El progreso económico de los últimos cien años se ha hecho a costa del medio ambiente, y eso se paga
La crisis actual, que arrancó con la crisis de las subprime en Estados Unidos allá por el 2007, puso de relevancia que en un mundo cada vez más globalizado los mercados per se no eran garantía de una perfecto de asignación de recursos. La visión liberal de que el libre mercado sin regulación opera como una caja negra casi mágica capaz de transmutar el egoísmo individual en el bien común bajo cualquier condición quedó en entredicho.
Y es que la imposibilidad de identificar adecuadamente la calidad de los productos, qué tipo de activos y garantías conforman un producto financiero, ejercieron de bomba de relojería que acabó por erosionar los mercados financieros y la mínima confianza que se precisa para sustentar las relaciones económicas.
La información en las relaciones económicas juega un papel fundamental ya que no sólo dificulta el funcionamiento de los mercados en el momento en el que sucede si no que además contamina el marco de confianza durante años. Esta confianza mínima es una suerte de marco ambiental necesario. Los abusos por información asimétrica u oculta no sólo afectarían los mercados en el momento que suceden sino que afectarían a este ambiente persistiendo sus efectos en el tiempo. En ocasiones el sentido de supervivencia puede dominar sobre el de racionalidad y perpetuar los efectos. Uno teme ser engañado dos veces. A día de hoy seguimos digiriendo la crisis subprime del 2007.
Hay un punto que hemos aprendido de esta crisis, los abusos en el ámbito financiero han ido contaminando el medioambiente de la confianza y nos está costando años recuperarla. Esto ha preocupado tanto al mundo financiero que hasta las instituciones supranacionales como el FMI han tomado cartas en el asunto, sin mucho acierto y haciendo que justos pagaran por pecadores con mucho sacrificio social.
Las oscilaciones bursátiles, las primas de riesgo, la confianza de los mercados han ocupado y ocupan tertulias y portadas. Los gobiernos han accedido de buen grado a hacer recortes para sanear el ambiente financiero y ante poniendo la recuperación de los mercados a la atención de las necesidades sociales.
A pesar de esta sensibilidad de recuperar la confianza y reparar el daño del “medioambiente” financiero, tenemos otra amenaza mucho peor y más evidente pero que vivimos de espaldas a ella.
Durante los últimos cien años, el medioambiente ha sido dañado sistemáticamente para permitir el progreso económico, cada país ha ido realizando abusos sobre el activo marco que es el medioambiente. De igual manera que de la crisis de confianza iniciado por las subprime no hemos remontado en años, es previsible que de una crisis medioambiental, habida cuenta el cambio climático, no podamos recuperarnos en siglos.
Por eso es tan oportuna la encíclica “Laudato Si” del Papa Francisco. En ella se destaca la realidad científica de que estamos en un proceso de calentamiento global y que si no se toman medidas oportunas se dañará la agricultura, la disponibilidad de agua potable lo que conllevará a la extinción progresiva de especies, además de los avances en tierra de los mares.
Además, apunta a que esto es principalmente debido a la actividad humana. Ataca a la forma de consumismo que obvia que los recursos disponibles son finitos y denuncia la incongruencia de que sea el crecimiento económico a toda costa la misma medicina para recuperar el medioambiente.
Asimismo, ha puesto sobre el mantel la deuda ecológica que tienen los países ricos con los países pobres por haber dañado el medioambiente de todos y que se necesitan regulaciones a nivel gubernamental y supranacional para frenar el calentamiento global.
La encíclica está ahí, el debate está abierto. O bien, nos adentramos en esta reflexión y acometemos el problema ahora o dentro de unos siglos se preguntarán nuestros descendientes qué clase de antepasados con miras tan cortas tuvieron que se preocuparon sólo del medioambiente financiero pero se olvidaron de la casa de todos.