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Reflexiones sobre la beatificación de Oscar Arnulfo Romero

Jorge Traslosheros - publicado el 27/05/15

¿Por qué este obispo mártir “levanta pasiones” entre creyentes y no creyentes?
El arzobispo Oscar Arnulfo Romero fue declarado Beato por la Iglesia Católica el pasado 24 de mayo de 2015. Quiero compartir un conjunto de reflexiones y provocaciones que tan gozoso acontecimiento me suscita.
 
1.- La ceremonia de beatificación tuvo lugar la  víspera de una de las tres fiestas más importantes de la Iglesia: Pentecostés, el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles. La fecha elegida no fue obra de la casualidad y, me parece, constituye una de las más importantes claves para comprender la trascendencia del acontecimiento.
 

Recordemos. En aquel día los discípulos de Jesús estaban reunidos en una casa, cualquier casa, digamos la primera parroquia. Dios se hizo presente como un viento fuerte, como lenguas de fuego y entonces se llenaron del Espíritu Santo. Comenzaron a hablar en distintos idiomas y las personas que les escuchaban, provenientes de diversas partes del mundo, comprendieron “las maravillas de Dios en su propia lengua”.

Sutilezas teológicas aparte, lo cierto es que Iglesia empezó su misión en ese preciso momento. Apóstoles y discípulos nunca volvieron a ser los mismos. Por eso, cada que hay un gran acontecimiento en el cual la voluntad de Dios se hace patente, cuando se siente el soplo suave y decidido del Espíritu Santo, decimos que vivimos un nuevo pentecostés. Así fue en el Concilio Vaticano Segundo y la reunión de la Iglesia latinoamericana en Aparecida (Brasil, 2007).
 
Las crónicas y videos que he podido leer y ver me dicen que en San Salvador sucedió algo similar. Cientos de miles de personas de distintos lugares del planeta se reunieron para celebrar que un hombre, obispo de la Iglesia Católica, fue testigo del amor de Cristo al extremo de dar la vida por sus amigos. La Iglesia latinoamericana no volverá a ser la misma pues en este acontecimiento, sumado a la elección del Papa Francisco, deja en claro que el difícil proceso de recepción del Concilio Vaticano II ha concluido, nuevos vientos soplan y grandes retos quedan por delante.
 

En Romero la Iglesia se ha dejado tocar por el Espíritu Santo. Los católicos estamos siendo interpelados por Dios, nos habla en distintas lenguas y las preguntas, seguro, no son muy distintas a las que se hicieron los apóstoles. ¿Nos dejaremos inflamar por el Espíritu Santo? ¿Seremos capaces de ser dóciles a la voluntad de Dios? ¿Sabremos anunciar el Evangelio con una fe firme, una esperanza viva y una caridad ardiente? ¿Podremos hablar y anunciar a Cristo en todas las lenguas, es decir, a todas las culturas? ¿Acaso podremos comunicar las maravillas de Dios? Por lo contrario, ¿caeremos en la tentación de la infertilidad, limitados por un catolicismo vergonzante o por la confusión de la fe con agendas ideológicas y agencias políticas? La presencia del Espíritu Santo es un gozo y también un tremendo reto.
 
2.- La recepción de la beatificación de Romero fue en verdad entusiasta entre católicos y no católicos, fuera de los amargados de siempre que padecen de complejo anti-romano, según el cual nada que huela a católico puede ser justo, bueno o verdadero. Cada quien con sus complejos. Ahora bien, sólo en los extremos del perfil eclesiástico no se comprendió lo que sucedía.

Quienes confunden la fe con un programa político “progresista” (con todas las comillas que amerita el caso) dieron de brinquitos para salir en la foto, pretendiendo revindicar no a Romero, sino su personal agenda a la cual gustan de llamar “profética”, creando algunas dudas sobre la humildad de su propuesta. En el otro extremo, el que confunde la fe con una agenda política “conservadora” (con las comillas del caso) mantuvieron un bajo perfil y se les agradece. Si no tenían mucho que decir, era mejor que no lo dijeran.

 
Por desgracia, no faltaron declaraciones muy fuera de lugar y de claro oportunismo político, como las de Obama quien invitó a imitar a Romero, lo que hubiera ofendido profundamente al obispo mártir. El no quería ser imitado, él quería que todos se hicieran fieles seguidores de Cristo. Y como eso resulta molesto, lo mataron. Unos por acción, otros por omisión. Al final, intentaron sacar raja partidista. La beatificación de Romero lo ha hecho ya imposible. Es un hombre para todas las personas, con fuerte identidad católica.  
 
Me llamó también la atención cierta discurso de algunos analistas, pocos pero ruidosos, quienes insisten todavía en la conseja de que la causa de Romero fue ofendida con rudeza por los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, hasta que llegó Francisco a poner las cosas en su lugar. La evidencia histórica dura con que contamos permite construir una historia muy diferente. Un asunto que ya hemos tenido oportunidad de analizar en este espacio, por lo que a ello me remito.
 
Sólo recordaré que la causa de Romero, en el promedio general de duración de los procesos de beatificación, no fue retardada. De hecho, está en el promedio porque gozó del apoyo y simpatía de ambos Papas a quienes ahora tratan de crearles una leyenda negra. Quienes tal ponzoña propagan buscan dividir y sacar ventaja, pero en manera alguna hacer justicia con Romero. Incluso han llegado a decir que la Iglesia salvadoreña escondió el cuerpo para evitar la propagación de su ejemplo. Esto, claro está, alcanza las alturas de una auténtica teoría de la conspiración, hermana gemela de la mala ciencia ficción. El no culto público antes del inicio de un proceso de canonización es condición necesaria para su avance exitoso. Si de estas conjeturas o condiciones se quieren tejer telarañas, pues que se haga bolas con su telar.
 
3- ¿Por qué es importante Romero para la Iglesia Universal, latinoamericana y en general para la cristiandad? Veamos. No fue un teólogo de la liberación, como ha dejado muy en claro Gustavo Gutiérrez, excelso teólogo y padre de esta corriente de pensamiento, para enfatizar la vocación de pastor universal e incluyente de Romero.

Su programa social y de derechos humanos, lo sabemos bien, bebió del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia, más un entusiasmo inequívoco por el Concilio Vaticano II y las reuniones de los obispos latinoamericanos. Fue amigo del Opus Dei y sus confesores fueron de este movimiento, como también lo fue de jesuitas, salesianos, franciscanos, del clero diocesano y, sobre todo, de los fieles de a pié en cada parroquia. En suma, fue un obispo dispuesto en todo, para todos. Entonces, sin no fue el afamado paladín de algún programa o ideología política, ni promotor y mucho menos vocero de cierta corriente teológica, entonces, ¿dónde radica su importancia?
 
El valor humano del testimonio de Romero es evidente a la razón, incluso sin la ayuda de la fe. Por este motivo la ONU ha declarado el 24 de marzo, fecha de su martirio, como el día internacional del derecho a la verdad concerniente a violaciones graves a los derechos humanos y por la dignidad de las víctimas. Un asunto que nos debe llenar de alegría, pero no lo es todo. Romero no fue solamente un héroe civil, un gran luchador social o un notable héroe de nuestro tiempo. Quedarse con esto es no entender su vida, ni por qué fue capaz de reunir semejante multitud el día en que la Iglesia lo proclamó bendito a los ojos de Dios.
 
Para entender a cabalidad quién fue Romero es necesario ponerse en la perspectiva de la fe y así adentrarse en la grandeza del misterio que lo movía. Es claro que su opción primera y más radical fue por la persona desde el momento mismo de la fecundación, hasta la muerte natural.
Entendió que, en cualquier situación de la vida entre esos dos momentos, es necesario hacer respetar la dignidad humana y que son los  pobres sociales y existenciales quienes marcan en primer lugar el rumbo a seguir, por ser los predilectos de Dios. Los pobres vistos con los ojos de Dios y no por una doctrina política o económica, pues en no pocas ocasiones resultan en ideas opuestas de pobreza.
 
No es tan complicado saber quién fue Romero finalmente. Oscar Arnulfo fue un obispo católico, quien dio la vida por sus amigos porque amaba entrañablemente a Jesús de Nazaret, el hijo del Dios viviente, quien tiene palabras de vida, quien es el camino, la verdad y la vida. En esto radica la grandeza de Romero y por eso la Iglesia Universal lo considera un mártir y aquí debo incluir a mis hermanos de otros ritos católicos y confesiones protestantes quienes tanto lo quieren.

No es necesaria la fe para entender esta simple y sencilla razón; pero sí es necesaria para adentrarse, con reverente silencio, en su grandeza. El Papa Francisco así lo entendió y comunicó en una carta en la cual reflexiona sobre su persona, misión y legado. Vale la pena regresar sobre sus palabras:  

“En ese hermoso país centroamericano, bañado por el Océano Pacífico, el Señor concedió a su Iglesia un obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los hermanos, se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor. En tiempo de difícil convivencia, Monseñor Romero supo guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia. Su ministerio se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados. Y en el momento de su muerte, mientras celebraba el Santo Sacrificio del amor y de la reconciliación, recibió la gracia de identificarse plenamente con Aquel que dio la vida por sus ovejas […] La voz del nuevo Beato sigue resonando hoy para recordarnos que la Iglesia, convocación de hermanos en torno a su Señor, es familia de Dios, en la que no puede haber ninguna división. La fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias genera comunidades artífices de paz y de solidaridad. A esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en el mundo entero: a ser rica en misericordia y convertirse en levadura de reconciliación para la sociedad”.
 
4.- El misterio que abraza su beatificación tiene la fuerza para unirnos a creyentes y no creyentes, o creyentes de otras religiones y confesiones cristianas, en la causa común de una sociedad más humana, más justa, capaz de respetar la vida y dignidad de cada persona desde el primer momento, hasta su final natural, asumiendo a plenitud cada paso y cada situación del ser humano a lo largo de su vida. En efecto, como decíamos al inicio de nuestras reflexiones, la beatificación de Romero sucede en la víspera de la fiesta de Pentecostés porque su martirio, como el de nuestros hermanos en Medio Oriente, África quienes sufren cruel persecución, construye la Iglesia y alimenta la esperanza que nos sostiene al caminar.
 
5.- Los más grandes homenajes que yo presencié en honor de Monseñor Romero en el día de su beatificación sucedieron lejos de San Salvador. En la ciudad de Cuernavaca, capital del Estado de Morelos en México, y en la capilla del Altillo de la ciudad de México.
 
El obispo de Cuernavaca, don Ramón Castro y Castro, tomó posesión de su Iglesia hace relativamente poco tiempo. De inmediato empezó una intensa visita a su diócesis que, con el pasar de los días, se convirtió en su modo particular de ser pastor. Por su cercanía con las personas, entendió la urgencia de la paz y el respeto a la vida en una entidad donde la delincuencia golpea duramente a la gente. Así, año con año ha organizado una marcha por la paz y la vida, cada vez con mayor convocatoria. La marcha, por si hiciera falta decirlo, es la punta del iceberg de un gran programa pastoral en aquella golpeadísima diócesis.

 
Monseñor Castro es lo que el Papa Francisco llama “un pastor con olor a oveja”. Está involucrado con su pueblo, con los más sencillos y débiles, sean católicos o de cualquier condición. Esto ha puesto muy nerviosos a los poderosos de la tierra, por usar un término bíblico, principalmente al gobernador de la identidad e intereses que le rodean. En esta ocasión se dedicaron a sabotear y atacar la marcha, acusando al obispo de meterse en cosas que no son de su incumbencia, ¡como si el bienestar de la gente no fuera de la incumbencia de un seguidor de Cristo!

A pesar del sabotaje, la marcha se realizó y más de treinta mil personas vestidas de blanco reclamaron por medios pacíficos que se trabaje decididamente por la paz y se respeta la vida de cada ser humano, sin importar su tamaño o situación. Obvio, los medios de comunicación casi ignoraron el evento.
 
Es previsible que los ataques al obispo Ramón Castro se profundicen. Así fue con Romero. Cuando el Papa dice que quiere obispos con olor a oveja, muchos políticos e ideólogos de diversos colores festinan con entusiasmo; pero cuando actúan en consecuencia, los reprueban y reprimen de diversas maneras. Celebran la beatificación de Romero, lo que es justo; pero atacan a los obispos que actúan como lo hiciera el Beato latinoamericano. La historia no es nueva. Levantan monumentos al profeta muerto, pero persiguen al profeta vivo, decía Jesús. Signo de los tiempos.
 

El segundo homenaje sucedió durante la misa de Pentecostés de los grupos juveniles del Altillo, donde participa uno de mis retoños. La Iglesia comandada por los Misioneros del Espíritu Santo tienen una maravillosa pastoral para sordomudos, un grupo social tan invisible y marginado que no aparece en la lista de causas que defienden los políticos, vaya, ni siquiera en las comisiones de derechos humanos siempre tan combativas. No rinden dividendos electorales, ni consiguen presupuestos o apoyos. En esta ocasión nos acompañaron en la liturgia.

Entonces sucedió que en la Iglesia se hablaron distintas idiomas en presencia del Espíritu Santo y los ahí presentes escuchamos con el corazón las maravillas de Dios. La fecha de la beatificación de Monseñor Romero, insisto, no fue casualidad.  
 
Quiero concluir estas pequeñas reflexiones con las mismas palabras del Beato, quien fuera un humilde trabajador de la viña del Señor, pronunciadas durante una homilía el 6 de noviembre de 1977: “Hermanos, ¡cómo quisiera yo grabar en el corazón de cada uno esta gran idea: el cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, de prohibiciones! Así resulta muy repugnante. El cristianismo es una Persona que me amó tanto, que me reclama mi amor. El cristianismo es Cristo”.
 

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