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Oración y reflexión para cuando falta calma

Angry woman Vs Calm woman © Michal Nowosielski – Alliance – Shutterstock – es

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 25/06/15

"Deja que no sufra tanto por cosas que no controlo, no permitas que me aleje de ti cada noche..."

Le doy gracias a Dios por esas personas con las que puedo descansar, con las que no tengo que estar alerta, ni medir mis palabras. Esas personas que están siempre. Jesús también las tenía, los apóstoles, su Madre, los hermanos de Betania. Esas personas que no te están examinando siempre. Creo que ellos hacen que la vida sea mejor. Ellos me hablan de Dios.

Me pregunto si yo soy descanso para otros. Si otros pueden dormir así a mi lado. Sin miedo, sin tensión. Si otros confían en cómo guío yo la barca. Sin querer quitarme el timón porque no se fían. ¿Somos lugar de descanso para otros? ¿Pueden otros descansar a nuestro lado? Jesús descansaba en los suyos. Se fiaba ciegamente.

Ojalá Cristo pudiera siempre descansar conmigo. Ojalá pudiera con las personas que quiero tener muchos momentos así, de estar juntos sin nada más. Dejando las cosas urgentes que tengo que hacer. Jesús hacía eso, se llevaba a los suyos al mar o a la montaña para descansar. Seguramente, más que sus palabras, los discípulos guardarían en el corazón esos ratos de intimidad. 

¿Por qué tenemos tanto miedo a la vida? El miedo forma parte de nuestra naturaleza, es cierto. La fe y el miedo están relacionados. El que tiene más fe, tiene menos miedo. La falta de fe, aumenta el miedo. Miedo al futuro, a lo que no controlamos.

Jesús toma mis miedos porque le importan. Le importa todo lo que a mí me pasa. Él, solo Él, puede calmar la tempestad de mi alma. Puede cambiar mi miedo en paz si me entrego, si me abandono a Él.

Una persona rezaba: "Deja que no sufra tanto por cosas que no controlo. No permitas que me aleje de ti cada noche. No permitas que me esconda cuando sales a mi encuentro. No dejes que sufra el frío cuando tus brazos me abrazan. No dejes que tenga miedo cuando Tú estás a mi lado.

Déjame sembrar mañanas que calmen hoy tantos miedos. Déjame mirar las noches como antesala del cielo. Sin pensar que nada vale tanto como pretendemos. Déjame alzar el vuelo cuando caiga agarrotado. Déjame mirar al hombre cuando sufra y no se encuentre. Déjame soñar bien fuerte cuando no sepa quererte.

Déjame abrazar silencios para que no pierdan fuerza. Déjame cantar canciones, caminar algo despacio, frecuentar ventanas amplias, de esas que muestran la vida y llenan de sol el alma. Déjame vivir contigo aunque no note tus manos. Deja que camine siempre más allá de lo que puedo. Que recorra mil caminos. Que sepa llegar bien lejos y cuando la voz se quiebre, deja que canten mis manos.

Quiero ahondar hoy en lo hondo del alma que Tú me diste. Deja que vuele en tu vuelo, deja que calme mis ansias. Que no me quiebren la noche, ni la tormenta, ni el fuego. Que no me hunda despacio cuando las sombras no dejen ver la luz de las estrellas".

Es un canto a la esperanza. El deseo del corazón que quiere volar tan alto. Una luz en medio de la noche.

¿Por qué tenemos tanto miedo a la vida? Jesús conoce nuestro corazón. Lo que cuenta no es la tormenta, sino cómo la vivimos. Lo que cuenta siempre es el cómo. El estilo, la forma, lo que sentimos por dentro. La misma cosa, fácil o difícil, podemos vivirla con amor o pensando en nosotros, con luz y optimismo o sin esperanza.

Muchas veces el miedo es muy fuerte porque hemos puesto la confianza en nuestras fuerzas, en nuestros planes. Nos volvemos a Dios de vez en cuando para asegurar que la barca sigue mi rumbo.

El otro día leía lo importante que es el optimismo: "El optimismo libera de la necesidad de estar seguro y tenerlo todo controlado, de la rumiación egocéntrica porque se centra en el presente, en lo que puedo hacer yo hoy y ahora, sin miedo al futuro"[1].

Porque lo importante es vivir confiados en las manos de Dios: "Hay que aprender lentamente a abandonarse a la acción de Dios. Se quiere con excesiva ligereza planear la vida. Se desconfía de toda pasividad, por miedo a soltar las riendas. En la edad madura se tiene que soportar la acción de Dios. Y así hay que entregarse paso a paso a la voluntad de Dios y a su providencia. Esto exige la entrega del corazón"[2].

Confiar y entregar el corazón. Entonces, cuando lo logramos, desaparece el miedo. Decía el Padre José Kentenich: "Debemos estar entregados en las manos de Dios. Mi Dios y mi todo. Debemos conocerlo sólo a Él, sólo su amor, entregarnos en sus manos, de cualquier manera que Él quiera disponer de nosotros. Piensen en la pelota con que podía jugar Dios, según la imagen de Santa Teresita"[3].

Vivir enteramente en las manos de Dios, confiando en tanto amor que nos tiene. Él construye la casa de nuestra vida. Lo hace con delicadeza, con un infinito respeto. ¿Por qué tengo miedo? Él es mi roca. Es la seguridad en mi propia barca. No tengo que temer. Va conmigo.

Surge la tormenta y aumenta el miedo. ¿Cuál es mi tormenta ahora? ¿Qué es lo que me hace ahora dudar y temblar? Dios me habla en mi tormenta. ¿Cuál es esa tormenta en la que me habla Dios? A veces puede ser un posible cambio de trabajo, o de país, llevando a la familia. Puede ser una enfermedad inesperada, o incluso puede tratarse de tormentas interiores que nos hacen dudar de todo.

Con frecuencia estamos con el corazón en tormenta, con sentimientos de vacío, de angustia, de soledad, de incapacidad. Sentimientos que nos turban: desamor, sed, desaliento, fracaso, duda, confusión, oscuridad. ¡Cuántas veces nos quejamos ante Dios!

Entonces le preguntamos: "¿No te importa lo que me pasa? ¿No te importa si me hundo?". Es tan humana esa pregunta… Nos falta fe y confianza. Necesitamos que nos resuelvan todo en ese momento y no somos capaces de esperar. No podemos ver nada. Nos quejamos. Es bueno conocer nuestras quejas. Es importante ser auténticos delante de Dios.

Si tengo miedo, le grito, le pido que despierte, que me ayude, que me haga sentir que va conmigo. Jesús va conmigo, pero muchas veces veo que duerme. Me cuesta confiar en medio de la tormenta. Todos lo hemos vivido alguna vez. Pero cuando Jesús aparece todo se calma en el corazón.

Llega la respuesta: ¿Es que a Dios no le importa mi vida y lo que me suceda? Sí, le importa. Va conmigo. Es verdad que no siempre calma la tormenta, no sana la enfermedad, no me devuelve el trabajo, no resuelve el problema. Pero está junto a mí y eso ya me calma. Su presencia hace que las cosas sean diferentes.

Hay personas que son así en nuestra vida. Su presencia nos calma, aunque el problema siga siendo el mismo. Nosotros queremos ser para otros esa presencia que salva, que sana, que quita el miedo. No calmamos la tormenta con nuestra voz. Pero sí calmamos el corazón del que tiene miedo.

Es nuestra misión. Calmar tormentas interiores. Acompañar en el miedo. Sostener en la debilidad de la vida cuando todo se tambalea. Tenemos la misma vocación de Jesús de calmar las olas de la vida. Con la paz que Él mismo nos regala. Con su voz en mi voz que tiembla. Jesús me necesita para calmar el mar.

Jesús asombra a los suyos, rompe sus esquemas. Jesús hace desaparecer su miedo. ¿Quién es para ti? ¿Quién es Jesús en nuestra vida? Es importante escuchar el Evangelio siempre con esta pregunta en el corazón. ¿Quién es este? Jesús me habla. Me grita y yo no lo escucho, no me asombro, no le quiero.

Querer o no querer a Jesús es lo que marca mi vida. Me gustan estas palabras de Pablo: "El amor de Cristo nos apremia. El que vive según Cristo es una creatura nueva; para Él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo". El amor que Jesús me tiene.

El amor que despierta en mí. ¿Me apremia? ¿Me lleva a dejar mi orilla? ¿Alguna vez he sentido esa llamada de Jesús a ir a la otra orilla? Si no hay amor, si el amor no me apremia, entonces puedo seguir con mi vida de siempre, sin que me toque su voz, su presencia.

Pero si el amor me apremia, entonces me voy con Él. El amor me apremia, me urge, y lo dejo todo, aunque ese salto de audacia implique riesgo y pueda haber tormentas en el camino. Sólo así la vida merece la pena. Sólo así descubriré mi miedo, mi necesidad, mi fragilidad, y también su mano que me calma, su voz.

Sólo viviendo por amor merece todo la pena. Si falta el amor nos convertimos en buenos cumplidores llenos de miedo que se quedan en la orilla. Su amor me apremia.


[1] Carlos Chiclana, Atrapados por el sexo
[2] Anselm Grün, La mitad de la vida como tarea espiritual, 71
[3] J. Kentenich, Madison Terziat, 1952

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