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Las recientes caídas de Ramadi y Palmira en manos de Estado Islámico han sido un toque de alerta para los Estados Unidos y su estrategia en la región. Mientras los yihadistas avanzan y debilitan cada vez más los gobiernos de Damasco y Bagdad, las fuerzas armadas que deberían frenarlos se muestran totalmente incapaces.
La ciudad iraquí de Ramadi, capital de la provincia de Anbar y a sólo un centenar de kilómetros de Bagdad, cayó el pasado 18 de mayo. Dos días después, a cientos de kilómetros al oeste, la histórica ciudad siria de Palmira también se rendía ante los yihadistas.
La pérdida de Ramadi fue especialmente significativa para los norteamericanos, ya que allí se produjeron feroces combates entre tropas de Estados Unidos y rebeldes iraquíes durante la ocupación del país que se inició en 2003. Según la cadena NBC, una de cada tres bajas norteamericanas se produjo en la región.
Una derrota vergonzosa
Para el analista de Oriente Medio Hassan Hassan, lo peor de todo es que la maniobra de los islamistas era conocida por el ejército iraquí y el estadounidense. Al contrario que cuando cayó Mosul, la segunda ciudad de Irak, hace poco menos de un año, esta vez iraquíes y estadounidenses estaban plenamente involucrados en los combates. De hecho, parece que los Estados Unidos efectuaron en septiembre ataques aéreos para tratar de detener a los invasores en las 24 horas previas a la caída de la ciudad.
Todo fue en vano. De nuevo, los métodos que utiliza el Estado Islámico ponen la piel de gallina: más de 30 explosiones con coches bomba habrían sembrado el caos previo a una desbandada del ejército iraquí en toda regla. El general Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, afirmó: "las fuerzas armadas iraquíes no fueron expulsadas de Ramadi, abandonaron Ramadi".
Por su parte, el portavoz del departamento de defensa de los Estados Unidos, el coronel Steve Warren, aseguró que en la precipitada huida, los iraquíes dejaron más de un centenar de vehículos en manos de los combatientes de Estado Islámico.
Las relaciones entre los militares estadounidenses y sus tutelados compatriotas iraquíes parecen más tensas que nunca. El pasado 24 de mayo, el secretario de defensa Ash Carter dijo que la caída de Ramadi evidenciaba que las fuerzas iraquíes no tienen "voluntad de combate". Carter se unía así a otros críticos como Warren, que ya había declarado que habían fracasado tanto el liderazgo como las tácticas de los iraquíes.
Al Assad también tiene problemas
Hassan Hassan alerta de que los avances de Estado Islámico en Irak están haciendo que milicianos chiítas que combatían por el régimen de Bashar al Asad estén retornando a su tierra natal para defenderla.
Literalmente, el Asad está quedando sin hombres que empuñan las armas para su causa. En resumen, problemas tanto para el gobierno democrático iraquí como para la dictadura bajista de Siria. De hecho, cada vez son más los que consideran que el régimen de Asad está perdiendo definitivamente la guerra civil que asola su país desde hace más de cuatro años.
Confusión en el Pentágono
Al parecer, la estrategia de los Estados Unidos de participar en la lucha contra Estado Islámico desde la retaguardia y el cielo está fracasando estrepitosamente. Más preocupante aún, según informan Paul McLeary y Ariel Robinson en Foreign Policy, Dempsey y Warren han ofrecido versiones contradictorias de los acontecimientos de los últimos días, especialmente en su análisis de la relevancia estratégica de la refinería de Baiji.
Además, Dempsey despreció la caída de Ramadi mientras el secretario Carter se mantenía en silencio y el general de brigada Thomas Weidley aseguraba que el Estado Islámico "estaba a la defensiva". En definitiva, un buen lío que suma aún más dudas al futuro de la región. Y mientras tanto, como Hassan Hassan advierte, el Estado Islámico está lejos, muy lejos, de perder poder.
Artículo originalmente publicado por Forum Libertas