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Dios, ¿no te importa que nos hundamos?

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Manuel Bru - publicado el 22/06/15
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Análisis evangélico del drama de la inmigración
A veces una sola frase de la Escritura, aun sacada fuera de su contexto, es fuente inagotable de inquietud, de congoja, de hondura… es capa de remover nuestras entrañas para ser más humanos, más y mejores personas. En la misa de este domingo tenemos una de estas frases: “Maestro: ¿no te importa que nos hundamos?”

¿No te importa que nos hundamos? La pregunta en el Evangelio de Marcos se la hacen los discípulos al Maestro, y desde aquel día, no pocos cristianos a su Señor cuando, física o espiritualmente, han pasado por la angustia de ver que, sin fuerzas para evitarlo, se hunden en el fondo del mar, del abismo, de la oscuridad. 

¿No te importa que nos hundamos? Es el grito de quienes tambalean en su fe porque no ven la presencia de Dios en su infortunio.

Pero también de quienes como Job aguardan la esperanza de que el Señor “romperá la arrogancia de las olas”.
O también de quienes en la tormenta han experimentado la acción de Dios en su vidas, pues, como reza el salmo 106, “gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación. Apaciguó la tormenta en suave brisa, y enmudecieron las olas del mar”.

¿No te importa que nos hundamos? No siempre se produce el milagro. Al menos no como nosotros lo esperamos. No siempre la fe es tan fuerte como para mover montañas. No siempre el Señor increpa al viento, y calma la tempestad, o no siempre el viento y las aguas le obedecen.

¿No te importa que nos hundamos? Y pensando en esto, en las veces en las que el barco se hunde y todos naufragian, incluidos los cristianos que huyen de la persecución más atroz de la historia de la Iglesia, no puedo dejar de recordar lo que dijo monseñor Santiago Agrelo, obispo de Tanger, que no es lo mismo rezar con el salmo “Señor sálvame, que me hundo en el abismo” en una catedral, que hacerlo en una barcaza en el mar Mediterráneo o en el Estrecho de Gibraltar, llena de hombres, mujeres y niños, que sólo quieren sobrevivir, y que ven como se hunden.

¿No te importa que nos hundamos? Han pasado ahora justo dos meses desde que un pesquero naufragó en el Canal de Sicilia, entre la costa de Libia y Lampedusa. Hasta hace unos días se creyó que los ahogados eran unos 700. Ahora, por el testimonio de un superviviente de Bangladesh sabemos que fueron 950, la mayoría encerrados en la bodega. 

Entre ellos 50 niños y 200 mujeres. Sólo 28 salvaron la vida. Podrían haberse salvado muchos más, pero los responsables de la nave habían cerrado las puertas de los niveles más bajos de la embarcación para impedir la salida de las personas hacinadas en la bodega. 

Se ahogaron porque cuando el barco aún no se había hundido, la divisar un carguero, se abalanzaron hacia un lado de la v ave para pedir socorro.

Pero este, lo sabemos, no es un caso asilado. Jamás el mar Mediterráneo, escenario de las más sangrientas guerras marítimas de la historia, ha albergado tantos cadáveres humanos como en los últimos años. Se habla de más de doscientos mil en 2014.

Entre las miles de historias que he leído esta la de una mujer Siria que en otro naufragio consiguió salvar su vida volviendo a nado, y arrastrando a un hijo pequeño discapacitado. 

O la de un joven nigeriano que consiguió llegar a las costas españolas también a nado, con todo su cuerpo lleno de heridas, causadas por los trocitos de hielo en el frío mar de su travesía. Dos de sus amigos que le acompañaron en la travesía se ahogaron. Es ingeniero, y ahora en España ha establecido una empresa y hasta ha podido crear puestos de trabajo. 

¿No te importa que nos hundamos? Es el grito de la catástrofe humanitaria más grande de la historia desde la Segunda Guerra Mundial. Es una huida imparable de la persecución (étnica, religiosa, o política), y de la miseria. O todo a la vez.
Arriesgan su vida los más preparados, los más fuertes, y aún así tantos mueren en el intento. 

Desde aquí nos empeñamos en parar lo imparable, y lo hacemos sin considerar hasta las últimas consecuencias que son seres humanos como nosotros, y que nosotros, en su lugar, haríamos lo mismo. 

Los gobiernos europeos no son capaces de ponerse de acuerdo. Y miran para otro lado cuando el Papa Francisco les dice que todo esto es una vergüenza.

¿No te importa que nos hundamos? No somos el Maestro. Tal vez no podamos como él hacer que el viento y las aguas nos obedezcan. No somos el Maestro, pero si somos sus discípulos: 

Tal vez no queremos oír este grito, tal vez no nos importan. 
Tal vez no se hundan ellos solos. 
Tal vez nosotros estemos hundiéndonos en el mar de la indiferencia. 
Tal vez el día menos pensado, con una fe muy debilitada, le digamos al Señor ¿No te importa que me hunda? 
Y tal vez él mismo nos devuelva la pregunta. 
 

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