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La indiferencia en el matrimonio

Orfa Astorga - publicado el 30/06/15

Empiezo a transitar por un camino de dolorosa soledad

Mi esposa convive conmigo en un reservado silencio, un silencio del cual yo me sé culpable, pues conscientemente provoqué un grave problema de comunicación. Compartiendo el mismo techo, me volví radicalmente indiferente hacia ella, con actitudes en las que no me he implicado personalmente en nuestra relación. Me he comportado como un extraño que decía aun quererla,  aunque le tratara como objeto.

En la hondura de mi intimidad, bien sé que mi esposa no me ha sido realmente indiferente, mi actitud ha sido más bien fingida, simulada. Ahora me pregunto: ¿Cómo puede alguien sentirse indiferente ante la persona a la que supuestamente quiere?

Me doy cuenta de que cometimos el error de los que viven un corto noviazgo sin tiempo para conocerse más, y en este limitado espacio, ven solo lo valioso en el otro, mientras permanecen ciegos a sus defectos, que como cualquier ser humano tiene,  y que en los primeros años de vida conyugal empiezan a emerger y a ponerse de manifiesto. 
Creíamos que estar enamorados era suficiente para consentir en el matrimonio, pero no es así.

Cuando salieron  a la superficie los defectos de mi esposa, mi percepción de ella se fue deformando, pues solo los tenía en primer plano, permitiendo que las  cualidades  que realmente tenía y que aún tiene, se hundieran y desvanecieran en una zona de oscuridad y penumbra, haciéndose opacos a mi mirada.

Descubro que la soberbia ha sido mi principal enemiga, le he dejado usurpar nuestra relación, pues he visto la paja en el ojo ajeno, sin ver la viga en el propio.

¡Cuántas veces la vi sobrecargada de trabajo y no la ayudé, justificándome y diciendo que cuidar los niños y hacer las labores domésticas “era su problema”, aun cuando ella misma regresara de trabajar fuera de la casa;  o cuando  trataba de platicarme algo que le preocupaba, y le contestaba con un: < >.  Solo la escuchaba cuando el tema me agradaba, convenía o simplemente le imponía aquellos por los que me sentía motivado.

Y perdí unos años valiosos. Con un dejar hacer, dejar pasar, adopté un tono de neutralidad  muy estudiado, rechazando toda situación de convivencia en la que ella me requería en un encuentro personal, con necesidad de cariño.  

No quise comprenderla en lo que más le dolía, y al dejarla sola ante problemas que no podía resolver, la convertí en un ser menesteroso, un ser desvalido. Pretendía con ello una cierta forma de libertad o independencia con una actitud voluntaria, un propósito decidido.

Para colmo, estúpidamente viví una infidelidad en la que creía estar enamorado de otra persona, viendo en ella únicamente cualidades que no estaban sujetas a la prueba de la convivencia diaria con todos sus sinsabores. Fue el mayor de los daños a nuestra relación, pues a partir de entonces ella cambió radicalmente.Se distanció en una forma de indiferencia que ahora me lastima, produciéndome descalabro, destrozos a mi ser.

Ahora, con mayor pena ante lo perdido, descubro que en su fina intuición era capaz de comprenderme y atenderme de la mejor manera. Yo en cambio, desde mi indiferencia, al no haberla atendido no supe entenderla. Lo mejor de nosotros mismos estaba ahí, y no supe verlo.

Y nos hemos empobrecido mutuamente.

Reflexión:

Si los conyugues en el matrimonio, mutua y recíprocamente no contribuyen a reconocer e incrementar el valor que hay en el otro y en sí mismo, ninguno de los dos puede crecer. Por esta razón, sin la comunicación, el matrimonio no puede ir hacia adelante.

Orfa Astorga de Lira, orientadora Familiar.
Máster en matrimonio y familia. Universidad de Navarra.










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