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“El niño 44”: Sacrificando (una vez más) la verdad para salvaguardar el paraíso soviético

Antonio Rentero - publicado el 26/06/15

Espinosa apenas pasa de puntillas sobre el más famoso caso de asesino en serie de la extinta URSS

Algunas películas tienen la virtud de despertar en el espectador el ánimo para ampliar información sobre aquello que se ha visto en la pantalla. Puede tratarse de historias ambientadas en un período, centradas en un personaje o relativas a un evento. Y la forma de tratamiento puede ser más o menos fiel o incluso completamente inventada. Un ejemplo podría ser “El Gran Hotel Budapest” de Wes Anderson, que incita a leer a Stefan Zweig pese a no tratarse de una adaptación de ninguno de sus textos, pero subyacente queda durante el metraje el espíritu del vienés hasta ese punto.

El niño 44” sería el ejemplo de una película que se inspira en unos hechos reales (que fueron incluso más interesantes que lo que aparece en el film) pero los traslada a una época anterior en un par de décadas a fin de ambientar la narración en una sociedad aún más terrorífica. Y es que la película dirigida por el sueco-chileno Daniel Espinosa adelanta a la década de los 50 una serie de asesinatos en serie producidos en la vida real a partir de los años 70 en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Pero claro, el opresivo y orwelliano ambiente del año 1953 permite aportar una subtrama de persecución política propia de los últimos coletazos del stalinismo, mientras que la época previa al desmoronamiento del bloque comunista, con la decadencia del régimen, quizá no le pareció tan adecuado a Tom Rob Smith, autor de la novela en la que se basa la película, para poder desarrollar la mencionada subtrama en la que además se juega la baza del conflicto entre la propia pareja protagonista formada por un oficial de la inteligencia soviética y una maestra vinculada a la disidencia.

Espinosa, que dejó una buena muestra de talento para el cine de acción con cierto trasfondo político en su anterior trabajo “El invitado” (protagonizada por Ryan Reynolds y Denzel Washington), pierde notablemente el pulso con esta película, curiosamente con las escasas secuencias de acción, un par de peleas que en pantalla quedan extremadamente confusas, especialmente la del final, con los tres personajes embadurnados en barro y sin que al espectador llegue a quedarle muy claro en algunos momentos qué está contemplando exactamente.

En parte no se le puede achacar más que no saber sacudirse las limitaciones de la propia novela original, que probablemente se entretiene demasiado en la mencionada subtrama de las dificultades personales y políticas de los protagonistas, como forma de trasladarnos al asfixiante yugo soviético de la época, dejando en cierta medida de lado una trama policial que en ocasiones pasa minutos de metraje tan inencontrable como el propio asesino en serie.

Y finalmente cuando alguien en la sala de guionistas se acuerda de que estamos en un trhiller policíaco, casi parece ventilarse la investigación por la vía rápida. Y ese es uno de los errores de una películ,a que se deja ver con interés: que apenas pasa de puntillas sobre el más famoso caso de asesino en serie de la extinta URSS. Especialmente cuando en un par de ocasiones se nos recuerda durante “El niño 44” que eso del asesinato (qué decir del asesinato en serie) es algo propio del decadente mundo occidental y capitalista.

Literatura y cine cuentan con innumerables ejemplos para ampliar el conocimiento sobre lo que suponía vivir en la Rusia estalinista, así que quien además de sentir que se despierta su interés por ampliar conocimientos sobre la trama policial que muestra “El niño 44”, le vamos a recomendar que descubra cómo la realidad fue incluso más interesante que lo que aquí se nos cuenta (superando esa facultad que debería tener el cine para superar a la vida real) con un telefilm de 1995.

Se trata de “Ciudadano X”, protagonizado excepcionalmente por un Stephen Rea en estado de gracia acompañado por unos soberbios Donald Sutherland y Max von Sydow. Reparto de lujo para una reconstrucción tan minuciosa que casi parece un documental sobre la persecución policial real de los crímenes de Andrei Chikatilo, “el carnicero de Rostov”, que se sepa el único asesino en serie de la Historia de la Unión Soviética y donde también queda patente que todos los esfuerzos fueron pocos para echar tierra sobre decenas de víctimas, apenas un puñado más que añadir a los mudos testigos del “paraíso soviético”.

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