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Aquila y Priscila, el matrimonio santo que ayudó a san Pablo

PRISCILA

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Dolors Massot - publicado el 08/07/15 - actualizado el 05/07/23

Hicieron de su casa una iglesia doméstica y aprovecharon sus cambios de domicilio para evangelizar en varias ciudades

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Aquila y Priscila eran un matrimonio joven.

Aquila era tejedor de tiendas de campaña. Procedía de la diáspora judía que había llegado a Roma por la Anatolia del Norte (actual Turquía).

Su mujer era Priscila —abreviado, Prisca —, romana de nacimiento. Según una antigua tradición, era familiar del senador Caio Mario Pudente Corneliano, quien hospedaba a San Pedro en su casa en el Viminale.

No hay testimonio escrito de ello, pero existen pinturas en las que vemos a san Pedro administrando el Bautismo a una joven llamada Prisca.

Exilio a Corinto

Por un decreto del emperador Tiberio Claudio César, que temía una revuelta de los judíos en Roma, el matrimonio de Aquila y Priscila se vio obligado a marcharse a Corinto, en Grecia. Esta ciudad era centro comercial, potente en púrpura y tejidos.

San Pablo había acudido a la ciudad para evangelizar, pero su discurso había pasado desapercibido entre personas acostumbradas a muchas novedades pero una vida superficial.

Aquila y Priscila le dieron alojamiento en su casa. Pablo era también tejedor de tiendas, de modo que Aquila le ofreció la posibilidad de trabajar con él en su taller.

En el año 52, san Pablo dejó Corinto y viajó junto con Aquila y Priscila a Éfeso, capital del Asia proconsular. También viajaron con ellos Silas y Timoteo. La travesía duró unos diez días.

Evangelizaron a Apolo

En Éfeso, el matrimonio escucha un día la predicación de Apolo, un hombre culto y que buscaba la verdad, en la sinagoga. Los Hechos de los Apóstoles narran que cuando el joven acabó de hablar, “le tomaron consigo y le expusieron con más exactitud el camino de Dios.”

Como resultado de aquel encuentro, Apolo pidió ser bautizado.

En el año 57 Aquila y Priscila regresaron a Roma. San Pablo, cuando escribe su epístola a los Romanos manda saludos para ellos, «mis colaboradores en Cristo Jesús, a quienes damos gracias no solo yo sino también todas las iglesias de los gentiles».

Y aporta un dato relevante: «Saludad -dice- a la iglesia que se reúne en su casa«, esto es, era una iglesia doméstica.

Es posible que aquella casa estuviera situada donde hoy se encuentra la iglesia de santa Prisca y que cuenta con restos de dos edificios de los siglos I y II d.C.

En el año 67 Aquila y Priscila se encontraban en Éfeso. San Pablo les envía saludos en su Carta a Timoteo.

Reflexión

«Así conocemos el papel importantísimo que desempeñó esta pareja de esposos en el ámbito de la Iglesia primitiva:  acogían en su propia casa al grupo de los cristianos del lugar, cuando se reunían para escuchar la palabra de Dios y para celebrar la Eucaristía. Ese tipo de reunión es precisamente la que en griego se llama ekklesìa —en latín ecclesia, en italiano chiesa, en español iglesia—, que quiere decir convocación, asamblea, reunión.

Así pues, en la casa de Áquila y Priscila se reúne la Iglesia, la convocación de Cristo, que celebra allí los sagrados misterios. De este modo, podemos ver cómo nace la realidad de la Iglesia en las casas de los creyentes. (…)

Esta pareja demuestra, en particular, la importancia de la acción de los esposos cristianos. Cuando están sostenidos por la fe y por una intensa espiritualidad, su compromiso valiente por la Iglesia y en la Iglesia resulta natural. La comunión diaria de su vida se prolonga y en cierto sentido se sublima al asumir una responsabilidad común en favor del Cuerpo místico de Cristo, aunque sólo sea de una pequeña parte de este. Así sucedió en la primera generación y así seguirá sucediendo.

De su ejemplo podemos sacar otra lección importante:  toda casa puede transformarse en una pequeña iglesia. No sólo en el sentido de que en ella tiene que reinar el típico amor cristiano, hecho de altruismo y atención recíproca, sino más aún en el sentido de que toda la vida familiar, en virtud de la fe, está llamada a girar en torno al único señorío de Jesucristo».

Fragmento de la Audiencia general del papa Benedicto XVI el 7 de febrero de 2007
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