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​¿Una tablet puede sustituir al Misal?

sacerdote con tablet

Shutterstock / StockLite

Henry Vargas Holguín - publicado el 12/05/15

Los límites de las nuevas tecnologías en la misa

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La liturgia, si se estudia y se vive bien, no es un conjunto de ritos anticuados, no es un protocolo sagrado, no es un código de normas, como tampoco es oración mental o pura contemplación, sino algo con sentido y perfume espiritual. Es, ante todo, acción: la acción sagrada por excelencia, la acción sin igual de la Iglesia, el ejercicio de la obra de nuestra redención.

Esta acción la expresa la liturgia con sus ideas, con su lenguaje, con sus gestos; en una palabra, con los signos sagrados que emplea desde siempre y de los que no se debe prescindir.

Los signos sagrados se dividen en 3 y son: elementos materiales, elementos naturales y humanos, y elementos literarios y artísticos.

1. Dentro de los elementos materiales tenemos: los lugares sagrados (templos y lugares anexos al templo), accesorios del templo y utensillos del culto.

2. Dentro de los elementos naturales tenemos: la luz, el fuego, el agua, el aceite, el bálsamo, la cera, el pan, el vino, la sal, la ceniza, el incienso; dentro de los elementos humanos tenemos: actitudes o posiciones del cuerpo y los gestos (cruces, besos, soplos, imposición de manos, etc.).

3. Dentro de los elementos literarios y artísticos tenemos: los libros sagrados, vestiduras y ornamentos sagrados.

Existe un documento donde la Iglesia católica establece qué debe hacerse y qué no a la hora de celebrar una Eucaristía. Se trata del Redemptionis Sacramentum, un escrito que señala cómo se debe celebrar, cómo debe ser el pan para la eucaristía, cómo debe ser el vino, entre otras instrucciones.

En cuanto a las lecturas bíblicas y oraciones, remarca que deben seguir las normas litúrgicas. Evidentemente los libros litúrgicos, como las sagradas escrituras, son insustituibles en una misa. El libro sagrado no se puede sustituir por ningún dispositivo electrónico; la liturgia no admite la ficción, lo volátil, lo artificial; exige siempre la verdad, en lo que se dice y en lo que se hace.

La liturgia debe ser protegida de los abusos, y sería un grave abuso usar expresamente estos aparatos electrónicos sólo por una relativa comodidad, por estar a la moda o para congraciarse, por ejemplo, con los jóvenes.

“No es extraño que los abusos tengan su origen en un falso concepto de libertad. Pero Dios nos ha concedido, en Cristo, no una falsa libertad para hacer lo que queramos, sino la libertad para que podamos realizar lo que es digno y justo. Esto es válido no sólo para los preceptos que provienen directamente de Dios, sino también, según la valoración conveniente de cada norma, para las leyes promulgadas por la Iglesia. Por ello, todos deben ajustarse a las disposiciones establecidas por la legítima autoridad eclesiástica” (Redemptionis Sacramentum,7).

El Misal Romano es uno de los libros litúrgicos y consta a su vez de dos libros: el Misal, que es el libro del altar o de las oraciones, y el Leccionario, el Ordo Lectionum Missae (OLM).

Ahora bien, el leccionario usado en la celebración litúrgica debe ser un libro digno y decoroso que manifieste, en su misma apariencia, el respeto que su contenido, la palabra de Dios, merece por parte de la comunidad cristiana (OLM, 35-37).

Por libro litúrgico, en sentido estricto, entendemos un libro que sirve para una celebración litúrgica y está escrito con vistas a ella. El libro sagrado o litúrgico es un elemento de la celebración, y a él también se le respeta e incluso se le venera. Por eso se rodea de signos de aprecio: el que proclama el evangelio besa el libro, que antes se puede llevar en procesión al inicio de la misa e incensar en días festivos.

Con respecto a la liturgia de la palabra y más concretamente hablando a la lectura del Evangelio, la Iglesia dice que “la lectura del Evangelio constituye la cumbre de la Liturgia de la Palabra.

La Liturgia misma enseña que debe tributársele suma veneración, cuando la distingue entre las otras lecturas con especial honor, sea por parte del ministro delegado para anunciarlo y por la bendición o la oración con que se prepara; sea por parte de los fieles, que con sus aclamaciones reconocen y profesan la presencia de Cristo que les habla, y escuchan de pie la lectura misma; sea por los mismos signos de veneración que se tributan al Evangeliario” (IGMR, 60).

Se besa la palabra y se inciensa el leccionario porque es lugar donde está la voz o la palabra de Dios. El evangeliario o el leccionario han de estar en el lugar que les corresponde, que para eso se hicieron, y no ser desplazados por la pantalla de una tablet.

Con respecto al misal, éste no es un mero instrumento sino un signo litúrgico reservado para el uso del altar. En concreto es el “libro litúrgico” que contiene las oraciones que reza el obispo o el sacerdote durante la santa misa.

La Constitución Apostólica Missale Romanum de Pablo VI, del 3 de abril de 1969, establece lo que es un Misal: es un «LIBRO». Y un libro es una obra impresa. Además es LITÚRGICO: Y se llaman libros litúrgicos a los que contienen las preces y ceremonias determinadas por la Iglesia católica para la administración de los sacramentos, celebración de la misa y ejercicio de las demás funciones sagradas.

Es importante recordar que el nombre con que se conoce a esos libros es “libros litúrgicos”, ¿o también va a existir el I-pad litúrgico o sagrado?

Uno de los mayores problemas del mundo actual es la pérdida de sentido de lo sagrado, de la noción de trascendencia, donde muchos niños, jóvenes y adultos se comportan en la iglesia igual que en el parque. Es a “la Iglesia a quien corresponde velar por la adecuada y digna celebración de este gran misterio” (RS, 13).

En la Instrucción General del Misal Romano (IGMR) y en el Ordinario de la Misa, se proponen algunas acomodaciones y adaptaciones.

Pero ojo, “estas adaptaciones, que consisten solamente en la elección de algunos ritos o textos, es decir, de cantos, lecturas, oraciones, moniciones y gestos, para que respondan mejor a las necesidades, a la preparación y a la índole de los participantes, se encomiendan a cada sacerdote celebrante. Sin embargo, recuerde el sacerdote que él es servidor de la Sagrada Liturgia y que a él no le está permitido agregar, quitar o cambiar algo por su propia iniciativa en la celebración de la misa” (IGMR, 24).

El texto dice claramente que el sacerdote es sólo servidor de la Sagrada Liturgia y no debe en absoluto hacer ningún cambio en la liturgia o modificar lo que la Iglesia, desde siempre, ha establecido y cómo lo ha establecido. Por tanto al sacerdote no le estaría permitido introducir un dispositivo móvil como elemento integrante de la liturgia.

“Compete a la Sede Apostólica ordenar la sagrada Liturgia de la Iglesia universal, editar los libros litúrgicos” (RS, 16). Nadie, sea diácono, sacerdote u obispo puede variar lo ordenado en las rúbricas salvo por Ley del Papa.

“Y en nuestros tiempos la identidad y la expresión de unidad de este Rito se encuentra en las ediciones típicas de los libros litúrgicos publicados por la autoridad del Sumo Pontífice y en los libros litúrgicos correspondientes a éstos, aprobados por las Conferencias de Obispos para sus jurisdicciones, y reconocidos oficialmente por la Sede Apostólica” (IGMR, 397).

Como se ha dicho anteriormente, el Leccionario, especialmente, ha de venerarse como la palabra de Dios: la liturgia misma nos lo enseña cuando rodea al libro de los evangelios con tantas señales de veneración.

Y esta veneración no debe limitarse al momento del uso litúrgico, sino que hay que cultivarla siempre, tanto durante la celebración como fuera.

El respeto al Misal pide igualmente que se le honre, y no se le sustituya con una tablet o con hojas sueltas o con ediciones baratas de bolsillo. El respeto al libro se manifiesta en la misma composición tipográfica; en la encuadernación; en el modo de tener, llevar, usar el libro y conservarlo.

“La efectiva preparación de cada celebración litúrgica hágase con ánimo concorde y diligente, según el Misal y los otros libros litúrgicos” (IGMR, 111). Démonos cuenta que la Iglesia nuevamente considera el misal no sólo como un libro sino como un libro litúrgico.

El libro, considerado en su materialidad, es el signo exterior y visible de lo que contiene; por esto la Iglesia profesa a los libros litúrgicos el mismo respeto y veneración que se le debe a la Palabra de Dios y a la oración litúrgica.

Por tanto, “el misal será considerado como instrumento y signo preclaro de la integridad y la unidad del Rito Romano” (IGMR, 399). Por este motivo no se acepta que unos sacerdotes celebren con cualquier pseudomisal. Todos estamos llamados a usar el mismo misal, entiéndase como libro litúrgico.

El libro litúrgico es un vehículo de la Tradición en cuanto que expresa la fe de la Iglesia (lex credendi), ya que se celebra aquello en lo que se cree (lex orandi) y lo que se celebra repercute en la fe-vida (lex vivendi).

“Téngase especial cuidado de que los libros litúrgicos, principalmente el Evangeliario y el Leccionario, destinados a la proclamación de la Palabra de Dios y que por esto gozan de especial veneración, sean en la acción litúrgica realmente signos y símbolo de las realidades sobrenaturales y, por lo tanto, sean verdaderamente dignos, bellos y decorosos” (IGMR, 349).

Ahora, hablando más concretamente sobre los dispositivos móviles, lo primero que se debe considerar es que la popularidad que tienen no es garantía de verdad; o, lo que es lo mismo, la vía de los hechos consumados no equivale a una legitimación. Personalmente yo no veo la ventaja en sustituir un libro impreso por un dispositivo electrónico sobre el altar.

El uso de un I-pad no me parece litúrgico porque estos aparatos me parecen artificiales, no dignos del Señor, algo postizo y frío, y desentonan. Unir un dispositivo móvil a las celebraciones litúrgicas me parece como pretender juntar el agua y el aceite.

Un libro litúrgico de papel no debe ser reemplazado nunca por un dispositivo electrónico pues, entre otras cosas, los libros están asociados a estabilidad, solidez, sabiduría, antigüedad, ritual, belleza, etc. Este mero hecho nos hace entender algunas de las características de la palabra de Dios y de las oraciones de la Iglesia.

Todos los objetos litúrgicos tienen una función en la acción litúrgica y la cuestión estética no es secundaria; a Dios le gusta la belleza. Parte de esa estética es la armonía entre los elementos. En liturgia las cosas que se destinan al servicio de Dios son, única y exclusivamente, para Dios o para el culto divino.

El libro impreso permite destinar ese papel para una sola cosa, en este caso, para el uso sagrado. Cosa que no pasa con un objeto electrónico como una tablet, que es usada antes o después de misa para fines profanos.

Para relacionarnos con Dios debemos utilizar lo más bonito, lo mejor, lo más digno, porque Él se merece lo mejor de lo mejor; no podemos dar el mismo peso litúrgico que le corresponde a un leccionario delicadamente encuadernado e impreso, (así como los demás libros de la Liturgia) que a un pantalla de una tablet. 

Es importante defender el respeto, la reverencia y el amor que se le debe al Señor presente en la Eucaristía y entender la grandeza de la santa misa. En la oración litúrgica, en la relación del fiel o del sacerdote con Dios no caben nuevas ni viejas tecnologías ni internet ni pantallas ni software alguno, sólo el alma y Dios.

Hay un refrán que dice: “cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa”. La liturgia, y más concretamente la misa, no debe banalizarse con objetos y circunstancias que no le son propios. La Iglesia, por tradición, reserva un uso exclusivo a los objetos litúrgicos.

Por ejemplo, un cáliz, es sólo para la misa; unas vinajeras, son sólo para la misa; un incensario es sólo para la misa; unos libros litúrgicos son sólo para la misa. Una tablet, un ordenador, un teléfono móvil, no son creados para la misa ni para ningún uso litúrgico.

De todas maneras, ya se sabe que toda regla tiene su excepción. El uso de dispositivos móviles durante la misa para hacer las lecturas o para celebrar la misa podría ser un recurso excepcional, extraordinario o en caso de extrema necesidad; en caso extremo una vez en la vida y si se puede evitar esa única vez mejor.

En una misa durante una excursión con jóvenes o en una misa campal, por ejemplo, se podría usar única y exclusivamente como solución extrema en que el sacerdote haya olvidado, se espera que sea inconscientemente, los libros sagrados (aunque un sacerdote que olvidara lo necesario para la misa, en las circunstancias que sean, daría mucho que pensar y dejaría mucho que desear).

Es preferible tener las lecturas o las oraciones de la misa en estos dispositivos a no tenerlas propiamente por despiste. A este respecto el apóstol san Pablo recomendó evitar el escándalo. Con un solo fiel que se incomode, que se moleste, que se indisponga durante la misa, ya es una seria motivación para evitar estos artilugios.

“Los fieles cristianos gozan del derecho de celebrar una liturgia verdadera, y especialmente la celebración de la santa misa, que sea tal como la Iglesia ha querido y establecido, como está prescrito en los libros litúrgicos y en las otras leyes y normas” (RS, 12).

Por tanto, el uso de estos dispositivos  electrónicos se debe limitar al máximo; se debe procurar prescindir de ellos no sólo por la dignidad de la celebración, sino porque podría considerarse de mal gusto litúrgico su uso, además de que podría distraer.

Recordemos que estos artefactos están sujetos al uso de energía mediante baterías. Imagínense que en plena lectura del Santo Evangelio o en plena consagración el aparato se bloquee, presente una falla o se descargue y se apague. ¿Cómo se salva el momento? Una situación así crearía inconformidad y descontento, hasta burlas, ridiculizando la acción litúrgica.

Como también sería de mal gusto, en todo el sentido de la palabra, o incluso ridículo, que en misa se lleve en procesión, se bese, se inciense o se eleve un dispositivo electrónico diciendo “Palabra de Dios”; entre otras cosas rebajando lo sagrado al mismo nivel de lo banal o superficial contenido en las diferentes aplicaciones que tenga el mismo dispositivo.

Porque un soporte de este tipo además de poder contener las Escrituras, podría albergar, y de hecho alberga, otra clase de contenidos no acordes con la sacralidad de la Escritura y de la dignidad de la misa.

Entonces que se puede, se puede; pero como excepción y no como norma; no debería convertirse en norma.
El hecho de que la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos todavía no se haya expresado oficial y negativamente, no es un implícito visto bueno para el empleo de los dispositivos móviles en la liturgia en general.

Por otra parte, la conferencia episcopal de Nueva Zelanda se pronunció oficialmente contra el uso del I-pad en misa en una carta circular en abril de 2012, destacando que “sólo la copia impresa en forma oficial del Misal Romano puede ser usada durante la misa y las otras liturgias de la Iglesia”.

Personalmente no creo que haya un pronunciamiento oficial a favor de un uso “normal y corriente” en misa o en las celebraciones litúrgicas de estos dispositivos.

Privadamente (oración personal y estudio), cada uno haga lo que quiera y como quiera, pero las acciones litúrgicas públicas tienen su dignidad que no se debe pasar por alto.

Ahora en el ámbito pastoral y la evangelización ya es otro cantar, se pueden y se deben usar las nuevas tecnologías al servicio del Evangelio.

Quien defienda el uso de estos aparatos como sustitutos de los libros litúrgicos, ¿qué argumentos tendría después para rechazar a un sacerdote que celebre con un disfraz en vez de ornamentos, o con un vaso de cristal en vez de en un cáliz, o con un plato de la cocina en vez de con patena, o con pan comprado en cualquier tienda, aunque sea ázimo, o sobre una mesa cubierta con un mantel de papel y con flores de plástico encima?

De igual forma, no creo que sea ni más bonito ni litúrgicamente correcto sustituir el Cristo Crucificado que generalmente está detrás del altar por un televisor de plasma que traiga la misma imagen.

Por favor, no banalicemos la misa; Dios y los fieles merecen más que respeto. La liturgia es agradecida; recompensa con creces si se trata bien. Así como un I-pad no se puede utilizar para ungir a un enfermo, o para dar la absolución o para confirmar o para bendecir, con mayor razón tampoco sirve para la misa.

La tecnolatría o la tecnocracia es una epidemia que crea necesidades que en el fondo son irreales. Muchos querrán apelar al uso de las tablet o a otros dispositivos móviles diciendo que son “prácticos” o que los libros litúrgicos son pesados o que no ofrecen lo esencial. Pero las “dificultades” que se quieren poner al uso de los libros litúrgicos no me parecen serias ni fundamentadas.

Sé que la tablet es más cómoda, pero a veces la búsqueda afanosa de comodidad va en detrimento de lo correcto, lo justo y lo honesto.

Cuánto se pierde  por defender lo cómodo. La comodidad nos hace perder algo más que valores litúrgicos. Alguien dirá que poner un I-pad sobre el altar es una tontería o que es un pequeño, banal, inocuo, inocente y simple cambio; lo dirán olvidando que esos cambios mínimos y sin importancia son los que llevaron a que hoy los sacerdotes por comodidad se revistan con solo una estola, no utilicen cíngulo, consagren en un vaso común de vidrio, no en un cáliz, hagan confesiones colectivas y absoluciones generales, etc., etc..

Recuerdo las palabras de Jesús: «Si alguno quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame» -Mt 16, 24. ¿Y ahora vienen con que ni los libros quieren cargar? El esfuerzo enriquece más que la comodidad. Las cosas no por antiguas dejan de ser valiosas y útiles y no por ser más prácticas son lo mejor.

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