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Sobre el sueño en que había que pintar el cielo…

Sueño de un niño durmiendo

Marcelo César Augusto Romeo / Flickr / CC

Sueños

Carlos Padilla Esteban - publicado el 22/05/15

Si el color es vivo y tiene luz, la vida que nos rodea, las almas que nos rodean, acabarán teniendo ese color

Con frecuencia no recordamos lo que soñamos. A veces sí, y vemos que muchos de nuestros sueños son elaborativos, porque nos permiten trabajar mientras dormimos las experiencias del día, algunas duras, otras más benévolas.

A veces recordamos algunos sueños especiales y los guardamos como un tesoro. Dios permitió que los recordáramos para que el recuerdo nos diera vida. A veces los sueños negativos, las pesadillas, no nos ayudan demasiado. Tal vez lo que vivimos es gris y nos lleva a soñar en gris.

Una persona me contó un sueño que tuvo hace unos días. Soñaba que iba por el cielo con una amiga. Dios les había dado algunas misiones. Las iban cumpliendo con dificultades y siempre veían que al final era Dios el que lograba lo que les pedía.

Así es en nuestra vida, no sólo cuando dormimos. Soñamos cosas grandes, Dios nos encomienda misiones, hacemos poco y con dificultad, y Él obra el milagro.

La última misión que esta persona recordaba era cuando les pidió pintar el cielo. El problema es que no sabían de qué color tenían que hacerlo. Se les apareció una persona y les dijo: “Muy fácil. Tenéis que pintarlo del color de vuestra alma”. Me quedé pensando. ¿De qué color es mi alma?

Hace ya tiempo leí un libro de Olga Bejano, una mujer pentapléjica que relataba cómo vivía su vida con dignidad y unida al Señor. Una mujer muy de Dios que al perder las capacidades para comunicarse con el mundo exterior, había desarrollado con intensidad un profundo mundo interior.

Uno de los libros se llamaba Alma de color salmón. Me gustó el título. El salmón es “el pez más aguerrido de los ríos, el que nada contra la corriente en las aguas torrenciales para perpetuar el ciclo de la vida”.

Esta mujer, en su enfermedad, había tenido que ser fuerte como el salmón, valiente y audaz para superar tantas dificultades en su vida, nadando contracorriente. Su alma, con el paso del tiempo y las pruebas, se había vuelto color salmón. Había sufrido y había seguido luchando muchas veces contra la corriente.

Hay almas de muchos colores. ¿De qué color es la mía? El color habla de nuestra vida, de nuestras heridas, de nuestras pasiones. Habla de cómo vivimos.

Puede tener una tonalidad gris y mortecina, si no vivimos de verdad, si no amamos con pasión la vida y lo que la vida nos regala. Puede tener colores vivos cuando disfrutamos de lo que nos regala Dios y nos enamoramos del camino que recorremos.

El color de nuestra alma es importante. Seguro que tiene que ver con el color de nuestro cielo. Pero es verdad que hace falta tener un corazón de niño para pensar en el color del alma. Un corazón de niño para querer pintar el cielo.

Pienso, además, que en nuestra vida vamos pintando nuestro mundo. Se torna también del color de nuestra alma. Si el color es vivo y tiene luz, la vida que nos rodea, las almas que nos rodean, acabarán teniendo ese color. Si mi color es oscuro y sin brillo, mi vida, y la vida de los que me rodean, tampoco tendrán vida, ni luz, ni brillo.

Nuestras vidas están muy unidas. Nos afectan las reacciones de los demás. Sus palabras y sus gestos. Sobre todo esas palabras hirientes que abren heridas profundas. ¡Cuánto daño hacen nuestras palabras! ¡Cuánto bien pueden hacer! ¡Cuánto dañan a veces nuestros gestos y también nuestras omisiones! ¡Cuánto amor podemos dar a otros! 

Por eso es tan importante el color de nuestra alma. La tonalidad de nuestra vida. Me pregunto hoy por el color con el que pinto mi vida y la vida de los otros.

Me gusta el color salmón. El de la lucha y la entrega. Ojalá tenga fuerza, y alegría y, sobre todo, mucha esperanza en los ríos de la vida. Me gustan esos tonos vivos que hablan de un mundo nuevo. El mundo que Jesús pintó con sus palabras y sus obras tendría muchos colores. Con su amor hasta el extremo lo llenó todo de vida.

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