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¿Cómo anunciar la vida verdadera cuando a veces vivo cosas falsas?

EVANGELIZACIÓN EN SPIAGGIA, SAINT RAPHAËL (FRANCIA)

© David LATOUR /CIRIC

Carlos Padilla Esteban - publicado el 12/07/15

La llamada nos capacita, lo importante es ser enviados

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Hoy Jesús envía a los suyos a la misión.

Marcos habla del envío de los doce: “En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos”.

En Lucas vemos que envía a setenta. En lo que parece una alusión a los setenta pueblos de que se compone la humanidad según la tabla etnográfica de la Biblia (Gén 10):

“Después de estas cosas, designó el Señor también a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de Él a toda ciudad y lugar adonde Él había de ir. Y les decía: -La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. Yo os envío como corderos en medio de lobos”.

Envía un número mayor y quiere abarcar todos los lugares de la tierra. Destaca que la mies es abundante. Y que los manda como corderos en medio de lobos.

Me gusta esta misión antes de Pentecostés. Pero me desconcierta. No sé por qué los envía en medio de su vida, si no era tan necesario. Ya vivirían sin Él más adelante, cuando Él no estuviese. Entonces la misión ya sería en serio. Ahora parece un ensayo, una prueba. No sé.

Quizás pensaba Jesús que el corazón de los suyos se ensancharía al perder sus seguros y ver tanta necesidad. Les ayudaría a ver de lo que eran capaces. Tal vez descubrirían el tesoro que llevaban dentro. Un pequeño riesgo en medio del camino en el que Jesús cuida y vela por todos. Una aventura.

La verdad es que no siempre tengo presente el alcance de esa misión. ¿Cuáles fueron sus frutos? ¿Qué lograron? ¿Estaban preparados? No habían vivido lo central del evangelio. ¿Cómo lo harían?

Anunciarían la llegada del Reino de Dios. Algo estaba cambiando. Pero no sabían tantas cosas… Me siento como ellos yo mismo. Tan pobre, tan incapaz. Tan roto, tan frágil.

Anuncio a Cristo resucitado y tropiezo de nuevo con la muerte en mi propia vida. ¿Cómo anunciar la vida verdadera cuando muchas veces vivo cosas falsas?

Me gusta la coherencia. Es lo que esperamos del que predica. Queremos que las personas sean de una pieza. Lo que dicen y lo que hacen. Nos abruma la mentira y la falsedad. No entendemos un discurso sin obras.

Predicar con palabras puede ser sencillo. Predicar con silencios, con gestos, con obras, es definitivo. Los grandes santos tuvieron pocas palabras y muchas obras, pocos discursos y mucho amor.

Me siento hoy como esos discípulos tan incapaces de dar la vida. Seguían a Jesús por los caminos. Hablaban del reino y pensaban en su corazón en otro reino. Se sentirían impotentes. No eran capaces de hacer los milagros que hacía el maestro.

¿Sus palabras? No lo sé, ¿tendrían fuerza? Tal vez sí, a veces el discurso humano puede ser persuasivo.

Ellos eran amigos de Jesús. Tal vez con eso les bastaba por el momento. Vivían con Él, comían de su mismo plato, escuchaban en privado la explicación más honda de sus palabras. El amor asemeja, y ellos amaban mucho a Jesús.

Es verdad que no serían capaces de dar la vida todavía. Eran débiles, frágiles. Soñaban con ese reino que iba a cambiar su vida en la tierra. Estaban dispuestos a luchar. Eran apasionados. Pero, ¿capaces?

Es verdad lo que ya sabemos: la llamada nos capacita. Cuando Jesús pronuncia nuestro nombre nos da la fuerza para ponernos en camino. Eso me alegra y calma.

Lo importante es ser enviados, llamados por otro que le da un sentido a nuestra existencia. Ser enviado es algo pasivo que sólo requiere mi sí previo, mi disponibilidad alegre. Sí, quiero. Adsum. Estoy dispuesto. Importa ese sí antes de la acción. Ese sí sincero y pobre.

¡Cuánto miedo en su corazón antes de ponerse en camino! ¿Qué iban a decir? Sin Jesús, ¿sería posible hacer algo?

Necesitaban mucha oración, mucha unión con Jesús.

Son enviados porque Jesús ha mirado su corazón, su generosidad, sus sueños, su mirada pura, como la de los niños.

Lo reconozco, yo a veces me quedo en los datos, en las capacidades, en lo objetivo. Me importa más lo que hicieron que cómo lo vivieron y lo que significó en sus vidas. Creo más en la capacidad humana que en la gracia de Dios.

Me falta la fe de esos hombres pobres que se abren a Jesús y confían. Creen de verdad que Jesús cuenta con ellos, que los necesita. No están actuando, están viviendo de verdad, con la pasión que el mismo Jesús tiene.

Comenta Benedicto XVI: “El hecho de que Jesús llame a algunos discípulos a colaborar directamente en su misión, manifiesta un aspecto de su amor. Él no desdeña la ayuda que otros hombres pueden dar a su obra; conoce sus límites, sus debilidades, pero no los desprecia; es más, les confiere la dignidad de ser sus enviados”.

Jesús conoce el corazón de sus discípulos. Sabe a quién envía. Sabe que son frágiles. Conoce su corazón herido. Su alma cargada de pesares. Sus miedos y sentimientos confusos. Su pasión, su alegría. No los envía como un ejército en orden de batalla.

No creo que le importen tanto los frutos objetivos. Él mismo no fue un especialista en logros materiales, cuantificables. A Jesús no le importan las cifras, mira el corazón del hombre, de cada hombre.

Jesús los llama y los envía. A cada uno. Les da la dignidad de enviados. Les da su mismo poder. Les pide que confíen y crean aunque parezca imposible. No poseen en plenitud el Espíritu Santo. No ha sucedido la muerte y la resurrección de Jesús. Pero son enviados. Son capacitados. Y ellos se dejan enviar.

No toman la iniciativa. No piden ser enviados. Es Jesús el que los envía. Eso da seguridad. 

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