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Toquémonos

Woman comforting older woman in hospital – es

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 29/06/15

En algunos momentos, la piel es el espacio del diálogo más evidente

Me gustan las manos de los enfermos acariciando las piedras mojadas de Lourdes. O la columna de piedra del Pilar hundida por tantas manos llenas de fe que acarician. O el lugar en el que estuvo clavada la cruz en el Calvario. Ese lugar acariciado por mis manos.

Nos gusta tocar, a las personas, los lugares sagrados. Queriendo que se nos pegue algo sagrado al alma, en la piel. Deseando ser más de Dios, más del cielo. Que nos cambie el corazón tocando su vida. Tocando, comunicamos mucho.

La piel nos pone en contacto con lo eterno. Se nos pega el amor de Dios. La falta de tacto es limitante. Una madre que no toca a su hijo, no lo abraza, no lo acaricia, va horadando una herida profunda en su alma. La herida del desamor.

Decía el Padre José Kentenich: “Existen personas muy poco receptivas para el amor instintivo. Pienso que, a la larga, no serán fecundas en la educación. Tenemos que romper con el impersonalismo[1]

La falta de tacto comunica frialdad, distancia, miedo. El abrazo nos ata para siempre y sana el vacío del alma. Tocar acerca, une, ata, salva. No tocar nos aleja, nos enfría.

No acoger el amor instintivo de los que nos quieren, a los que queremos, nos hace infecundos. La importancia de la ternura… La infinita ternura de Dios. La ternura limitada nuestra.

La comunicación es mucho más que palabras. Comunicamos amor, vida, esperanza. Comunicamos el amor de Dios.

A veces hay más comunicación en silencios profundos que en muchas palabras y gestos. Silencios llenos de vida y de ternura, de abrazos y caricias. 

Además podrá llegar un momento en el que las palabras no sean importantes. Momentos de vejez, de enfermedad, de abandono. Momentos en los que el cuerpo parece aislarnos del mundo y las palabras no nos sacan de nuestro abismo.

En esos momentos, con el paso de los años, la piel será el espacio del diálogo más evidente. Las caricias, la proximidad, los besos. No habrá frases con sentido, tampoco nos importa demasiado.

A veces queremos explicarlo todo. Queremos conversaciones profundas y densas. Puede llegar un momento en el que a lo mejor nos falten hasta las palabras. No importa. No son tan necesarias. Tal vez súbitamente salen algunas que estaban grabadas en lo más hondo del alma, brotan sin necesidad de ser pensadas.

Habrá momentos en los que lo único importante será estar cerca, acompañar, cuidar, proteger la vida que se escapa lentamente. Momentos de fidelidad en el amor, como ese momento de María al pie de la cruz.

Jesús dijo entonces siete frases. María escuchó siete frases en su corazón de Madre y guardó silencio. Y esa mirada entre María y su hijo se convirtió en el diálogo más hondo y bello de nuestra historia.

Un diálogo callado. Una mirada honda, sin palabras. Un abrazo último al ser descolgado. Muchos abrazos de alma a alma en ese camino del Calvario, en el dolor de la cruz.

Quisiéramos aprender a dialogar con todo el cuerpo, con toda el alma. Es bueno hablar las cosas que nos importan y afectan cuando toca hacerlo.

Pero muchas veces será más importante callar y simplemente estar al lado de aquel a quien amamos. Guardando su vida. Cuidando su alma. Velando su sueño.

Pero a la vez es importante decirle a quien amamos cuánto nos importa. Cuando todavía podemos. No dejarlo todo para el día siguiente. Hablar del amor y de la vida. De lo que sentimos, de lo que agradecemos, de lo que nos importa. De la verdad y del misterio del amor que crece hacia dentro del alma.

Es verdad también que cuando hablamos somos capaces de ordenar las ideas. Ayuda hablar para comprender y ser comprendidos. Para entender lo que sentimos. Para ponerle nombre al río del alma.

Porque no queremos vivir siendo unos desconocidos los unos para los otros. Habitando el mismo espacio del tiempo, de la vida, sin entrar en contacto. Viviendo en paralelo, desperdiciando segundos que son eternos.

La comunicación nos acerca. A veces los silencios nos separan. Hablar nos permite saber en qué estamos. Callar nos encierra en nuestro mundo. Salir de mis muros. Dejar mi orilla. Dialogar con palabras o sin ellas.

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