De manera pues que el don de lenguas es el don concedido a una persona por obra del Espíritu Santo para «hablar» en uno o varios idiomas diferentes y, de este modo, ser oída por cada oyente solamente en su lengua materna sin que el que habla se dé cuenta de estarse expresando en otro idioma y sin que tampoco el que oye, sepa que el que habla desconoce su idioma.
Este fenómeno supone que la «traducción» a los diferentes idiomas es obra del mismo Espíritu Santo, sin intervención lingüística de nadie, ya que la persona es incapaz por sí misma de conocer verdaderamente una lengua a la perfección que no sea la suya y sin que la haya aprendido.
Cuando san Pablo habla, por ejemplo, de los «gemidos infefables», él está hablando de expresiones en pleno éxtasis cuando la persona con gran amor a Dios ora intensamente.
Es algo parecido a las palabras cariñosas, sin sentido alguno, y que se pronuncian cuando hay amor entre esposos o entre padres e hijos, por ejemplo cuando un marido le dice a su esposa «mi churry» o cuando la madre balbucea palabras raras dirigiéndose a su bebé.
El don de lenguas no se puede confundir con la posibilidad de hablar, en el pleno sentido de la palabra, otras lenguas -incluso lenguas inexistentes o muertas- sin haberlas aprendido. Esto es considerado más bien demoniaco y suele ocurrir en personas poseídas, aunque dicha posesión no parezca ser tan aparatosa.
También esta capacidad demoníaca puede observarse cuando se realizan ciertas actividades sacrílegas o paranormales tales como espiritismo, satanismo, esoterismo.

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