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Llegar a casa, a donde está Dios

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 19/07/15

Los reencuentros con las personas que queremos suelen ser los momentos de mayor alegría

Jesús envía a sus apóstoles y los espera. Hoy regresan: “Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado”. 

Han ido por las ciudades llevando esperanza. Un mensaje de amor, del reino que está surgiendo entre los hombres. No fundan nuevas iglesias. Todavía no ha llegado el momento en que por el Espíritu Santo sean enviados hasta los confines de la tierra.

Ahora es el tiempo de estar con Jesús, de vivir cerca de Él, de tocarlo y sentirse amados por Él. Él los espera mientras ellos se llenan los pies de polvo y el alma de vida.

Pienso que me costaría separarme de Él, aunque saber que me espera al final del día me daría fuerzas. Me alegraría saber que volveré a casa y estará esperándome. ¡Qué ganas tendrían de llegar y contarle todo lo vivido!

Jesús se quedó orando por ellos. Me da paz pensar en eso. Jesús me espera. Jesús reza por mí mientras yo voy por los caminos. Jesús está deseando que llegue para escucharme, para ver qué dificultades he tenido, qué conquistas, qué experiencias de amor. Es un Padre que espera a sus hijos.

Los reencuentros con las personas que queremos suelen ser en la vida los momentos de mayor alegría. Uno llega contando sin parar. El que se ha quedado escucha con alegría. El que llega y el que espera.

Cuando lleguemos al cielo, será un poco así, nos estarán esperando, Jesús y María. Será llegar a casa.

El otro día, al despedirse por unas semanas, una mujer le decía a su marido: “Mis lágrimas no son de tristeza por la despedida, sino por la emoción del reencuentro”. Sólo de pensar en la alegría de ese momento se emocionaba.

Jesús recibe así a los apóstoles, emocionado, con lágrimas. Ellos llegan de nuevo a su hogar, que es donde está Jesús. En el evangelio paralelo de Lucas, el evangelista nos dice que Jesús “se llenó de alegría”.

Muy evidente debía ser esta alegría para que aparezca en el evangelio. Pocas veces nos dicen que Jesús se alegre. Aunque yo pienso que sonreiría y se reiría mucho con los suyos.

Hoy sonreiría al escucharles. Se reirían juntos. Descansarían. Jesús, feliz y orgulloso. Le cuentan lo que han hecho y enseñado. Sus palabras y sus obras. Es bonito vivir algo que sabes que tienes que guardar para luego contarlo.

Compartirían la alegría de las personas que pudieron cuidar, los momentos difíciles, sus errores, lo que les salió bien.

Asombrados, eso también nos lo cuenta Lucas, de que hasta los demonios se sometían en nombre de Jesús. Asombrados del poder de ir de parte de Jesús, no en su propio nombre.

Ellos les imponían las manos a los enfermos de parte de Jesús. Hablaban de su parte. Ahora vuelven. Cuentan todo. Se desahogan. Jesús los escucha. Los recibe. Los cuida. Se conmueve porque los ve cansados.

Jesús los espera y acoge como un padre, como un pastor. Jesús es el pastor que reúne a sus ovejas al final del día. Hoy nos dice el profeta: “¡Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos!”. 

Jesús no pierde a ninguna de sus ovejas. No le importa tanto la eficacia de su misión. Los números de convertidos, el número de los que han curado. Le importa, como siempre, lo que sucede en el corazón de cada uno. Cómo lo han vivido. Cómo están.

Muchas veces, como nosotros, en esos días sin Él, tendrían dudas. No sabrían qué hacer. La pregunta fundamental. La pregunta que se hacía siempre el padre san Alberto Hurtado: “¿Qué haría Jesús en mi lugar?”.

Esa pregunta. ¡Cuántas veces nos la hacemos nosotros! ¡Cuántas, más todavía, nos la deberíamos hacer y no la hacemos!

Cuando trabajamos, cuando nos divertimos, cuando estamos de vacaciones, con los amigos, ante decisiones importantes: ¿Qué haría Cristo en mi lugar?

Probablemente esa pregunta los apóstoles se la hicieron muchas veces en sus días de misión, separados de Jesús. Antes no hacía falta. Estaban con Él. Vivían con Él. No tendrían más que mirarlo, o preguntarle.

Muchas veces esa pregunta me ayuda a tomar opciones, a dar un paso, a tratar de una forma determinada a alguien.

Hoy los apóstoles vuelven a su hogar. A su fuente. ¡Qué descanso poder beber en la fuente del corazón de Jesús! Ese mismo descanso que sentimos cuando llegamos a casa después de un largo viaje. Saber que nos esperan. 

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