No es sólo el momento en que el sacerdote dice: “…para que se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo”
La consagración no es sólo el momento en que el sacerdote dice: “…para que se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo”, sino que incluye las palabras que pronunció Jesús en la última cena y que repite el sacerdote “Tomad y comed….”, “Tomad y bebed…”. Al decir estas palabras, el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo.
Es por esto que terminada la consagración, el sacerdote dice: “Este es el sacramento de nuestra fe”. Y el pueblo contesta: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesús!". La elevación hace parte de la consagración.
En algunos lugares se han hecho sonar en ese momento de la misa unas campanillas, sobre todo en la misa preconciliar, cuando era en latín; su función era llamar la atención de los fieles en el momento más sublime de la misa pues la gente no lo entendía o no lo conocía.
Ahora bien, “la naturaleza de las partes “presidenciales” exige que se pronuncien con voz clara y alta, y que todos las escuchen con atención (Instrucción Musicam sacram,14).
Por consiguiente, “mientras el sacerdote las dice, no se tengan cantos ni oraciones y callen el órgano y otros instrumentos musicales” (IGMR, 32). Se trata de que nada quite la atención a aquellas sublimes palabras.
La Plegaria Eucarística, -de la cual la consagración constituye el corazón y la esencia-, es considerada como la principal de las oraciones presidenciales (Cf. IGMR, 30); es más, las palabras de la consagración las dice el sacerdote In Persona Christi.