“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis” (Mateo 25:35-36)
Se habla mucho en los últimos tiempos de una Edad Dorada en las series televisivas, como explicación de la madurez de un medio que en la última década ha ofrecido productos calificados como obras maestras tales como “Los Soprano” o “The Wire” en el drama o “Frasier” y “The office” en comedia. Quizá con un nivel de excelencia algo inferior para los críticos más snobs no pueden soslayarse fenómenos globales como “Lost” y “Juego de Tronos” o “Cómo conocí a vuestra madre” y “Big Bang Theory”.
Esa madurez del medio televisivo ha permitido que la industria estadounidense haya sido capaz de producir productos como “True detective” o “Parks and recreations”, más arriesgados, dirigidos a públicos de nicho minoritario y desde luego imposibles de haber sido producidos hace diez años.
¿Está sucediendo algo similar en España? Podría analizarse bajo esa luz una serie como “Refugiados” que, desde luego, por derecho propio pasa a la Historia de la Televisión de nuestro país por tratarse de la primera coproducción entre un conglomerado nacional (Atresmedia) y la prestigiosa BBC británica, casi un sinónimo de calidad e influencia sin que las décadas aminoren está prevalencia.
Si millones de espectadores esperan ansiosos la siguiente tanda de tres capítulos de su actualización a la era contemporánea de “Sherlock” teniendo que “conformarse” con “Elementary” a modo de sustituto, no es menor la herencia dejada por la serie que produjeron a principios de los 90 adaptando una trilogía literaria y que ahora goza de incontestable éxito en su adaptación norteamericana aunque haya perdido el artículo inicial por el camino y ahora se titule “House of Cards”.
Que una firma de tanto prestigio televisivo confíe en un producto de origen patrio supone desde luego un punto de inflexión por el mero hecho de la producción, que además se ha grabado en inglés, pero es casi más interesante acudir a las peculiaridades de “Refugiados” para conceder que vivimos un momento en el que la valentía en los planteamientos, la singularidad en los temas y la apuesta por nuevos géneros narrativos ya se han consolidado también en nuestra televisión, aunque tengan que venir desde fuera a confirmárnoslo.
En “Refugiados” el planteamiento inicial es que una noche aparecen diseminados por todo el planeta 3.000 millones de viajeros que vienen desde el futuro. Todos desnudos, sin ropa, necesitados de comida, ropa y refugio. Muchedumbres que saturan los lugares donde aparecen y sus recursos, poco disimulado trasunto de los dramas migratorios actuales que incluso en casos extremos nos han permitido comprobar la generosidad de que somos capaces, como cuando el verano pasado las iglesias de Sicilia se convirtieron en refugio para miles de inmigrantes.
Dejando a un lado la propuesta fantacientífica nos adentramos a continuación en el aspecto que enriquece las tramas y hace que los espectadores se identifiquen con los personajes y se conviertan en fieles seguidores: los protagonistas y sus conflictos. Como en “Lost”, aquí lo de menos es la naturaleza de la isla, el oso polar y la nube de humo. En “Refugiados” no nos interesa (o al menos el equipo de guionistas hace todo lo posible para que eludamos ese aspecto) el método por el que desde el futuro nos han enviado 3.000 millones de personas o para qué sirve esa luz roja intermitente que todos llevan implantada en el pecho.
La intriga está casi más en cómo afrontan los distintos personajes, tanto “locales” como “visitantes”, la obligada convivencia no siempre bien aceptada, la colisión entre quien tiene algo y quien carece de todo, el conflicto entre quien teme (a) lo(s) desconocido(s) y quien oculta quién sabe qué terrible secreto sobre lo que sucederá el 30 de agosto de 2028.
Pero por encima de todo será polo de atracción cómo la concordia se ve rota por las fricciones entre quienes aceptan que hay que socorrer al necesitado y quien muestra su recelo hacia los desfavorecidos hasta el punto de que haya que mantener en secreto la ayuda que se presta, como pone de relieve un diálogo del capítulo 3 y que nos recuerda sutilmente lo complicado que es en ocasiones mantenerse firme en la virtud:
-No quiero que defiendas a los refugiados delante de nadie
-¿Por qué?
-Es complicado.