Aleteia logoAleteia logoAleteia
sábado 20 abril |
Santa Inés de Montepulciano
Aleteia logo
Espiritualidad
separateurCreated with Sketch.

Emborráchate del Espíritu

Pentecost 13 – The Holy Spirit – es

© Waiting For The Word / Flickr

https://www.flickr.com/photos/waitingfortheword/5791375857/in/set-72157626871738078

Carlos Padilla Esteban - publicado el 24/05/15

Hay que estar reunido en el Cenáculo y dejar que Él venga y lo cambie todo y quite el miedo

Muchas veces en la vida el corazón se cierra. Se construye una coraza para no sufrir, para no cambiar. “¿Cómo se rompen los muros que me impiden salir y confiar?”.

Una persona me lo preguntaba el otro día. Me decía que se enredaba en sus pensamientos y no lograba salir. El corazón por un lado y la cabeza por otro. Entendía toda la teoría. Pero no lograba cambiar. ¿Cómo se cambia?

Es verdad que hay que abrir el corazón para que Dios entre. Pero no es tan fácil. No siempre se logra. Dios quiere entrar. Pero no me rompe. ¿Cómo se hace? Ni entra ni le dejo entrar.

Los apóstoles esperaban encerrados en el Cenáculo. No tenían abierta la puerta. Tal vez, eso sí, estaban juntos. Es una clave. Juntos podemos lograr el milagro. No estamos solos. En medio de la noche caminamos con otros, rezamos con otros, nos sostienen y sostenemos.

Y entonces el Espíritu rompe las puertas. ¿Cómo se hace? ¿Qué viene antes, la puerta abierta o la puerta rota? ¿Abrir o dejarse abrir? No es tan sencillo. El espíritu de Jesús rompe las puertas cerradas del Cenáculo.

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar”. Muchas veces recuerdo las murallas de esa sala en Jerusalén. Un lugar frío, donde no hay culto permanente. Pertenece a los judíos. Allí donde ocurrió lo más sagrado de nuestra historia, donde Jesús se quedó en el pan y en el vino, allí donde las lenguas de fuego lo llenaron todo de vida. Sí, en esa sala tan llena de Dios.

Allí, hoy, no se puede vivir el calor del Espíritu, la presencia de Jesús. En la frialdad de sus paredes se respira una ausencia de Jesús. Sólo un pelícano tallado en una columna nos recuerda que Cristo vence dando la vida, abriéndose el pecho para entrar en mí.

Es la fuerza de su amor. Su presencia que todo lo transforma. Su invisibilidad que todo lo cambia. Esa presencia que nosotros conocemos. Jesús rompe las barreras, no espera a que se abran las puertas. Penetra el alma. Su amor vence, su presencia lo transforma todo.

Quiero tocarlo tantas veces y me encuentro con la frialdad de un Cenáculo. Quiero retener su vida en la mía, para que no se vaya. El amor asemeja, eso nos han dicho tantas veces. Pretendo que su amor cambie mi vida. Quiero caminar con sus pasos. Hablar con su voz.

Tengo miedo de no abrir la puerta. Tal vez me falta la paciencia o la fe y no sé si Él romperá el muro. ¿Y si me pierdo la fuerza de su Espíritu? ¿Y si paso de largo preocupado por tantas cosas?

Quisiéramos ser dóciles a su Espíritu. No resulta tan fácil. Me incomoda con frecuencia mi propia rigidez. Quiero ser dócil y flexible. Abierto y simple. Enamorado de Dios. Dominado por el Espíritu. No sé cómo voy a lograr llegar a las estrellas.

Tengo que dejar mis miedos a un lado. Aprender a reírme de mí mismo. Sin temor. Con mucha paz. Emborracharme del Espíritu. Como los apóstoles aquel día que parecían borrachos. Uno no quiere nunca parecer borracho. Vivir fuera de control. Sin tantas normas y seguros. Perder la imagen y la fama.

La hondura del Espíritu que lo penetra todo sin quedarse en las barreras. Así es posible acoger la paz de Jesús que todo lo penetra. Hay que estar, eso sí, reunido en el Cenáculo. Dejar que Él venga y lo cambie todo y quite el miedo. 

Pentecostés es misión. Supone salir de uno mismo y entregar la vida. El Espíritu Santo rompe los miedos. Rompe ese miedo a salir que tanto nos paraliza. El miedo a dar la vida y perder seguridades.

El miedo a perder lo que tanto amamos y creemos nuestro. El miedo al fracaso, como si la vida nos debiera algo. El miedo a no ser comprendido por nuestra forma de vivir y pensar.


Son muchas lenguas y una sola lengua. No nos entendemos aun hablando la misma lengua. Pero Dios lo logra. Todos se comprenden, como si hablaran un solo idioma. ¡Qué difícil hoy cuando el lenguaje nos separa tanto! 

Dios hace posible la comprensión de unos con otros, entendernos en la misma lengua. Todos lo entienden. Todos oyen hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua. El fuego se extiende con fuerza y nos une: “Y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería”. 

Comprendemos a quien nos habla y somos comprendidos. El mundo hoy necesita que le hablen en su idioma. Dios es para todos, y nos utiliza para llenarnos y llevarnos hacia los demás.

Pero siempre teniendo en cuenta la vida del otro, los anhelos del otro, las heridas del otro. Sin imponer. Aprendiendo a hablar el lenguaje del otro. La Iglesia tiene que salir al encuentro y arriesgar. Salir al encuentro, escuchar y hablar el mismo idioma.

Hace falta ser audaces para dejar que se rompan los muros. Nos sentimos inseguros con los muros rotos. A veces el fuego del Espíritu se me apaga. De golpe o lentamente me encuentro frío, sin ese fuego que lo quema todo. “Infunde calor de vida en el hielo”. Me enfrío como si ya no tuviera respuestas. Y se apaga la pasión.

Decía el Padre José Kentenich: “Imaginemos un alma que arde en el fuego del amor. ¿Qué puedo hacer para entrar en ese estado? ¿Cómo se nos presenta esa alma? Ella representa una entrega total, no sólo del frío entendimiento sino también del corazón, de toda la capacidad apetitiva a la voluntad íntegra de Dios[1]

¿Dónde vuelvo a encenderme en Pentecostés? ¿Dónde surge de nuevo la vida? Tantas veces vivimos reunidos. Pocas veces la hondura marca el alma y comienza el fuego.

Movemos el agua de la superficie, y no nos sumergimos en lo más hondo. Encendemos paja que se apaga pronto. El corazón permanece intacto. Ni se quema, ni quema.

Quisiera que su fuego quemara mis impurezas. Pero no me dejo. Quisiera que el fuego calmara mi dolor. Que ese fuego me diera valor para la vida. Quisiera encenderme con el fuego de otros. Arder con el fuego que viene de lo alto. Encender a otros.

No quiero esa paz que no enamora. ¿Qué me hace hoy arder en lo más hondo de mi ser? ¿Qué me impulsa a dar la vida? 

Pentecostés es una invitación a vivir santamente. Santidad y misión van de la mano. No podemos ser misioneros y no ser santos. La misión consiste en forjar hombres santos.

Hombres enamorados, apasionados por la vida, llenos de Dios, obedientes a su querer. Hombres que tengan claro cuál es su misión, en qué consiste su vida. Hombres dóciles al Espíritu Santo que santifica. 

Tags:
almaespiritu santopentecostes
Apoye Aleteia

Usted está leyendo este artículo gracias a la generosidad suya o de otros muchos lectores como usted que hacen posible este maravilloso proyecto de evangelización, que se llama Aleteia.  Le presentamos Aleteia en números para darle una idea.

  • 20 millones de lectores en todo el mundo leen Aletiea.org cada día.
  • Aleteia se publica a diario en siete idiomas: Inglés, Francés, Italiano, Español, Portugués, Polaco, y Esloveno
  • Cada mes, nuestros lectores leen más de 45 millones de páginas.
  • Casi 4 millones de personas siguen las páginas de Aleteia en las redes sociales.
  • 600 mil personas reciben diariamente nuestra newsletter.
  • Cada mes publicamos 2.450 artículos y unos 40 vídeos.
  • Todo este trabajo es realizado por 60 personas a tiempo completo y unos 400 colaboradores (escritores, periodistas, traductores, fotógrafos…).

Como usted puede imaginar, detrás de estos números se esconde un esfuerzo muy grande. Necesitamos su apoyo para seguir ofreciendo este servicio de evangelización para cada persona, sin importar el país en el que viven o el dinero que tienen. Ofrecer su contribución, por más pequeña que sea, lleva solo un minuto.

ES_NEW.gif
Oración del día
Hoy celebramos a...




Top 10
Ver más
Newsletter
Recibe gratis Aleteia.