Los antihéroes están de moda. Atrás quedaron los aventureros acartonados de impávida progresión emocional cuya única evolución dramática consistía en pasar de blanco a negro. Max Rockatansky, vio como su vida daba un giro de ciento ochenta grados cuando una panda de psicópatas mató a sangre fría a su mujer y a su hijo cuando aún era un bebé. Max era un policía al servicio de la ley pero aquello lo trastornó y lo convirtió en un sociópata, un vengador, un guerrero frío y cruel que dejó de creer en nada.
Así termina Mad Max. Salvajes de la autopista, un pequeño film australiano de 350.000 dólares que recaudó en todo el mundo más de cien millones. En su secuela, Mad Max 2, Max se erige como una especie de jinete solitario en un polvoriento futuro no muy lejano dominado por el asfalto y el oro negro: el petróleo y por extensión, el combustible. Los automóviles sustituyen a los caballos en este western disfrazado de cinta de acción.
El universo que dibuja Mad Max 2 se diferencia sustancialmente de la primera entrega pues si en el primer film podíamos atisbar vestigios de humanidad, en su secuela, todo lo que huele a sociedad ha sido cubierto por la arena del desierto. La situación no cambia demasiado en Mad Max. Más allá de la cúpula del trueno. La tercera entrega de la saga solo acentúa el tono apocalíptico del segundo film para dibujar un mundo nihilista y sin esperanza que no respeta nada y mucho menos, al ser humano.
En este desasosegado universo de ateísmo vital surge un héroe inesperado, un héroe a pesar de todo. Max, que dejó de creer en todo tras el asesinato de su mujer y su hijo recién nacido, se revolvió contra su propia condición de mártir para reconvertirse en lo único sensato que lo rodea. Si Max no actúa como un humano, puede que nada llegue a sobrevivir en el desolador mundo que le ha tocado vivir.
Por esta razón el protagonista de Mad Max es admirable porque, entre semejante universo de decadencia moral y ética, aquel que fugazmente demuestra aún, ser un ser humano, se torna héroe y más aún, si resulta ser un hombre valiente y audaz. Max reacciona con bondad ante la inocencia, el amor o la familia en un lugar donde no hay espacio para nada de esto.
Mad Max. Furia en la carretera, reinicia la franquicia con un nuevo protagonista (Tom Hardy por Mel Gibson) pero con el mismo director de todas sus entregas detrás de la cámara, lo que no deja de ser curioso. George Miller, que el mes pasado cumplió setenta años y de aspecto de afable mago de circo, es un cineasta que nadie diría tiene la edad que tiene.
Con Mad Max. Furia en la carretera, Miller demuestra tener más nervio y adrenalina en sus venas que muchos directores de tercera que filman películas de primera con presupuestos exorbitados. La película es una apisonadora de acción que puede dejar exhausto a más de uno.
Pero además Miller demuestra comprender muy bien a su héroe a pesar de todo. En Mad Max. Furia en la carretera, Max Rockatansky vuelve a ser un nihilista sin escrúpulos, un asesino, un déspota, un egoísta y un temerario al volante pero sobre todas las cosas, un héroe a pesar de todo.