La Unión Europea se encuentra sometida a cinco graves fracturas, que se acumulan y engrandecen ante la impotencia de todos
La Unión Europea se encuentra sometida a cinco graves fracturas, que se acumulan y engrandecen ante la impotencia de todos.
La primera y más inmediata es la crisis griega. La combinación de una economía y unas instituciones insostenibles -como el sistema público de pensiones griego-, con unas medidas de austeridad más propias de un país derrotado en una guerra que de una política económica, han conducido a un callejón de difícil salida, sea cual sea la solución. Al final, se elija el acuerdo con concesiones, o el “grexit”, parece asegurada la inestabilidad en aquel flanco tan sensible de Europa.
La segunda fractura es el conflicto construido contra Rusia de la mano de Estados Unidos, que ha convertido una alianza en un conflicto, que pierden los rusos, pero también los europeos, y nos embarca en una absurda carrera militar. ¿Tan difícil era mantener las garantías dadas a Rusia, después de la caída del muro de Berlín y la reunificación alemana, de preservar una zona neutral entre el bloque occidental y Rusia?
Y no solo es el conflicto, sino el proceso de demonización de Putin, que a día de hoy es el único que ha conseguido consolidar lo más parecido a una democracia en Rusia desde su origen, que se dice pronto. Francia cometió graves errores en la fase previa a la I Guerra Mundial, que facilitaron el conflicto, hoy el papel francés lo desempeña la UE, bajo el acicate, de la OTAN.
La tercera es incapacidad para afrontar la inmigración que surge de la inestabilidad en Medio Oriente y de África, que ahora se cobra el peaje de los errores previos de Europa. Para Grecia, Italia, Hungría, el flujo es desestabilizador, para Europa no es un problema en parte acogerlo, en parte ordenarlo, y actuar sobre el origen. Pero eso obliga a salir de su caja de cristal en la que vive encerrada y bajar al ruedo, y eso parece imposible para unos gobernantes, enanos políticos ante retos gigantes.
La cuarta es la ruptura de la solidaridad interior y el crecimiento de los partidos antieuropeos. Cuando se pierde el proyecto común cada uno tira hacia su lado, Europa no es capaz de mantener el legado moral de los padres fundadores, y en esta incapacidad tiene mucho que ver la última quiebra.
Es la más discreta, pero de efectos potencialmente demoledores a medio plazo: se trata del progresivo desapego de la Iglesia Católica en relación a Europa, que ha venido precedido por la renuncia de las instituciones europeas a la raíz común, el cristianismo, y el crecimiento de los perjuicios en una medida tal que no es forzado hablar de corrientes de cristofobia.
Europa es cada vez más pequeña y la Iglesia tiene retos globales: en África, con el Islam, en China y la India, y el Papa es una de las pocas autoridades mundiales, pero que es ninguneada en el concierto europeo. El resultado está a la vista: grietas por todas partes porque se evita un ingrediente fundamental del cimiento de Unión, y la formación de un gran vacío, que solo la nada y el Islam parecen llenar.
Artículo originalmente publicado por Forum Libertas