San Lucas precisa que era natural de Alejandría de Egipto, centro importante de la teología judía, donde se profundizaba en la relación entre elLogos, la razón creadora del mundo, y la Revelación contenida en el Antiguo Testamento. Uno de los jefes más reconocidos era el judío Filón, que buscaba conciliar el pensamiento platónico con la enseñanza de las Escrituras. Es posible que Apolo fuera educado en esta cultura de amplios horizontes, abierta a la verdad. Un día, Aquila y Priscila escucharon la predicación de Apolo en la sinagoga.
Reconocieron el esplendor de un discurso mesiánico y notaron que “en la mente de ese hombre ya se había insinuado la luz de Cristo: había oído hablar de El, y lo anuncia a los otros. Pero aún le quedaba un poco de camino, para informarse más, alcanzar del todo la fe, y amar de veras al Señor”.
Cuando el joven terminó de hablar, “le tomaron consigo y le expusieron con más exactitud el camino de Dios.” El hombre docto atendió las razones. Una vez descubierto el camino, se dispuso a emprenderlo y pidió ser bautizado. Como Apolo pensaba viajar a Acaya, le animaron a presentarse ante la iglesia de Corinto, y escribieron a los discípulos para que le recibieran. Allí fue “de gran provecho, con la gracia divina, para los que habían creído, pues refutaba vigorosamente en público a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús es el Cristo.“
Roma: La casa de Aquila y Priscila
Por la carta de San Pablo a los romanos —escrita hacia el año 57—sabemos que Aquila y Priscila regresaron a la Urbe: “saludad a Priscila y Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús, a quienes damos gracias no sólo yo sino también todas las iglesias de los gentiles, y saludad a la iglesia que se reúne en su casa.”
Este tipo de reunión es precisamente lo que en griego se llama “ekklesia”, en latín “ecclesia”, en italiano “chiesa”, en español “iglesia” que quiere decir convocación, asamblea, reunión. La casa de Aquila y Priscila se asentaba probablemente en los cimientos de la actual iglesia de Santa Prisca, en el Aventino. Las excavaciones arqueológicas de los años 1933 a 1966 descubrieron dos edificios de los siglos I y II. En el del siglo II, se encontró un lugar de culto al dios Mitra. El hallazgo reafirma la existencia de una domas ecclesiae en sus cimientos, porque era habitual levantar templos paganos donde se había celebrado la liturgia cristiana, para tratar de erradicar la fe en Jesucristo. En la casa del siglo I, se reconoció el titulus Priscae: la tablilla que indicaba quién era el titular de la casa. Con el tiempo —hacia el siglo III— la cura pastoral hizo necesaria la división de la ciudad de Roma en varios tituli, o centros, que hoy llamaríamos parroquias.
Benedicto XVI comenta que, a la gratitud por la fidelidad de esas primeras iglesias de las que habla San Pablo en su Carta a los romanos, “se debe unir también la nuestra, pues gracias a la fe y al compromiso apostólico de fieles laicos, de familias como las de Aquila y Priscila, el cristianismo ha llegado a nuestra generación (…).
Para arraigar en la tierra, para desarrollarse ampliamente, era necesario el compromiso de estas familias, de estas comunidades cristianas, de fieles laicos que ofrecieron el “humus” al crecimiento de la fe. Y sólo así crece siempre la Iglesia.
Toda casa puede transformarse en una pequeña iglesia. No sólo en el sentido de que en ella tiene que reinar el genuino amor cristiano, hecho de generosidad y atención recíproca, sino más aún, en el sentido de que toda la vida familiar, en virtud de la fe, está llamada a girar en torno al único señorío de Jesucristo”.
No sabemos cuánto tiempo permanecieron Aquila y Priscila en Roma. Hacia el año 67 se encontraban en Éfeso, pues San Pablo les envía saludos, en su carta a Timoteo.
Algunos autores hablan de un nuevo regreso del matrimonio a la Ciudad Eterna o, al menos, de Prisca.
En todo caso, los datos biográficos que han llegado a nuestros días son suficiente motivo de gratitud a quienes siguieron los planes de Dios, yendo de una ciudad a otra.
Artículo publicado por Primeros Cristianos