El auténtico amor permite apropiarse de un ser, permitiéndole libremente ser quien realmente es
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En el matrimonio, los esposos deben darse mutuamente de forma total, en una aceptación reciproca de cuerpos y almas, pero desde la libertad de poseerse a sí mismo para darse al otro, pues nadie da lo que no tiene o no quiere.
El auténtico amor permite apropiarse de un ser, permitiéndole libremente ser quien realmente es.
¿Qué tipo de posesión es esa, que consiste en la propiedad de alguien que es libre y a la vez es mío?
La posesión de la persona del conyugue, tiene como condición la libre donación en cuanto persona. La posesión entre esposos es algo muy distinto a la posesión de las cosas. El esposo o la esposa no son un coche o una prenda de vestir. Una persona es un ser libre e inteligente que piensa por cuenta propia. No es algo, sino alguien, que libremente se entrega a quien quiere.
En el matrimonio se incurre en la apropiación posesiva cuando al otro se le toma solo como un cuerpo, sin considerar que corresponde a una persona, es decir, se le ve solo como objeto. Así se le impide que él mismo pueda autodonarse, porque un coche o una prenda de vestir no pueden autodonarse. Si en la apropiación posesiva no se respeta el cuerpo del otro, menos se respetan sus opiniones, su forma de pensar y de ser, aniquilándolo espiritualmente.
Si así se degrada a la persona, ¿puede un conyugue entregar al otro aquello que no se le reconoce ni se le respeta?
Un caso de la vida real se refiere a un joven listo, agradable, de muchos cálculos y que se sobreestimaba demasiado. A este joven le costaba decidirse por una novia, pues cargaba con un manual de exigencias tal, que ninguna chica le parecía que reuniera las cualidades que él consideraba merecer.
Finalmente se decidió por una chica bastante más joven que él y que le obedecía en todo.
Decidía en todo, porque según él, sus criterios eran los correctos. La ropa que ella debía usar según la ocasión; en donde, como y que comer; que libros leer o programas de televisión ver; que amistades debía o podía tener; cuando y de que hablar cuando estuvieran en convivencias, etc., etc.
Trataba a su mujer como una posesión, pretendiendo que correspondiera a lo que consideraba imagen y semejanza suya, creyéndola ser muy feliz. Un buen día su joven esposa se fue a su casa paterna y no pudo hacerla regresar. Perplejo, no le quedó más que aceptar el divorcio, mientras ella se ponía a trabajar y volvía a los estudios con firme determinación.
Su ex esposa intentaba volver a encontrarse con ella misma. Hasta entonces, él se había ocupado de ella como asesor nutricional, padre, profesor de idiomas y comportamiento social, jefe absoluto del gobierno familiar con poderes plenipotenciarios, director espiritual…, es decir, había representado todos los papeles con ella, excepto dos muy importantes: quererla como era y ser su marido.
En vez de ello, se comportó como quien compra en el mercado un “cuerpo” y lo convierte en su propiedad de acuerdo al ideal de mujer con que siempre había soñado. Esto es un ejemplo de apropiación posesiva. No entendió que su mujer era libre y que esa libertad no solo había que respetarla, sino, además, potenciarla.
No se trata de remodelar o reconfigurar la estructura psíquica de esa persona, según lo que entienda el conyugue por bueno. Desde luego, eso no es amar.
Amar es querer el bien de la persona que se ama, pero el bien que uno de los cónyuges entiende por bueno, no debe imponerse contra la voluntad de la persona amada. Cada cónyuge es responsable del crecimiento personal del otro, promoviendo su inteligencia y voluntad desde sus propias cualidades personales, para ayudarlo a ser auténticamente feliz.
Se trata de un aprendizaje vital del que depende en mucho la felicidad de la vida conyugal. La paradoja es así, pues entre más se ayudan los esposos a crecer en su mutua libertad con la dignidad de personas, más responsables y comprometidos viven su mutuo amor.
Por Orfa Astorga de Lira
Orientadora Familiar
Máster en matrimonio y familia
Universidad de Navarra
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