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¿Cuáles son las mejores fuentes de oración?

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Encontro Com Cristo - publicado el 24/06/15

Las 4 fuentes más eficaces para tener una vida de oración poderosa y transformadora

El Espíritu Santo es “el agua viva” que, en el corazón orante, “brota para la vida eterna” (Cf. Jn 4,14). Es Él quien nos enseña a tomar esa agua en la propia fuente: Cristo. Ahora, existen en la vida cristiana fuentes en que Cristo nos espera para saciarnos con el Espíritu Santo.

La Palabra de Dios

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La Iglesia “exhorta a todos los fieles cristianos, con vehemencia y de modo peculiar… a que por la frecuente lectura de las divinas Escrituras aprendan ‘la eminente ciencia de Jesucristo’. Se acuerden, sin embargo, de que la lectura de la Sagrada Escritura debe ser acompañada por la oración, a fin de que se establezca el coloquio entre Dios y el hombre; pues ‘a Él hablamos cuando rezamos; a Él oímos cuando leemos los divinos oráculos’” (San Ambrosio).

Los padres espirituales, parafraseando a Mateo 7,7, resumen así las disposiciones del corazón, alimentando por la Palabra de Dios en la oración: “Buscad en la lectura y encontraréis meditando; llamad orando, y se os abrirá por la contemplación” (Cf. Guigo, el Cartujo, Scala: PL 184,746C).

La liturgia de la Iglesia

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Jeffrey Bruno | Aleteia

La misión de Cristo y el Espíritu Santo que, en la liturgia sacramental de la Iglesia, anuncia, actualiza y comunica el misterio de la salvación, se prolonga en el corazón de quien reza.

Los padres espirituales comparan a veces la oración a un altar. La oración interioriza y asimila la liturgia durante y después de su celebración.

Incluso cuando es vivida “en lo secreto” (Mt 6,6), la oración es siempre oración de la Iglesia, comunión con la Santísima Trinidad (Cf. IGLH 9).

Las virtudes teologales

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Shutterstock/Freedom Studio

Entramos en la oración como entramos en la liturgia: por la puerta estrecha de la fe. Por medio de las señales de su presencia, buscamos y deseamos el rostro del Señor, y es su Palabra que queremos oír y guardar.

El Espíritu Santo, que nos enseña a celebrar la liturgia en la expectativa del regreso de Cristo, nos educa a orar en la esperanza. A su vez, la oración de la Iglesia y la oración personal alimentan en nosotros la esperanza.

Especialmente los salmos, con su lenguaje concreto y variado, nos enseñan a fijar nuestra esperanza en Dios: “En Yahveh puse toda mi esperanza, él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor” (Sal 40,2).

“El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo” (Ro 15,13).

“Y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Ro 5,5).

La oración, formada por la vida litúrgica, atrae a todos al amor con que somos amados en Cristo y que nos concede responderle, amando como Él nos amó. El amor es la fuente de la oración, quien bebe de él alcanza el culmen de la oración:

Yo te amo, Dios Mío y mi único deseo es amarte hasta el último momento de mi vida. Te amo. Dios infinitamente amable y pre­fiero morir amándote a vivir un solo instante sin amarte. Te amo, Señor, y la gracia que te pido es la de amarte eternamente. Te amo, Dios mío, y deseo el cielo sólo para poder tener la felicidad de amarte con todas mis potencias. Te amo. Dios mío, infinitamente bueno y temo el infierno sólo porque ahí no tendría jamás el dulce consuelo de amarte. Dios mío, si mis labios no pueden decirte a cada instante que te amo, quiero que mi co­razón te lo repita cuantas veces yo respire” (san Juan María Vianney).

“Hoy”

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Aprendemos a rezar en ciertos momentos oyendo la Palabra del Señor y participando de su ministerio pascual, pero en todas las épocas, en los acontecimientos de cada día, su Espíritu nos es ofrecido para hacer brotar la oración.

La enseñanza de Jesús sobre la oración a nuestro Padre está en la misma línea que la enseñanza sobre la Providencia (Cf. Mt 6,11-34).

El tiempo está en las manos del Padre; en el presente lo encontramos, ni ayer, ni mañana, sino hoy: “¡Oh, si escucharais hoy su voz!: No endurezcáis vuestro corazón” (Sal 95, 7-8).

Orar en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos del Reino revelados a los “pequeñitos”, a los siervos de Cristo, a los pobres de las bienaventuranzas.

Es justo y bueno orar para que la venida del Reino de justicia y de paz influya en la marcha de la historia, pero es también importante modelar por la oración la masa de las humildes situaciones de lo cotidiano.

Todas las formas de oración pueden ser ese fermento al cual el Señor compara el Reino (Cf. Lc 13,20-21).

Fuente: Catecismo de la Iglesia Católica nº 2652-2660

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