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Examina los verdaderos motivos por los que no aceptas una misión

web-Thoughtful boy funny portrait – © Soloviova Liudmyla-shutterstock – es

<a href="http://www.shutterstock.com/pic-135303881" target="_blank" /> Thoughtful boy funny portrait </a> © Soloviova Liudmyla /Shutterstock

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 13/07/15

A veces justificamos nuestra comodidad diciendo que no estamos suficientemente formados pero detrás hay miedo al fracaso, al ridículo, al rechazo

Comenta el Papa Francisco: “Ver, recordar y contar, son los tres verbos que describen la identidad y la misión. El testigo es uno que ha visto, pero no con un ojo indiferente; ha visto y se ha dejado implicar por el suceso. Por esto recuerda, no sólo porque sabe reconstruir de forma precisa los hechos sucedidos, sino porque esos hechos le han hablado y él ha tomado su sentido profundo. Entonces el testigo cuenta, no de forma fría y distante, sino como uno que se ha cuestionado, y que desde aquel día su vida ha cambiado”.

Los discípulos de Jesús han vivido con Él. Son testigos de un amor diferente. Han saboreado la presencia del reino en sus palabras y en sus obras. Han sido testigos de unos milagros maravillosos.

Han escuchado sus palabras con atención, bebiéndolas como los niños. Han palpado su amor sencillo, cotidiano, de palabras y abrazos. Han vislumbrado el cielo abierto detrás de su carne.

Cada noche las estrellas, cada mañana el sol lleno de esperanza. Han soñado a su lado y han compartido sus sueños.

Saben que el reino de Dios va a cambiar los corazones. Ya lo está haciendo. Ellos mismos están cambiando. Y saben que si los corazones cambian, cambia todo a su alrededor.

Han visto milagros sencillos y prodigiosos. Saben que algo nuevo comienza aunque todavía no sepan cómo explicarlo. El cambio ya es real en ellos. Pequeños cambios, pero suficientes.

Es verdad que los cambios son lentos. Tres años parece poco tiempo. Pero todos los días compartidos con Jesús son muchos días, es una escuela única. Ellos mismos verían que no eran los mismos que el primer día.

No serían más capaces. Pero sí estaban más enamorados. Lo habían dejado todo por seguir a Jesús. Se sentían fuertes. Habían expuesto sus vidas. Eran señalados por los demás. Eran discípulos unidos a un maestro. Participaban ya levemente de su fuerza y su poder.

A veces queremos estar muy formados para ponernos en marcha. ¿Qué vamos a decir? Hay personas que llevan toda su vida formándose, han leído libros y libros y no son capaces de preparar una charla, hablarles a sus amigos de Dios, contarles a otros lo que está ocurriendo en su alma.

A veces me sorprende. Pedimos formación, más formación y dejamos la misión para otros más preparados. Nosotros todavía estamos en formación. Y con eso justificamos nuestra comodidad. Detrás hay un miedo inmenso al fracaso, al ridículo, al rechazo.

Miro hoy a los discípulos y encuentro que no está justificado el miedo. Ellos no estaban formados y obedecen, se ponen en camino. Se exponen al rechazo. ¿Y nosotros?

Nos cuesta mucho el rechazo, que no entiendan nuestras palabras, que no acojan nuestro testimonio.

Decía el Papa Francisco: “La Iglesia os quiere hombres de testimonio. Decía san Francisco a sus hermanos: -Predicad siempre el Evangelio y, si fuera necesario, también con las palabras. No hay testimonio sin una vida coherente.

Hoy no se necesita tanto maestros, sino testigos valientes, convencidos y convincentes, testigos que no se avergüencen del Nombre de Cristo y de su Cruz ni ante leones rugientes ni ante las potencias de este mundo”.

Estas palabras del Papa me conmueven. Así es como nos manda Jesús. Nos envía sin nada a darlo todo en medio de leones rugientes. Nos envía a predicar con nuestra vida y, si es necesario, también con nuestras palabras.

¿Qué sentirían los apóstoles al ser enviados? No me quiero quedar en el dato. Una noticia contada entre muchas. Me gustaría adentrarme en el corazón de aquellos hombres.

¿No estarían llenos de miedo? De dos en dos. No van solos. Otro más acompaña sus pasos. Podrían compartir sus miedos y frustraciones. ¿Qué dirían cuando se vieran delante de los hombres?

¿Qué harían si eran rechazados, o criticados, o apaleados? ¿Y si fracasaban en su empresa y regresaban a casa con las manos vacías? Tendrían mucho miedo.

¿Acaso no lo tenía yo cuando Jesús me invitó a seguir sus pasos como sacerdote? El mismo miedo que siento al ver una misión ingente que supera mis capacidades. 

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