Un sermón para reflexionar sobre el descubrimiento de la Vera Cruz de Santa Elena
El santo doctor de Padua sabe cómo interesar a sus oyentes, que como todos los medievales (y modernos) están sedientos de historias fascinantes y simbólicas. Por eso, en ocasión del 3 de mayo, en el sermón con motivo del antiguo aniversario del descubrimiento de la Vera Cruz (verdadera cruz) de santa Elena, introduce la historia popular de la madera de la Cruz, uniendo con un hijo rojo el patíbulo de Jesús y el árbol del Jardín del Edén.
De esta manera, san Antonio busca ilustrar el versículo bíblico: “No temáis, bestias del campo, porque ya reverdecen los pastizales del desierto, los árboles producen su fruto, la higuera y la vid dan su riqueza” (Jl 2,22).
Se lee en la historia de los griegos que cuando Adán se enfermó, mandó al hijo Set a que le buscara cierta medicina. Set, al llegar a las cercanías del Jardín del Edén, le dijo al ángel que lo miraba a través de la puerta que su padre estaba enfermo.
El ángel cortó una rama del árbol del cual Adán, contra la orden de Dios, había comido del fruto, y lo dio a Set diciéndole: “Cuando esta rama de fruto, tu padre se curará”.
Un prefacio de la misa parece que recuerde precisamente esto, cuando dice: “Donde abundaba la muerte, ahí resurgió la vida”. Pero Set, cuando regresó, encontró a Adán, su padre, ya muerto y sepultado: entonces plantó la rama cerca de su cabeza, y la rama creció y se volvió un árbol majestuoso.
Se dice que después de mucho tiempo, la reina de Saba vio aquel árbol “en la casa del bosque” (cf. 1R 7,2), es decir en el reino de Salomón. Ésta, durante su regreso a sus tierras, le escribió a Salomón lo que no había tenido el valor de decirle en persona: que había visto en la casa del bosque un gran árbol, en el cual debía ser ahorcado un hombre, por cuya muerte los judíos se habrían arruinado incluyendo sus tierras y su pueblo.
Salomón, impresionado y lleno de miedo, cortó ese árbol y lo sepultó en las vísceras, en la profundidad de la tierra, precisamente en el lugar donde luego fue excavada la piscina llamada Probática (cf. Jn 5,2). Al acercarse el tiempo de la venida de Cristo, el tronco, casi preanunciando la presencia, floreció en el agua, y desde ese momento el agua de la piscina comenzó a agitarse con la bajada del ángel (cf. Jn 5,2-4).
En el día de la Preparación (Viernes Santo) los judíos buscaban un tronco sobre el cual clavar al Salvador: y finalmente lo encontraron en la piscina, lo transportaron hasta el calvario y sobre él clavaron a Cristo. Así, esa “madera llevó su fruto”, en virtud del cual Adán recuperó salud y salvación.
Este tronco, después de la muerte de Cristo, fue nuevamente sepultado en las profundidades de la tierra. Después de un largo tiempo, fue reencontrado por santa Elena, madre de Constantino: por eso la fiesta de hoy se llama “Invención (descubrimiento) de la santa Cruz”.
Este es, entonces, el “árbol que dio finalmente su fruto”. Dice la esposa del Cantar de los Cantares: “como el manzano entre los árboles silvestres, así mi amado entre los mozos. A su sombra apetecida estoy sentada, y su fruto me es dulce al paladar” (Cnt 2,3).
Y Jeremías: Nuestro aliento vital, el ungido de Yahveh, quedó preso en sus fosas; aquel de quien decíamos: “¡A su sombra viviremos entre las naciones!” (Lm 4,20).
El ardor del sol, es decir, la sugerencia del diablo o la tentación de la carne, que afligen al hombre, deben refugiarse inmediatamente bajo la sombra del precioso árbol y ahí sentarse, humillarse, porque sólo ahí existe refrigerio y remedio especial contra la tentación. El diablo, que por causa de la cruz ha perdido su poder sobre el género humano, tiene terror de acercarse a la cruz.
(San Antonio de Padua, Sermones, Inv. S. Cruz, §8)