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La lección de fe de Janssen, un niño venido de Filipinas a Roma, que falleció por cáncer

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Portaluz - publicado el 27/06/15

A veces lloraba, pero cuando supo que Jesús murió en la Cruz y que quería a todos, especialmente a los enfermos, volvía a sonreír

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Janssen tenía ocho años y padecía una forma grave de tumor en los huesos. En Filipinas no tenía la posibilidad de curarse, así es que vino a Roma, gracias a una organización sin fines de lucro, para someterse a un tratamiento de quimioterapia.

Al Centro Universitario Internacional Collalto de Roma -entidad cultural y hogar donde se encuentran jóvenes universitarios para potenciar dones, habilidades y crecer en la fe-, llegó un mail de un sacerdote desde Filipinas preguntando si alguien podía preparar a Janssen para la Primera Comunión, mientras realizaba su tratamiento.

El niño era huérfano de padre, y su madre prácticamente lo había abandonado. A Roma lo acompañó su abuela, anciana y enferma, que siempre había vivido en un pueblo aislado en Filipinas y esta era la primera vez que se alejaba del pueblo y de su marido.

Así comenzó una historia donde se cruzarían vidas para hacer una extraordinaria experiencia de Dios… Sobre lo vivido testimonian aquellos que fueron los hermanos de Janssen en “Collalto”…

– ¿Cómo se organizaron para hacer frente a una solicitud tan peculiar?

Era el 2011. Tan pronto nos informaron de la situación, dos universitarios que frecuentamos el Centro Collalto fuimos al hospital a ver a Janssen y a su abuela en el área de pediatría y oncología. Janssen estaba muy débil y delgado, no tenía pelo. La abuela tenía una mirada triste. No hablaban una palabra de italiano. Janssen sabía algo de inglés y la abuela solamente hablaba un dialecto filipino.

Obtuvimos su primera sonrisa con un pequeño regalo: un barco que hicimos flotar en un recipiente que encontramos en el hospital. Íbamos a verlo cada semana. Las primeras clases fueron en inglés, con algunos libros ilustrados. Janssen, un niño muy inteligente, logró aprender italiano rápidamente gracias a los doctores, enfermeras y voluntarios de la organización.

Poco después lo vino a ver una tía suya, religiosa, que vive en Roma y que ayudó mucho en la comunicación con Janssen y con la abuela. Mientras tanto, otros cinco chicos se unieron al equipo de catequistas: también ellos quedaron impresionados por la sencillez de Janssen, que a pesar de los dolores y los sufrimientos (a menudo tenía fiebre, dolor de cabeza y de estómago, vómito, etc.), sonreía y agradecía nuestra pequeña ayuda. A veces lloraba, pero cuando supo que Jesús murió en la Cruz y que quería a todos, especialmente a los enfermos, volvía a sonreír. ¡Había entendido bien!

Desde el principio supimos que en lugar de ser nosotros quienes le ayudábamos, en realidad él era quien nos ayudaba. Cuando regresábamos de estas visitas estábamos llenos de alegría y de paz.

– ¿Pudieron acompañar a Janssen hasta el día de su Primera Comunión?

En ocho meses Janssen aprendió bastante bien las nociones básicas para poder recibir la Eucaristía. El párroco habló con él para asegurarse de que estuviera listo y, después de su conversación, y nos dijo que se había quedado conmovido por la profundidad espiritual de Janssen, a pesar de que era un niño muy pequeño.

Janssen cumplió nueve años el 11 de marzo de 2012. Unas semanas antes lo habíamos acompañado con la abuela a Villa Tevere para que pudiera rezar en los lugares donde descansan los restos mortales de san Josemaría y del ahora beato Álvaro. Janssen siempre usaba muletas para caminar. A veces tenía que ser cargado en brazos.

Consumido por la enfermedad, era frágil y pesaba poco. Todos pedíamos un milagro. Recibió la Primera Comunión el domingo 20 de mayo de 2012 en la parroquia, junto a otros niños de su edad. Janssen estaba constreñido a una silla de ruedas. Se le veía contento y emocionado. Ese día, después de la misa, le organizamos una fiesta.

– ¿Y después? ¿Cómo estaba Janssen?

En julio, pocos días después de la promulgación del Decreto sobre las virtudes heroicas del Siervo de Dios Álvaro del Portillo, nos dijeron que las últimas radiografías hechas a Janssen no mostraban signos de metástasis. Era algo inexplicable. Los doctores estaban asombrados e hicieron repetir los rayos X. No se veía ninguna huella del tumor, excepto una pequeña mancha en la cadera. Se recurrió a la radioterapia, pero, por desgracia, esa mancha no desapareció.

Desde el punto de vista médico no se podía hacer más; Janssen había recibido una dosis muy alta de radiación, el máximo permitido, y continuar hubiera sido dañino. Los médicos decían que si la mancha no desaparecía, tarde o temprano podría reaparecer el tumor, pero que al mismo tiempo no podían hacer nada más en ese momento. En los primeros días de diciembre de 2012, después de una misa de agradecimiento y de petición en la cripta de la iglesia de Santa María de la Paz, donde está sepultado don Álvaro, Janssen y su abuela regresaron a Filipinas.

En Navidad le llamamos a Janssen a través Skype y logramos hablar con su tía religiosa, que había ido a Filipinas durante las vacaciones invernales. Acababan de internar en el hospital a Janssen, con fiebre, su salud había empeorado de modo repentino. Desde entonces no pudimos oírlo más. El 22 de febrero de 2013 recibimos un mensaje de la tía: “Janssen se fue al cielo. Recen".

Todos quedamos abrumados. Después de tanto luchar y rezar, esperábamos un milagro. El primer pensamiento fue de desconsuelo y desilusión. Pero enseguida comprendimos que Dios, a través de Janssen, había cambiado nuestras vidas; existían verdaderos milagros espirituales entre los muchachos que habíamos tratado a Janssen. Su presencia se quedó, duradera, en nuestros corazones. Y ahora estamos persuadidos de que, junto al beato Álvaro, tenemos en el cielo a un pequeño ángel que nos protege y nos espera, siempre sonriente.

Artículo originalmente publicado por Portaluz


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