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¿Hay que parar la misa si alguien se encuentra mal?

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TATJANA SPLICHAL | DRUŽINA

Gelsomino del Guercio - publicado el 06/06/15

Liturgista recomienda una pausa de silencio y una oración para que la persona se reponga

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Pregunta de un lector: ¿Si un fiel tiene un malestar durante la celebración, el sacerdote puede interrumpir la misa o debe proseguir normalmente?”

“Para responder a la pregunta –declara Giuseppe Busani, liturgista de la diócesis de Piacenza-Bobbio– imaginemos que el hecho en cuestión sucede en dos celebraciones distintas: en una celebración festiva en que participa una asamblea numerosa y articulada en un ministerio diversificado, o en una pequeña asamblea reunida para una celebración laborable o incluso festiva pero pobre de ministerio”.

La liturgia es el encuentro con Jesús

La liturgia eucarística “está estructurada de manera que conduzca a los fieles a confesar la primacía de la acción de Dios y a participar en la Pascua del Hijo”.

En la liturgia de la Palabra, “que culmina en la proclamación del Evangelio de Jesús y en la profesión de fe, se revela el verdadero rostro del Padre”.

En la liturgia eucarística, “que tiene su culmen en la acción de gracias de la oración eucarística, los fieles participan en el misterio de la Pascua del Hijo hasta recibir la gracia de comulgar su cuerpo. Alrededor de estos dos momentos focales y centrales de la celebración se realizan los ritos de entrada y salida”.

Participación de los fieles

Cada celebración, continúa el liturgista, “se realiza con las palabras y gestos entre sí sabiamente ordenados y vinculados, pero conlleva también silencios, breves pausas, algunas interrupciones singulares, que, sin embargo, no son extraños a la celebración, más aún: intensifican la participación.

La liturgia, sobretodo en los ritos de entrada y salida, no excluye la vida concreta de las personas, sino que la acoge y reúne, la coloca bajo la acción del misterio lleno de gracia de la Pascua de Jesús para que sea transformada”.

Pausa de silencio en el rito

Un suceso como el malestar de uno de los participantes en la celebración, “no debe nunca conducir a la suspensión de la misma, es decir, a su total interrupción, y ni siquiera a una conclusión apresurada”.

Al mismo tiempo, subraya monseñor Busani, “permite y exige que se pueda realizar una breve pausa de silencio no del rito, sino en el rito».

«Y esto es para volver posible una adecuada atención y cuidado a esa situación particular por parte de los ministros (diáconos y acólitos) o de alguien de los fieles (sobretodo los familiares o, si estuvieran presentes, médicos y enfermeros)”.

Una oración colectiva

Un ministro ordenado que preside la celebración “puede intervenir directamente invitando y solicitando a ejercer una proximidad de servicio y sobretodo conectando esa situación de enfermedad con la oración de toda la asamblea».

«La oración puede ser colocada en una de las intercesiones de la oración universal o en el momento de la bendición final”, propone.

Esto en el caso de una asamblea numerosa y articulada a nivel ministerial.

En ausencia de estas condiciones –observa el liturgista–, el presbítero mismo puede intervenir también de manera directa, sin olvidar su servicio de presidente de la oración y encontrando la forma más adecuada para que sea respetado el ritmo y el orden de la acción ritual”.

Primacía de la acción de Dios

La oración litúrgica, concluye Busani, “es acción divina y humana: ninguna situación de las personas debe excluirse, pero la primacía se da a la acción de Dios».

«No existe situación que pueda justificar la indiferencia frente a un hermano o una hermana en dificultad, pero ninguna dificultad es en última instancia vivida sin encomendarla al poder de curación que puede provenir sólo de la pasión de Dios para cualquier situación humana -concluye-. Esta es la obra de la liturgia”.




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