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¿Por qué es bueno respetar la Liturgia?

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Ignacio Centenera Crespo - publicado el 24/05/15

Hay sacerdotes que, con un afán (positivo) de atraer a más gente a Misa, acuden con frecuencia a improvisar durante la celebración

Rara vez ocurre, pero sucede a pesar de todo. Me he encontrado en ocasiones con sacerdotes que, con un afán (positivo) de atraer a más gente a Misa, acuden con frecuencia a improvisar durante la celebración del Santo Sacrificio. Situaciones en las que el sacerdote baja a dar la paz a los feligreses o incluso permite que cualquiera de nosotros pueda ayudar en la distribución de la Comunión e incluso, en la Consagración, varíen levemente las palabras que el mismo Cristo dijo en su última Cena, encuentran entre los miembros de la asamblea un cierto “shock”, puesto que no es lo que “solemos escuchar”.

No es mi intención negar el sentido apostólico en esos actos. Sin embargo, ¿Qué dice la Iglesia al respecto?

Pues bien, a este respecto la propia Iglesia ya se pronunció en su momento. La Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos redactó la instrucción apostólica Redemptionis Sacramentum, en la que se describe con detalle cómo debe ser celebrada la Eucaristía con el fin de no “[…] callar ante los abusos, incluso gravísimos, contra la naturaleza de la Liturgia y de los sacramentos, también contra la tradición y autoridad de la Iglesia, que en nuestros tiempos, no raramente, dañan las celebraciones litúrgicas en diversos ámbitos eclesiales”, dado que la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, si bien trajo innumerables ventajas, no está exento de sombras que impiden actuar con “cabeza y corazón”, llevando a convertir los abusos en costumbres.

Pero, ¿por qué estos abusos? Como bien dice la instrucción, tienen su origen en un falso concepto de libertad. Falso por un doble motivo: (i) no ayuda a vislumbrar lo que es recto y justo y porque (ii) obvia la grandiosidad de la Eucaristía. “la Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones”, es decir, la Eucaristía es demasiado grande para que alguien pueda permitirse tratarlo a su arbitrio personal, lo que no respetaría ni su carácter sagrado ni su dimensión universal y quien actúa contra esto, cediendo a sus propias inspiraciones, aunque sea sacerdote, atenta contra la unidad substancial del Rito romano.

Así con todo, es cuestión de repasar situaciones comunes que nos encontramos al celebrar la Sagrada Eucaristía. Me centro en dos momentos muy comunes de la Misa: el signo de la paz y en la distribución de la comunión.

1. Distribución de la Comunión.

Citando a la Instrucción apostólica, se dice que corresponde al sacerdote celebrante distribuir la Comunión, si es el caso, ayudado por otros sacerdotes o diáconos. Existen, no obstante, situaciones especiales o de urgente necesidad en las que no haya otro sacerdote o diácono que ayude a distribuir la Comunión cuando la Asamblea es tal que distribuir la comunión un solo sacerdote conllevaría alargar en exceso la duración de la Misa. En esos casos se acude a lo que el Derecho Canónico establece como Ministro extraordinario, definido en el canon 230.3 como aquel que donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, puedan también los laicos suplirles en algunas de sus funciones, entre las que destacaría, entre otras, la distribución de la comunión. Para ello deberán adquirir la formación pertinente requerida para el desempeño de su función.

Por tanto, con solo atender al Código de Derecho Canónico, observamos que dicha figura de ministro extraordinario no debe ser tomada a la ligera, evitando que se produzcan abusos de derecho en la aplicación de la norma. Sólo el sacerdote válidamente ordenado es ministro capaz de confeccionar el sacramento de la Eucaristía, actuando in persona Christi

y solo el Obispo diocesano puede delegar en otro fiel laico como ministro extraordinario, ya sea para ese momento, ya sea para un tiempo determinado. Sin embargo, este acto de no tiene necesariamente una forma litúrgica, ni de ningún modo se equipara a la sagrada Ordenación. Sólo en casos especiales e imprevistos, el sacerdote que preside la celebración eucarística puede dar un permiso ad actum.

2. Signo de la Paz

La propia instrucción apostólica dice que “conviene «que cada uno dé la paz, sobriamente, sólo a los más cercanos a él». «El sacerdote puede dar la paz a los ministros, permaneciendo siempre dentro del presbiterio, para no alterar la celebración. Hágase del mismo modo si, por una causa razonable, desea dar la paz a algunos fieles». «En cuanto al signo para darse la paz, establezca el modo la Conferencia de Obispos», con el reconocimiento de la Sede Apostólica, «según la idiosincrasia y las costumbres de los pueblos»”. Siguiendo el sentido dado por la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos, el sacerdote no debe (salvo causa razonable) bajar a dar la paz a los fieles. La razón es simple: con esas mismas manos el propio sacerdote ha portado a Cristo en el momento de la Consagración, esto es, ha sido él quien ha transformado en Cuerpo y Sangre de Cristo el pan y el vino. No debe adormecerse el sentido del sacrificio (lo que decíamos antes de actuar con cabeza y corazón). Si el sacerdote cree firmemente que ha tenido a Cristo entre sus manos, mayor ha de ser la diligencia que deba poner durante la celebración con mantener lo más limpias sus manos. Por poner un ejemplo más sencillo, si yo, para citarme con mi novia, procuro tener los mayores detalles posibles, como ir bien vestido, llevar la colonia que le gusta o similar, cuánto mayor debe ser el detalle que tenga el sacerdote en la celebración de la Eucaristía, pues es en esa “cita” donde debe poner todo el corazón y detalle posibles.

Como bien se ha citado antes, el signo de dar la paz queda reservado en su forma a lo dispuesto por cada Obispo, de tal manera que la instrucción otorga libertad a quien gobierna en cada iglesia particular. Eso si, marcando unos principios básicos.

Sin ánimo de extenderme mucho más en el artículo, solo queda lanzar dos preguntas que me surgen. Si el propio Papa, el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, ha marcado estas lineas de actuación, creo que el seguirlas no implica más que afianzar el lazo que une al sacerdote con Cristo. Y a su vez acercar al laico al momento de la eucaristía. No es baladí considerar que anteponer el afán de buscar a Dios en el día a día no exime de cumplir con una liturgia que no ha sido marcada por el hombre a su libre albedrío y buen entender. Ese impulso apostólico debe equilibrarse. De lo contrario, caeríamos en el error de justificar el medio con el fin y se daría una imagen que nada tiene que ver con lo que es la Iglesia. Es, como comentaba antes, una falsa libertad.

En suma, cuando se comete un abuso en la celebración de la sagrada Liturgia, verdaderamente se realiza una falsificación de la liturgia católica. Ha escrito Santo Tomás: "incurre en el vicio de falsedad quien de parte de la Iglesia ofrece el culto a Dios, contrariamente a la forma establecida por la autoridad divina de la Iglesia y su costumbre".

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