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Yo tampoco quiero que te vayas, Jesús

Jesus Ascension to Heaven 69 – es

© Waiting For The Word / Flickr

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 18/05/15

Él los acompañará ahora de otra forma, sin límites, desde el cielo, desde la eucaristía. Pero en este momento duele mucho la separación

Este domingo hemos visto cómo Jesús asciende delante de los que lo aman y los anima con la esperanza del Espíritu Santo: “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo. Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista”.

Jesús se va y los deja solos. En estos días entre la resurrección y la ascensión, Jesús se ha ido apareciendo a cada uno. De alguna forma seguía estando, seguía llegando a ellos. Seguían con la intimidad de siempre.

En esos días se sintieron amados. Y eso es lo que los apóstoles guardarían para siempre en sus corazones en la soledad que ahora experimentan al ver que los deja.

Han comido juntos, les ha mostrado sus heridas, ha calmado sus miedos y les ha dado la paz. Cada tarde le esperaron. Hasta hoy. Ahora se va. Lo hace juntándolos a todos.

Parece imposible vivir sin Él. Él siempre los protegió, los cuidó, les dijo dónde tenían que ir. Ellos se fiaron. Ahora son ellos los que tienen que tomar decisiones.

Yo tampoco quiero que se vaya. Cuando le siento cerca es un momento y tantas veces siento que el cielo está lejos. Le pido que venga. Y cuando llega que no se vaya nunca. Lo necesito en medio de mi vida.

Quiero tocarle y mirar su rostro. Sentirlo a mi lado cuando no sé qué hacer. Verlo en mi barca cuando me pierdo en el mar, aunque duerma y tenga que despertarle. Necesitamos tocar, mirar, palpar, abrazar. Me cuesta siempre que se va.

Hoy comprendo a los apóstoles. Tenían miedo. Regresaron a Jerusalén, se reunieron con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Se habían sentido amados por Jesús. Y ese amor les dio fuerzas para perdonarse y volver a empezar.

Él los acompañará ahora de otra forma, sin límites, desde el cielo, desde la eucaristía. Pero en este momento duele mucho la separación. Porque tienen que renunciar y confiar en un camino en la tierra sin poder estar cada día a su lado. Dudan.

Por eso vuelven al Cenáculo con María. Porque tienen miedo. Ahora no está ya en medio de ellos y no saben cómo manejar su vida. Sólo recordarán algunas palabras:

“Una vez que comían juntos, les recomendó: – No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que Yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo”.

Y permanecieron entonces en Jerusalén. Sabían que allí podían estar en casa, esperando, aguardando. ¿Cuándo y cómo se haría realidad esa promesa? Permanecieron rezando, fieles al amor de sus vidas. Pero llenos de miedo.

María los reúne, los contiene, los protege. María confía contra toda esperanza. María cree en la promesa. Empieza una etapa nueva. Comienzan a ayudarse entre ellos a creer, a recordar. Solos no pueden.

Empieza el momento de buscar, de tantear por la vida en qué encrucijada está Dios, de confiar y abandonarse sin ver siempre. Como nosotros. Jesús no se va, está ahora más cerca que nunca, misteriosamente cerca.En el pan y el vino, en su corazón.

Con los ojos de la fe lo ven mejor que cuando lo tenían delante y no lo conocían. No se olvida de ellos. Cumple su promesa de permanecer. Comienza el claroscuro de la fe. El encuentro y la búsqueda. La nostalgia, el miedo y la esperanza. ¿No es así en nuestra vida?

Pienso que Dios está cerca. Creo que Él camina a mi lado aunque no lo vea siempre. Sé que me sostiene cuando no lo veo y me espera cuando huyo. Me mira cuando camino sin saber que está tan cerca.

Elijo vivir con Dios. Quiero buscarle cada día en mi vida. Quiero entregarle mi historia donde hay tantas cosas que no comprendo.


El miedo de hoy de los discípulos tiene que ver con la soledad y con el futuro incierto. Es verdad, a todos nos gustaría conocer el futuro: “Ellos lo rodearon preguntándole: – Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel? Él contestó: – No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad”.

Nos gustaría saber si vamos a ser felices, si nos va a ir bien en el trabajo, si dentro de unos años seguiremos siendo los mismos. Queremos saber si la promesa de Dios sobre mi vida se hará realidad. Si el amor que hoy doy y recibo será eterno. Nos gustaría saber cómo les irá a nuestros hijos. Si el mañana traerá cruces o alegrías.

Los discípulos se quedan callados, sorprendidos mirando al cielo: “Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: – Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse”. Hechos 1, 1-11.

Se quedan mirando al cielo porque no quieren que se vaya. Los apóstoles se dirían: ¿Y ahora qué hacemos? ¿Cómo iban a poder vivir sin Jesús a su lado?

Les había prometido que los cuidaría, que estaría cada día, pero, ¿cómo iban a descubrir su presencia? Ellos querían verlo, tocarlo, como yo. Ya sus pies no caminarían más en sus caminos, ni sus manos humanas los sostendrían y abrazarían. Su olor. Sus ojos.

¿Cómo iban a poder vivir sin descansar cada noche a su lado? ¿Sin ver en sus ojos la misericordia? Yo también me quedaría mirando al cielo. Parado. Desalentado. Deseando que vuelva ya a aparecer y a estar conmigo de nuevo.

Los apóstoles han vivido cerca de Jesús y ahora no pueden imaginarse la vida de otra forma. Se quedan sorprendidos mirando a Jesús ascender al cielo. 

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