¿Por qué este obispo mártir "levanta pasiones" entre creyentes y no creyentes?
El arzobispo Oscar Arnulfo Romero fue declarado Beato por la Iglesia Católica el pasado 24 de mayo de 2015. Quiero compartir un conjunto de reflexiones y provocaciones que tan gozoso acontecimiento me suscita.
1.- La ceremonia de beatificación tuvo lugar la víspera de una de las tres fiestas más importantes de la Iglesia: Pentecostés, el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles. La fecha elegida no fue obra de la casualidad y, me parece, constituye una de las más importantes claves para comprender la trascendencia del acontecimiento.
Recordemos. En aquel día los discípulos de Jesús estaban reunidos en una casa, cualquier casa, digamos la primera parroquia. Dios se hizo presente como un viento fuerte, como lenguas de fuego y entonces se llenaron del Espíritu Santo. Comenzaron a hablar en distintos idiomas y las personas que les escuchaban, provenientes de diversas partes del mundo, comprendieron “las maravillas de Dios en su propia lengua”.
Sutilezas teológicas aparte, lo cierto es que Iglesia empezó su misión en ese preciso momento. Apóstoles y discípulos nunca volvieron a ser los mismos. Por eso, cada que hay un gran acontecimiento en el cual la voluntad de Dios se hace patente, cuando se siente el soplo suave y decidido del Espíritu Santo, decimos que vivimos un nuevo pentecostés. Así fue en el Concilio Vaticano Segundo y la reunión de la Iglesia latinoamericana en Aparecida (Brasil, 2007).
Las crónicas y videos que he podido leer y ver me dicen que en San Salvador sucedió algo similar. Cientos de miles de personas de distintos lugares del planeta se reunieron para celebrar que un hombre, obispo de la Iglesia Católica, fue testigo del amor de Cristo al extremo de dar la vida por sus amigos. La Iglesia latinoamericana no volverá a ser la misma pues en este acontecimiento, sumado a la elección del Papa Francisco, deja en claro que el difícil proceso de recepción del Concilio Vaticano II ha concluido, nuevos vientos soplan y grandes retos quedan por delante.
En Romero la Iglesia se ha dejado tocar por el Espíritu Santo. Los católicos estamos siendo interpelados por Dios, nos habla en distintas lenguas y las preguntas, seguro, no son muy distintas a las que se hicieron los apóstoles. ¿Nos dejaremos inflamar por el Espíritu Santo? ¿Seremos capaces de ser dóciles a la voluntad de Dios? ¿Sabremos anunciar el Evangelio con una fe firme, una esperanza viva y una caridad ardiente? ¿Podremos hablar y anunciar a Cristo en todas las lenguas, es decir, a todas las culturas? ¿Acaso podremos comunicar las maravillas de Dios? Por lo contrario, ¿caeremos en la tentación de la infertilidad, limitados por un catolicismo vergonzante o por la confusión de la fe con agendas ideológicas y agencias políticas? La presencia del Espíritu Santo es un gozo y también un tremendo reto.
2.- La recepción de la beatificación de Romero fue en verdad entusiasta entre católicos y no católicos, fuera de los amargados de siempre que padecen de complejo anti-romano, según el cual nada que huela a católico puede ser justo, bueno o verdadero. Cada quien con sus complejos. Ahora bien, sólo en los extremos del perfil eclesiástico no se comprendió lo que sucedía.
Quienes confunden la fe con un programa político “progresista” (con todas las comillas que amerita el caso) dieron de brinquitos para salir en la foto, pretendiendo revindicar no a Romero, sino su personal agenda a la cual gustan de llamar “profética”, creando algunas dudas sobre la humildad de su propuesta. En el otro extremo, el que confunde la fe con una agenda política “conservadora” (con las comillas del caso) mantuvieron un bajo perfil y se les agradece. Si no tenían mucho que decir, era mejor que no lo dijeran.