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Desinformación en el fenómeno de la migración

ilustración vallas

© Angelines San José

Aleteia Team - publicado el 13/05/15

​Se habla de ilegales, de sin papeles, de avalanchas, de asaltos a la valla, de oleadas que llegan a las playas, de seguridad, de fronteras y de agresiones...

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Ni son tantos, ni tan peligrosos como nos tratan de explicar. La realidad –y no solo lo que cuentan los datos oficiales– contrasta con un discurso que estigmatiza a aquellos que llegan hasta la Unión Europea saltando vallas, como las de Ceuta o Melilla, o a través de cayucos. Un grupo de periodistas y expertos en África e inmigración reflexionan sobre el fenómeno, pero también sobre el discurso que los medios de comunicación ofrecen sobre esta realidad.

Playa del Tarajal: 14 muertos y una polvareda que todavía recordamos hoy, más de un año después. El 6 de febrero de 2014, aquel intento de un grupo de subsaharianos por llegar a terreno europeo acabó con el mencionado número de fallecidos y una tormenta parlamentaria que ubicó el debate político y mediático a este lado de la frontera. El ministro del Interior español, Jorge Fernández Díaz, tuvo que comparecer en el Congreso de los Diputados para reconstruir, paso a paso, lo que significaron aquellos trágicos diez minutos. Se pidió su dimisión, pero él no recogió el guante. Se debatió si los muertos se habían ahogado en aguas españolas o marroquíes, si la Guardia Civil había repelido la llegada o solo había intentado persuadir a los osados subsaharianos para que no lo intentaran.

El discurso político trascendió a la opinión pública a través del relato de los medios de comunicación. Junto a aquellas líneas –que fueron muchas–, poco o nada de la vida y las motivaciones de los que murieron ni de los que lograron sobrevivir. Hubo pocas referencias a nacionalidades, edades, estado civil o formación de los que intentaron –un grupo más– alcanzar el maná europeo.

El relato de hechos sobre el fenómeno migratorio, especialmente el referente a aquellos que se plantan a las puertas de Europa subidos a una valla o embarcados en una patera, es obvio que nos llega de forma incompleta y, quién sabe, si interesada; es un fenómeno más presente en nuestras calles que en los espacios de debate de los medios generalistas –excepto cuando hay muertos, violencia o llegadas muy numerosas.

Se habla de ilegales, de sin papeles, de avalanchas, de asaltos a la valla, de oleadas que llegan a las playas, de seguridad, de fronteras y de agresiones, cuando casi nunca esos verbos, sustantivos y adjetivos reflejan con precisión lo que ocurre. Esta narración sería lo mismo que contar un partido de fútbol hablando solo de los futbolistas de un equipo.

Jonás Candalija, responsable de Comunicación de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social, resume esta idea: “Vamos a dejar de hablar por ellos y dejemos que sean ellos los que hablen. Sería un gran paso para mejorar el discurso mediático. No solo hablemos con la Policía de fronteras y el Ministerio del Interior. Hablemos con los protagonistas”.

Los responsables públicos y policiales toman la palabra con frecuencia, pero los que llegan o intentan llegar pocas veces tienen nombre, nacionalidad o una historia detrás. Y todo ello acompañado de imágenes que pueden generar aversión, miedo, inseguridad y rechazo. “Estamos reproduciendo el lenguaje paternalista que siempre ha caracterizado a Europa en su relación con África. Cambiar la tendencia no es solo una opción, es una necesidad”, añade Candalija.

Lejanía y desconocimiento


En general, y es algo en lo que coinciden la mayoría de los periodistas y expertos consultados por Mundo Negro para este análisis, se habla de los inmigrantes subsaharianos con lejanía y desconocimiento, “y cuando se desconoce o se conoce poco, lo más fácil es agarrarse a los estereotipos, que son como salvavidas en medio de un naufragio".

"Uno puede flotar un rato agarrado a ellos, pero con el paso del tiempo no son sólidos, acabas agotado y te hundes”, reconoce José Naranjo, periodista a caballo entre España y este continente africano que se ha propuesto contar. Junto a este aspecto, que incide en la autocrítica de la familia periodística, Ángeles Jurado, miembro del departamento de Comunicación de Casa África, enfatiza que “nos fijamos en la violencia y en las estadísticas. Ejercemos de notarios, no solemos mostrar empatía, ponemos distancia. Dejamos de lado muchas veces lo que nos une y nos hace humanos a todos. Pero suelen faltar explicaciones. No es cuestión de dar pena. Es cuestión de contextualizar, de explicar”.

Uno de los promotores de la organización porCausa, Gonzalo Fanjul, incide con algún matiz en este aspecto: “Uno de los reproches que yo hago a los medios en general es que se está tratando tanto el tema de la valla que no se habla de lo que ocurre con el 98 por ciento de los inmigrantes que llegan a nuestro país, que no entran por la valla. Si tú miras lo que están haciendo los medios de comunicación creo que la valla se está tratando en profundidad. El que no quiera enterarse de que España está vulnerando la ley y vulnerando derechos en la valla es porque no le da la gana, porque los datos están ahí. Otra cosa es que este tema no tenga las consecuencias políticas que desearíamos”.

Este panorama oculta una trastienda muchas veces ideológica que propone al inmigrante –especialmente al subsahariano– como causante de mil de los males que atenazan nuestra sociedad, aunque sea radicalmente falso.

“Solo echando un vistazo a las cabeceras de los medios de comunicación vemos cómo la criminalización de la población inmigrante es una constante. La narrativa mediática focaliza el discurso en el sensacionalismo. España tiene en estos momentos, y desde hace dos años, saldo migratorio negativo. Es decir, hay más personas que salen que las que entran en el país. Estos son datos. Hablar de invasión o avalancha es, simplemente, falta de rigor informativo”, denuncia Candalija.

tros, como Ángeles Jurado, consideran que la información de los medios tiende a satisfacer más a los gobernantes que a los gobernados: “En gran medida sí. Desgraciadamente los medios parecen dirigirse, sobre todo, a anunciantes y posibles anunciantes. A empresas, instituciones o Gobiernos que pueden pagar publicidad o favorecerles de alguna manera. Me parece que muchos se han desenganchado del ciudadano”.

El periodista Daniele Grasso, que ha trabajado en el proyecto de investigación The Migrant Files (galardonado con el prestigioso premio Data Journalism Awards 2014) enfatiza de forma más escueta, casi con un titular: “Hay medios que son panfletos de propaganda de unas deteminadas políticas”, y añade que “los medios de comunicación tienen la responsabilidad de ser rigurosos y creíbles. Su credibilidad se mide por la exactitud de los datos. Si solo atienden a una parte del fenómeno migratorio, no podrán ofrecer una información de calidad”.

¿Cuál es la causa de esa información parcial y sesgada sobre un fenómeno tan relevante?
En principio, algunos periodistas hablan de desconocimiento y de falta de interés. Otros, del espectáculo que genera este movimiento migratorio. Aquí, en este escenario, ubicamos la reflexión de Jonás Candalija, para quien “los medios se centran en las consecuencias trágicas del fenómeno, mientras olvidan las causas que motivan la emigración.

Es necesario un enfoque de derechos humanos, que algunos medios ya desarrollan, que se centre en las personas”. Ángeles Jurado subraya que “no tenemos tiempo ni espacio para explicar las cosas con fundamento. Otras veces, ni siquiera, la intención. Basta una foto con gente subida a una valla y un recuento de subsaharianos heridos, devueltos, y otros que han logrado entrar en territorio español”.

La red ACOGE, en su Estudio sobre Periodismo e Inmigración, apunta a un neologismo que ilustra esta realidad: el inmigracionalismo, o lo que es lo mismo, el sensacionalismo aplicado al tratamiento informativo del fenómeno migratorio. En las conclusiones del documento citado reconoce que “La inmigración es un concepto impopular con connotaciones negativas para todavía una gran parte de la sociedad, ha sido presentada como una amenaza en lugar de como un enriquecimiento, error que en un época de crisis se ha visto acentuado”.

Una fotografía de la valla

Una fotografía de José Palazón, director de la ONG Prodein, de Melilla, fue más útil que veinte mil palabras apelotonadas en varios reportajes para contar lo que sucedía en la valla. En la parte inferior de la imagen se veía lo que parecían dos jugadoras de golf sobre un tapete verde impoluto. Una de ellas en clara actitud de golpear la bola. La otra, parece que esperando su turno apoyada sobre el palo, aunque mirando en sentido contrario a la teórica dirección del pequeño esférico blanco.

Detrás del campo de golf estaba la valla, en la que se encontraban encaramadas once personas de piel negra, a las que se veía en la parte superior de la imagen. A poca distancia de ellas se encontraba un guardia civil que llegaba a lo alto de la valla a través de una escalera de mano. Aquella instantánea, que dio la vuelta al mundo, puso más contexto que infinidad de informaciones y declaraciones de corta distancia.

La instantánea retrató la diferencia entre el afán de los que querían llegar y la teórica desidia del pueblo que debía acoger, metafóricamente más pendiente de embocar una pelota en un hoyo que de mirar a los nuevos vecinos. Aquella valla era la de Melilla. Aquel instante, el enésimo intento de llegada a Europa de un grupo de subsaharianos.

Periodista y coautora de la bitácora África no es un país, Ángeles Jurado reconoce que “la información nos desborda y tenemos tendencia a quedarnos en la epidermis de las cosas, a no buscar contextos ni causas, a retener titulares”.

Aunque Jurado reconoce que hay periodistas y plataformas informativas en las que sí se quiere trasladar la verdad que se esconde detrás de esos subsaharianos que quieren emprender una vida nueva en Europa, también alerta de la existencia de los que desinforman, “no sé si a propósito, por ignorancia o porque se creen su propio discurso. Y aquí me refiero a quienes propagan el discurso del miedo, aquel que liga inmigración con terrorismo, con delincuencia o enfermedades”.

En esta idea incide también José Naranjo: “Lo preocupante es la respuesta que hemos dado y que en 30 años de inmigración irregular ha sido casi siempre la misma: violencia, represión y una nefasta gestión que nace de la incomprensión, de la insolidaridad y el miedo”. Y aunque recuerda “titulares e informaciones que alimentaban ese miedo, también creo que hay notables ejemplos de medios de comunicación y periodistas que han hecho un esfuerzo por desentrañar el fenómeno, por ir al otro lado”.

Canario de nacimiento, Naranjo trabajaba en 1998 en la prensa local cuando comenzó a ver pateras llegando a las islas. Su olfato le marcó que ahí había una historia y que “la única forma de contarla también era yendo al otro lado, a la otra orilla, para dar respuesta a la pregunta de por qué”.

Desde entonces, Naranjo pretende poner contexto a aquello que muchos solo aciertan a ubicar en una foto fija, la que muestra la valla o las pateras abarrotadas de gente de piel negra, pero sin un campo de golf detrás. “Nos falta mucho relato desde el terreno de origen, pero eso tiene que ver con la escasa cobertura que damos a la información internacional, más allá de la bélica”, apunta Daniele Grasso.


Y si la información internacional no sale más que de las tópicas capitales donde se manejan los destinos del mundo, qué decir de África, un continente que por potencial, por población y por vitalidad tendría que ser el escaparate de muchos telediarios. Pero, ya sabemos, la realidad es bien distinta. “Solo basta con echar un vistazo al espacio que ocupa África en los grandes medios o al número de periodistas españoles que ejercen en el continente para darnos cuenta de que no es un continente que esté en el top de las prioridades informativas”, señala José Naranjo, la misma idea sobre la que reflexiona Ángeles Jurado cuando manifiesta que “todavía África y los africanos son intereses minoritarios, informativamente hablando, en España. Pero eso está cambiando”.

Si la transición que preludia Jurado se cumple, podríamos paliar otro déficit que apunta el periodista Xavier Aldekoa, corresponsal en el continente africano y autor del reciente libro Océano África, para quien la inmigración que llega hasta nuestras vallas no es ni más ni menos que una oportunidad para conocer la tierra que tenemos a menos de veinte kilómetros de distancia: “Nos dan una oportunidad de querer aprender, de querer saber lo que ocurre en el otro lado, y no sé si lo aprovechamos. Si solo nos quedamos con la foto del policía que está pegando al africano, no avanzamos demasiado. Todo es una oportunidad para poder aprender. ¿Por qué están allí? ¿Por qué vienen?”, y añade que “en general, en los medios de comunicación nos quedamos con la imagen de que quieren venir y nosotros les ponemos controles” (ver MN marzo 2015 pp. 32-37).

Más lejos en el tiempo que la fotografía de Palazón o las muertes de la playa del Tarajal, está Lampedusa. Más muertos y casi la misma hipocresía. Mientras el Papa Francisco denunciaba que aquello era una vergüenza para la humanidad, los dirigentes europeos se apresuraban a blindar todavía más las fronteras de la Unión, pero también a justificar esa decisión ante la opinión pública europea, que vivió con horror aquello, pero que entendió –porque ese fue el mensaje que se le trasladó–, que no estaban en condiciones de asumir a cuantos inmigrantes estuvieran dispuestos a jugarse la vida con tal de llegar a Europa.

Cruce de datos

Frontex, la agencia europea encargada de velar por esa frontera sur que tanto preocupa en el norte, ha cobrado un protagonismo impensable en apenas unos años. Según este organismo, 6.200 personas llegaron a España a través de la vía del Mediterráneo Oeste en 2014. Una parte de ellos lo hizo a través de las conocidas vallas o fronteras de Ceuta y Melilla, y otros a través de cayucos o barcazas de diverso pelaje. Según Frontex, en 2014 apenas 190 personas llegaron a través del mar a Canarias.

Muy lejos quedan esas cifras de los 153.000 inmigrantes que llegaron a Europa ese mismo año a través de la ruta del Mediterráneo Central, con destino a Sicilia, principalmente. Lo que no cuenta Frontex, pero sí el proyecto de investigación The Migrant Files, es que en ese intento de llegar a Europa, entre 2000 y 2014, murieron 27.764 personas.

El periodista Daniele Grasso, que ha participado en este proyecto, reconoce que la forma de analizar la llegada de estos inmigrantes indocumentados, solo si la percibimos a través de la versión oficial, puede condicionar la imagen que la sociedad se genera del fenómeno migratorio: “No nos fijamos en los datos que nos cuentan, por ejemplo, que la mayoría de los inmigrantes indocumentados entran a Europa por los aeropuertos”, y no en cayucos o por vallas.

La frontera sur de España, que también lo es de la Unión Europea, traza no solo una división administrativa, política y geográfica, sino también una diferencia abismal del nivel de vida entre los que habitan a un lado y otro de la misma. “La diferencia de renta per capita a un lado y otro de la valla de Melilla es la mayor del mundo”, reconoce Jonás Candalija.

Otras fronteras también mediáticas, como la que separa Estados Unidos de México, dividen países con una diferencia económica menor. Hace ya diez años, Iñigo More, en un reportaje publicado en el diario El País, señalaba que “desde este punto de vista, lo extraño no son los asaltos a Ceuta y Melilla, sino que la valla todavía se tenga en pie”.

Una década después, el milagro sigue vivo. Jonás Candalija, como si tomara el hilo tendido por More, se pregunta: “¿Quién no buscaría fuera de su país un futuro mejor para él y su familia? África es un continente empobrecido por la usura de las potencias occidentales. Nadie se pregunta por la emigración interior, los desplazamientos forzados, las personas refugiadas por conflictos y guerras. Europa solo ve una parte de un problema global, que es la desigualdad”.

Así pues, estamos hablando de posibilidades de presente y futuro, a pesar de que muchos de los que llegan no lo hacen por estrictos motivos económicos. José Naranjo alude, de forma genérica, a la falta de horizontes de muchos de ellos. Y cuando focaliza en ellos, se fija de manera especial en los senegaleses, pueblo que conoce bien desde que se decidió a cruzar el charco. “No se puede decir que la gente de Senegal se esté muriendo de hambre. Claro que hay problemas de malnutrición, de pobreza y de subdesarrollo. Pero, sobre todo, lo que hay es falta de expectativas para sus jóvenes”, concluye.

Las razones para emigrar, pues, son variadas, aunque estas no tengan cabida líneas adentro de nuestros periódicos. Falta, ante todo, contexto. Aquí, en este punto, Xavier Aldekoa ahonda un poco más. No es solo que el relato periodístico sobre los inmigrantes sin papeles no se preocupe por los motivos personales que les impulsan a saltar una valla o montarse en un cayuco, “es que no queremos saber tampoco por qué se ha llegado a la situación por la que quieren venir, y ahí sí tenemos responsabilidad. Ese segundo factor es el que no llegamos a ver, ni lo pretendemos”. “Causas, causas, causas. No todas las migraciones son iguales, ni todas las personas migrantes  son iguales. No hay que generalizar. Hay que conocer. Preguntar. Hablar”, añade Jonás Candalija.

“Falta contexto –piensa Naranjo en voz alta–. En este momento hay cientos de cameruneses y gambianos en la ruta de la emigración hacia Europa. Muy pocos medios se han interesado en saber realmente qué pasa en estos dos países para explicar este cambio en el origen de la emigración. ¿Sabemos que Eritrea es un país con un régimen férreo y de terror, conocido como la Corea del Norte africana? Muy pocos conocen estos detalles”.

Otro ejemplo, en boca de Jurado: “La altermundista Aminata Traoré relaciona los planes de ajuste estructural de Malí con la inmigración ‘ilegal’ que, a su vez, da lugar a un racismo y una xenofobia crecientes en Francia y en Europa. Lo conecta todo como en un círculo vicioso. Ella habla de cómo se ha descuartizado a su país a través del trabajo de instituciones como el FMI y el Banco Mundial, la imposición de monocultivos como el algodón, los aranceles que evitan las exportaciones malienses competitivas en Europa, el empobrecimiento del agricultor, la falta de industrialización, la corrupción del Gobierno, las tasas de paro, la falta de perspectivas, más una guerra reciente…

La migración no es una decisión que se tome a la ligera”. Y, como acabamos de leer, tiene complejas causas detrás que, o desentrañan los medios de comunicación y determinados colectivos preocupados por dar a conocer lo que ocurre con los subsaharianos que llegan a Europa, o nadie lo contará.

La valla de Melilla, la de Ceuta, o las playas donde arriban no tantos inmigrantes como nos quieren hacer ver, son mucho más que lugares físicos. Son espacios en los que se está jugando tanto el presente como el futuro de nuestra sociedad. Daniele Grasso, que conoce bien esta realidad, advierte que “los movimientos migratorios cambian el mundo y nos adelantan cómo será mañana. En Europa aún más”.

Y para ello el relato de los medios –y no solo de la clase política y los grupos de presión– deberá calar en medio de la sociedad. Grasso declara contundente que “los medios, así como no podemos ser la solución, tampoco somos parte del problema. Eso sí, tenemos que dar las claves a los ciudadanos para que sepan que si un ministro habla de ‘asalto a la valla’, está diciendo una idiotez”. Y también lanza un aviso para lectores navegantes: “Hay medios y medios. Y, en este sentido, a veces los ciudadanos deberían hacer un esfuerzo más para llegar a mejor información”.

Artículo originalmente publicado por Mundo Negro

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