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Hace unos meses, mi buen amigo Enrique Anrubia me invitó a dar una charla en la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia sobre cine de terror. Al terminar mi intervención, Anrubia hizo una reflexión muy interesante. ¿Por qué toleramos contemplar en una película cómo matan o torturan a un ser humano y sin embargo no soportaríamos ver como hacen lo mismo con un animal?
El auditorio se quedó helado, y yo el primero. Nuestra empatía con los animales es diferente a la que mantenemos con nuestros congéneres. Sabemos que el hombre puede ser bueno, honesto, humilde y hasta santo, pero también tenemos pruebas suficientes de que el ser humano puede ser ruin, cobarde, diabólico y terrorífico.
Un animal en cambio, nunca sería malo, salvo que lo eduquemos para que lo sea. Un animal es bueno por definición y creo que en el cine se utiliza esta figura porque en el fondo sabemos que no hay nada de malo en el interior de un animal. El hombre, tan lastrado de prejuicios, normas, creencias e ideologías ha perdido la esencia de la bondad por la bondad. Ser bueno porque sí. Un perro es bueno porque sí. No sabe ser de otra forma.
Dios blanco nos cuenta la historia de Lili, una adolescente que por una serie de circunstancias se ve obligada a pasar unos meses con su padre, que vive separado de su madre. No hay una especial afinidad entre ambos pero es que, además, Lili trae consigo un perro del que no se separa nunca. Una delirante norma del gobierno exige, de la noche a la mañana, un canon a los dueños de perros que no sean de pura raza. Los animales de razas cruzadas deberán ir a la perrera y seguramente serán sacrificados. El padre de Lili se niega a pagar nada por Hagen, el animal de su hija, y la confrontación termina con el can abandonado en la calle.
A partir de este momento Dios blanco se divide en dos. Por un lado los avatares de Lili, una adolescente retraída con los tópicos clichés de la edad, que además configuran la parte menos interesante del film y las correrías de Hagen como un perro abandonado. Lo mejor de la película. El animal, que no busca hacerle daño a nadie, se conforma con comer y tener un lugar en el que resguardarse. Sin embargo Hagen tiene la mala fortuna de topar con lo mejorcito de la especie humana (entiéndase la ironía), le pegarán, le obligarán a pelear y finalmente terminarán convirtiéndolo en un monstruo.
Dios blanco, que no es una película de terror, flirtea con el género en sus últimos compases pero, sobre todo, lanza una inquietante advertencia sobre nuestro lugar en el mundo como especie pero también, sobre nuestra bondad como cualidad natural. Lo que al arrancar la película era la bondad hecha carne recubierta de pelo termina convirtiéndose en una bestia asesina astuta y peligrosa. O lo que es lo mismo, lo que era esencialmente bueno termina siendo naturalmente malo.
Dios blanco es una película muy interesante porque invita a la reflexión desde distintas ópticas. Cuál es nuestra relación con el mundo animal, qué sentido tiene penar lo diferente pero también, cuales son los códigos del cine de terror y hasta qué punto se encuentran tan codificados. Es decir, se puede hacer cine de terror sin emplear sus símbolos. Dios blanco lo hace. Y muchas cosas más.