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Él, ella o ello: ¿alguien puede comprenderse a sí mismo como neutro?

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Feliciana Merino Escalera - publicado el 06/05/15

La ideología de género no soluciona el problema de la igualdad entre el hombre y la mujer y crea otro: el de la identidad

En las últimas semanas han saltado a los medios de comunicación diversas noticias sobre la gestión de la denominada “política de género” en los países del norte de Europa.

Los noruegos han decidido recortar drásticamente los fondos públicos del conocido Instituto de Género NIKK después de que una cadena de televisión emitiese un divertido (y patético) documental en el que diversos científicos demuestran que la idea de la “igualdad” absoluta entre los géneros es pura ideología y va en contra de toda investigación empírica (el reportaje se titula muy gráficamente Lavado de cerebro).

En otro -o en el mismo- orden de cosas, se ha descubierto que la multinacional sueca Ikea ha elaborado un catálogo específico para Arabia Saudí que es muy similar al que utiliza en el resto del mundo, pero con una curiosísima diferencia: aunque podemos apreciar los mismos objetos y las mismas fotografías, las mujeres que en otros lugares aparecen utilizando alegremente los muebles de la compañía han desaparecido por efecto de la magia informática.

Los responsables de la compañía, una vez que el asunto ha visto la luz, se han apresurado a señalar que no sabían nada de este hecho, y que el mismo va en contra de los “ideales” de Ikea. Cualquiera diría, sin embargo, que lo único que hace es dejarlos al descubierto: poderoso caballero es don dinero.

El resto de los suecos que no trabajan para su emblemática firma de mobiliario en paquetes planos han preferido hacer honor a su fama y, sin darse cuenta de los cambios de actitud de sus vecinos noruegos ni ver el documental citado, siguen a lo suyo como si no pasara nada, insistiendo en una ideología de género cada vez más descabellada y absurda.

Ahora anuncian la inauguración de algo tan disparatado como una guardería a la que “no van ni niños ni niñas”, sino entes abstractos carentes de sexualidad.

Sin embargo, lo que realmente me ha llamado la atención es la ocurrencia de modificar la gramática de su idioma (por decreto legislativo, oiga usted) para crear un género neutro con el que poder, seguramente, nombrar a los vástagos que admitan en sus nuevas escuelas infantiles machihembradas.

Los políticos suecos son terribles cuando se meten a filólogos, pero todavía son peores haciendo de filósofos autodidactas.

Baste con ver las motivaciones en las que afirman apoyarse para legislar sobre los artículos y pronombres del futuro: dicen que el lenguaje es un reflejo del modo en el que vivimos y expresamos la realidad circundante y que, al mismo tiempo, el género es una cuestión cultural.

Si uno lee detenidamente su razonamiento, ¿a cuento de qué inventarse un término nuevo, construido artificialmente para referirse a lo que no existe en el mundo como tal? ¿No decían que el lenguaje reflejaba la realidad?

Me da que han entendido mal la cuestión y han acabado por invertir los términos: van a intentar que al cambiar el lenguaje la realidad se transforme, como si se tratara de palabras mágicas incluidas en algún encantamiento del sabio Frestón.

Por este camino no van a solucionar el problema de la igualdad entre el hombre y la mujer, pero sí van a crear otro que aparece con fuerza en lontananza: el de la identidad (¿quién soy yo: él, ella o ello?).

Deberían prestar más atención a la realidad y vivir menos en sus fantasías. Tal vez así hubieran evitado su último ridículo, y es que decidieron establecer una política de cuotas para asegurar una mayor igualdad dentro de la universidad, pero como resulta que la mayor parte de las personas que desean realizar estudios superiores en el país son mujeres… pues se han encontrado con que las universidades dan preferencia a los varones para cumplir con la cuota establecida. Al final los tribunales han tenido que
anular la discriminación positiva en los estudios superiores. ¡De locos!

Volvamos a ese pronombre neutro que, por el momento y a falta de sustitutivo al que reemplazar, está en paro. Es conveniente caer en la cuenta de que utilizar algo así como baluarte de la igualdad es una incongruencia y un retraso enorme, porque lejos de respetar la igual dignidad de las personas y sus diferencias específicas quiere convertirnos a todos los seres humanos en un algo inconcreto, indefinido y confuso. Como en aquel chiste de mal gusto, ¿recuerdan?: “¿Bailas? No ¿Y eso? Eso es mi amiga y tampoco baila”.

Con este tipo de medidas no se satisface a nadie, porque no hay quien se comprenda a sí mismo como un “eso” o como un “ello”, con independencia de que sea hombre, mujer, heterosexual, homosexual o transexual.

Todavía es más interesante analizar cómo afectará el uso de los apelativos neutrales al género “cultural” en este galimatías en el que los adalides del igualitarismo a ultranza no dejan de ahondar, como los inquietos en las arenas movedizas.

Porque lo cierto es que la sexualidad no es algo cultural, sino natural, y son los roles sociales los que se configuran en la cultura como interpretaciones del sexo.

Los hombres y las mujeres son de hecho diferentes y lo son por su propia naturaleza -y no me refiero sólo a los genitales, evidentemente-. Es el papel que cada sociedad puede asignar a ambos lo que permite y exige una reflexión más profunda que estos ideólogos nos quieren hurtar haciendo tabula rasa, rompiendo con todo y pretendiendo que renunciemos a ser lo que somos.

Sí se nos puede exigir (se nos debe exigir) que meditemos una y otra vez sobre la realidad para ser cada vez más justos, pero no es aceptable que lo hagamos en contra y de espaldas a lo que las cosas son. La justicia, que como dijo Aristóteles y repitió el derecho romano consiste en “dar a cada uno lo suyo”, no puede establecerse midiendo con el mismo rasero lo que es distinto, sino comprendiendo y valorando lo diferente.

Es infantil y simplón pensar que si el género es algo cultural la solución pasa por vaciar la cultura para, de esta manera, hacer desaparecer el género (que se aprecia como un problema, no sabemos todavía el porqué). Vuelve el viejo dicho aquel de “muerto el perro se acabó la rabia”, sólo que ahora somos todos los que hacemos el papel de perros, porque todos somos, como seres humanos, culturales.

¿O es que pretenderán eliminar la cultura para acabar de raíz con toda  diferencia, volviéndonos así a las cavernas? Quizás crean que en el retorno a la desnuda animalidad se halla la forma de igualarnos.

Mucho me temo que al prescindir de los restos de la cultura no van a encontrar a su andrógino soñado, a su bestia neutra. Más bien quedarán animales sexuados pero, eso sí, sin género, porque no existirá la gramática ni por lo tanto su imaginario y prescindible género neutro.

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