sin embargo, a todos el momento en que nos desilusionamos del amor y la pregunta que Chiara le hace al Papa Francisco es simple: “¿En qué consiste la grandeza del amor de Jesús? ¿Cómo podemos experimentar su amor?”.
En este punto Francisco se pone en juego, sin temer usar palabras poco populares y pregunta si puede hablar con sinceridad, pidiéndoles a los jóvenes un amor respetuoso y casto. Es una invitación que muchos medios de información han leído como una llamada a la virginidad o a la castidad entendida exclusivamente en la esfera sexual, pero las palabras del Papa (quien en su discurso usó siempre el adjetivo casto y nunca el sustantivo castidad) parecen orientar a un horizonte y a una clave de lectura mucho más amplios.
Un horizonte que toca primero que nada el mundo de la relación con el otro, subrayando el respeto: “El amor es muy respetuoso de las personas, no usa a las personas, es decir, el amor es casto.
Y a vosotros jóvenes, que en este mundo, en este mundo hedonista, en este mundo donde sólo tiene publicidad el placer, pasarla bien, hacer bella la vida, yo les digo: sean castos, sean castos”.
El Papa Francisco invita con sus palabras sobre todo a un amor casto de corazón, al respeto más profundo del otro en su entereza como persona. Recuerda que hay que aprender a respetar al otro como quisiéramos ser respetados nosotros mismos: no es, por lo tanto, sólo la dimensión física, a la que invita el Papa Francisco, sino a un respeto más amplio del otro, incluso en las pequeñas cosas y en los pequeños gestos.
El Papa sabe proponer algo impenetrable, en una sociedad habituada al usa y tira, de los objetos y las relaciones, acostumbrada a usar a los demás para alcanzar a toda costa todo tipo de objetivos, placeres, y éxitos. “Todos nosotros en la vida hemos pasado por momentos en que esta virtud es muy difícil, pero es precisamente el camino de un amor genuino, de una amor que sabe dar la vida, que no busca usar al otro para el propio placer. Es un amor que considera sagrada la vida de la otra persona: yo te respeto, yo no quiero usarte, yo no quiero usarte. No es fácil. Todos conocemos las dificultades para superar esta concepción “facilista” y hedonista del amor”.
Francisco invita a un amor genuino, sin segundas intenciones, capaz de dar la vida. Un amor capaz de sacrificarse por los demás hasta volverse servicio: “Si yo digo que amo y no sirvo al otro, no ayudo al otro, no lo hago ir hacia delante, no me sacrifico por el otro, esto no es amor”, advirtió el Papa, que indicó la Cruz como lugar donde encontrar el más alto signo de este amor operoso, dialogante, casto y respetuoso, orientado al servicio, con el que Dios amó y ama a los hombres.