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¿Qué relación hay entre Dios y el sexo?

Pareja bajo la luz

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Pareja

Aleteia Team - publicado el 09/06/15

Por qué la Iglesia pide esperar hasta el matrimonio

La sexualidad humana es un don mucho más precioso que un disfrute o un mecanismo de procreación; es el lugar de expresión de un amor al otro que, por la unión de los cuerpos, se conforma al amor de Dios en su unión íntima con el hombre. Por eso encuentra su pleno cumplimiento ordenándolo a Él en el sacramento del matrimonio.

Hoy la sexualidad es ampliamente descrita y expuesta, desde todos los ángulos, desde su presentación fisiológica –e incluso ahora social- a los niños en la escuela, a su utilización erótico-mercantil en el marketing y los medios de comunicación.

Sin embargo, la sexualidad es algo muy diferente a un medio técnico de satisfacción de deseos y consumación de placeres entre personas que lo consienten.

El cuerpo humano tiene un significado que le es propio: el de una íntima relación con Dios. Se puede decir que ha sido creado para la encarnación del Verbo, como lugar de la unión de las naturalezas humana y divina.

San Pablo prevenía a los habitantes de Corintio contra la perversión diciéndoles: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios y que no os pretenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo”.

Pero más aún que el mismo cuerpo, la unión de los cuerpos de los esposos lleva una significación muy alta respecto a la relación del hombre con Dios.

La vocación del hombre y de la mujer de ser una sola carne (Gn 2, 24; Mt 19,5 ; Mc 10,8) está inscrita en el principio mismo del hombre.

En el Antiguo Testamento, esta unión es empleada a menudo como imagen del amor entre Dios y su pueblo. En la Nueva Alianza, podemos decir que encarna la unión de Cristo y de su Iglesia.

La unión de los cuerpos es por tanto una alta expresión del amor, porque conforma la relación de pareja al amor divino y, bajo el modo sacramental, encarna realmente este amor. Por eso para los bautizados la unión carnal sólo tiene sentido en el marco del sacramento del matrimonio.

Esta vocación a ser una sola carne, realizada en la unión carnal de los esposos, comunica su gracia librando al hombre de su incapacidad de darse, purificando su relación con el otro de las relaciones de dominio y de lujuria heredadas del pecado original.

Por medio de Cristo, en el matrimonio, el amor de los hombres puede de nuevo acoger el amor de Dios y conformarse a él.

Ciertamente, no es necesario casarse para empezar a amarse verdaderamente. Pero este amor compartido sólo encuentra su cumplimiento reconociéndolo como recibido de Dios y consagrado a cambio a Él.

Este es el sentido del sacramento del matrimonio, que, más aún que el hecho de transmitir la vida, da su sentido y su verdadera razón de ser a la unión carnal.

El significado de la unión carnal está inscrito en el hombre desde los orígenes y no está ligado a una época concreta.

La Iglesia, que quiere elevar a sus hijos hacia el Padre, no dondena a las personas sino que transmite lo que ha recibido de la Revelación, para que, dejándose enseñar por ella, los novios y después los esposos puedan vivir un amor más auténticamente orientado a Dios.

A veces se oye decir que la Iglesia, y en particular el clero, no saben nada y no pueden conocer nada en materia de sexualidad. Algunos dicen también que la Iglesia no debería interferir en lo que pasa en el lecho conyugal.

Sin embargo, inspirada por el Espíritu en sus enseñanzas, “experta en humanidad” (Pablo VI), acompañando a las parejas antes y durante el matrimonio, en toda su diversidad, y porque la Iglesia incluye también a las personas casadas, se puede decir que es realmente competente en la materia.

Su experiencia y su inspiración la pone al servicio de todos, no para ejercer ningún poder controlando el placer de los creyentes o su fecundidad, no para condenar, sino para aclarar.

En palabras de Juan Pablo II, la Iglesia no añade ninguna exigencia al amor más que las del amor auténtico. En materia de sexualidad, la Iglesia no impone disciplinas sobre el modo de lo que se debe permitir y lo que se debe defender, sino que guía a las personas, siguiendo la misión que ha recibido, para permitirles vivir auténticamente la relación de amor en la que se comprometen.

No porque sea inútilmente conservadora, sino en aras de la verdad, la Iglesia continúa enseñando que las relaciones sexuales, cuando no están ordenadas a Dios por el sacramento del matrimonio, que es lo que están destinadas a ser, son por definición desordenadas.

La Iglesia no pronuncia ninguna condena de las personas y sólo enseña, a aquellos que quieren amar a Dios y darle gloria, que no desvíen de su tan alta finalidad este maravilloso don de la sexualidad.

¿Cómo la Iglesia, porque lo pidan los aires de los tiempos, podría renunciar a enseñar lo que es bello, lo que es verdad? Nosotros lo hemos visto: esta vocación a la unión carnal de los esposos como encarnación del amor divino está inscrita en el hombre desde los orígenes. No tiene nada de principio sometido a los aires de los tiempos.

Y si el hombre está llamado a apropiarse esta vocación natural, no es para hacer de ella un producto cultural, sino un cumplimiento sobrenatural.

¿Cómo podría la Iglesia faltar hasta este punto a su deber, maternal y magisterial, de elevarnos hacia Dios, dejando de enseñar esta vocación que el Señor ha revelado en las Escrituras?

La Iglesia no sólo no obliga a nadie a escucharla, sino al contrario, a imagen de Cristo, es pedagoga paciente y primera mediadora de la misericordia del Señor. Ella propone, y el hombre dispone libremente, de manera que pueda ejercer su libertad.

Siempre está el riesgo de que la unión conyugal no vaya como uno esperaba. Sin embargo, el compromiso total no sufre periodos de ensayo. El don de sí que es el amor verdadero es incondicional.

Probar mutuamente “para ver” perjudica seriamente la preciosa confianza sobre la que se construye la pareja. Probar sin comprometerse es todo lo contrario a una prueba de amor. Además, la unión sin compromiso comporta serios riesgos, en caso de concepción no deseada de un hijo.

Actualmente se está acostumbrado a probar antes de comprar. ¡Pero la elección mutua de los cónyuges es de otro tipo! El miedo a una falta de armonía en las relaciones sexuales puede ser legítimo, por supuesto. Puede verificarse después. Debe entonces ser objeto de un trabajo difícil de curación para las parejas.

Sin embargo, el matrimonio, y en él la unión carnal, sólo puede vivirse auténticamente como don total e incondicional. El hecho de probar antes, para ver si va a ir bien, es una herida grave hecha a la confianza en la que se basa la pareja, como una condición de retracto en el don de sí.

La realidad del amor es un compromiso total, una locura a los ojos de los hombres. Es así como es el amor de Dios y también como Él quiere el amor humano.

El hecho de querer probar antes, lejos de asegurar la perennidad de una relación, la daña considerablemente en su base. Hiere la intimidad de las personas, incitando a relaciones con varias parejas diferentes.

Por otra parte, puede ocurrir que la unión carnal, no siendo más que un ensayo sin compromiso, tenga como consecuencia inmediata la concepción de un hijo.

Si el compromiso mutuo en el matrimonio, por definición abierto a la vida, no precede a la unión carnal, hay entonces un riesgo para el hijo de que sus padres se separen a causa de su llegada, o incluso de que no lo deseen y atenten contra su vida, especialmente cuando el aborto está tan banalizado.

Por otra parte, sabiendo todo el bien que hay al vivir la unión carnal en el matrimonio, no esperar porque se sabe que el matrimonio simplemente llegará más tarde da testimonio de un arrebato de la pasión, que contribuye a poseer al otro y utilizarlo para la propia satisfacción.

Sea cual sea entonces la fuerza del deseo amoroso, lo desvía de su fin comunicativo, el amor, y nos aleja de Dios, en lugar de acercarnos a Él.

Sentir el deseo carnal sin ceder a él, como una espina a veces, ofreciéndoselo a Dios en la amorosa y paciente espera del matrimonio, es sin duda la prueba de amor más bella que se pueda dar, tanto al novio como a Dios.

¡Pero es muy difícil! Por eso es tan importante que eso se viva serenamente, en pareja, y con este objetivo, que las parejas sean acompañadas y fortalecidas en la fe durante el tiempo del noviazgo.

Por Joël Sprung, casado y adre de dos hijos, convertido a la fe católica y bloggero con el pseudónimo Pneumatis.

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