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Quitando los maquillajes y adornos, ¿me conozco?

Chica mirándose al espejo

© Zoe

Carlos Padilla Esteban - publicado el 06/05/15

Una invitación a mirar en el interior del corazón y buscar la verdad de nuestra vida

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Con frecuencia es difícil saber quiénes somos en lo más hondo del corazón. Somos de Cristo. Le pertenecemos. Pero, ¿cómo somos en nuestra verdad? ¿Cuál es nuestra originalidad?

El otro día vi una película que se titulaba Come, reza, ama. La protagonista ha perdido el sentido de su vida y busca su camino corriendo de un lado al otro. Busca un sentido disfrutando de la vida, comiendo, contemplando la belleza del mundo. Pero sigue perdida.

Busca sentido en la oración, en el equilibrio, tratando de encontrarse consigo misma en la paz interior. Igualmente sigue perdida. Y al final encuentra sentido cuando es capaz de amar entregándolo todo.

Como le dice un hombre sabio: “Muchas veces perder el equilibrio por amor es vivir una vida con equilibrio”.

En un momento de la película, un amigo le dice que muchos lugares tienen palabras que los definen. Un país, una ciudad. Y las personas también se podrían definir a sí mismas con una palabra. Le pregunta: “¿Cuál es tu palabra?”.

Ella le responde: “Empecé siendo hija. Se me daba bien. Luego esposa, no tan bien. Supongo que escritora”. Su amigo le contesta que eso es lo que hace, no lo que es. Es una mujer en busca de su palabra. Al final del camino descubre su palabra y con ella su misión.

También nosotros buscamos. Todos vivimos buscando. ¿Cuál es mi palabra? ¿Por qué nombre me llama Dios? ¿Cuál es el sentido de mi vida?

A veces nos definimos por lo que hacemos, por nuestros títulos y logros, por lo que tenemos, por nuestras conquistas. Somos mejores y más cuanto más alto estamos, cuanta más admiración despertamos.

¡Cuánta gente hoy en el fondo no conoce su palabra, su verdad, su nombre, no sabe quién es! Viven de las apariencias, de la fachada que han levantado para que otros los respeten y quieran. Saben lo que hacen, pero no quiénes son de verdad.

Hoy me pregunto: ¿Quién soy yo? Quitando los maquillajes y adornos. ¿Me conozco? A menudo no nos conocemos y no logramos reconocer la llamada personal de Dios que nos busca y ama.

Me impresiona encontrar muchas personas en la mitad de su vida que no saben lo que han hecho con los años pasados. No creen haber logrado todo lo que soñaron, más bien poco de lo que un día esperaban de la vida.

No han sabido asumir los fracasos y las cruces y no manejan sus miedos y dolores. Han experimentado su debilidad y pequeñez y han temido convivir cada día con ella.

Han vivido muchas veces no como querían sino como la vida misma y sus propias decisiones les dictaban. Han estado expuestos a las expectativas de los demás, intentando estar a la altura.

Han fracasado y han querido volver a empezar, sin saber qué hacer con el fracaso. Con miedo a los cambios, como decía la protagonista de esa película: “Todos queremos que nada cambie. Nos conformamos con ser infelices porque nos da miedo el cambio, que todo quede convertido en ruinas. A lo mejor mi vida no es tan caótica. Las ruinas son un regalo. Las ruinas son el comienzo de la transformación”.

Las crisis en la mitad de la vida son una oportunidad para volver a empezar, para encontrar la palabra que nos define, el sentido último

Cada vez con más frecuencia me sorprende encontrar personas en crisis en la mitad de su vida. ¡Cuánta desorientación en personas aparentemente maduras!

El no saber quiénes somos nos deja perdidos en el camino. No sabemos lo que se puede esperar de nosotros. Dudamos y nos agobiamos al ver que nuestra vida no es lo que podría llegar a ser.

No han adquirido la sabiduría que sólo a veces da los años. Y siguen buscando. Las heridas del amor les impiden seguir amando. Temen arriesgar. Buscan.

No importan los años vividos. Siempre podemos volver a comenzar. Es verdad que nos asustan las crisis y los fracasos. Y nos cuesta tener que volver a empezar de cero. Pero así es el camino del hombre que va cogido de la mano de Dios.

El otro día leía: “El hombre que se encuentra en la mitad de la vida deberá, en lugar de estar como hasta entonces a la escucha de las expectativas del mundo, prestar su oído a la voz interior y poner manos a la obra del desarrollo de su personalidad interior”[1].

Mirar en el interior del corazón y buscar la verdad de nuestra vida. Saber quiénes somos, no quiénes deberíamos llegar a ser. Luchar por entregar nuestra originalidad y nuestra belleza.

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