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Hoy celebramos a … los Beatos Mártires de Motril

Beatos agustinos del motril

© Asolrac1

Agustinos Recoletos - publicado el 05/05/15

Uno de los casos en que toda una comunidad religiosa, excepto un hermano, fue sacrificada y convertidos a ruinas la iglesia y su convento

Fr. Vicente Soler y otros seis compañeros agustinos recoletos españoles fueron beatificados por san Juan Pablo II, papa, en la Basílica de San Pedro, el 7 de marzo de 1999. Los presbíteros Fr. Vicente Soler, Fr. Deogracias Palacios, Fr. León Inchausti, Fr. José Rada, Fr. Julián Moreno, Fr. Vicente Pinilla y, el hermano, Fr. José Ricardo Díez, formaban la comunidad de agustinos recoletos de Motril, en Granada. Fr. Vicente Soler había sido Prior Provincial y Prior General. Murieron en julio y agosto de 1936, por ser religiosos y por su ardiente celo en el anuncio del reino de Dios. Sellaron con su sangre la fidelidad a Cristo y a la Iglesia.

El Santo Padre san Juan Pablo II decía en la homilía de la Eucaristía de beatificación: «”Hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios […] y nos gloriamos apoyados en la esperanza de los hijos de Dios”(Rm5, 1-2). Hoy la Iglesia, al proclamar beatos a los mártires de Motril, pone en sus labios estas palabras de san Pablo. En efecto, Vicente Soler y sus seis compañeros agustinos recoletos, y Manuel Martín, sacerdote diocesano, obtuvieron por el testimonio heroico de su fe el acceso a la “gloria de los hijos de Dios”. Ellos no murieron por una ideología, sino que entregaron libremente su vida por Alguien que ya había muerto antes por ellos. Así devolvieron a Cristo el don que de él habían recibido».

Y en el Ángelus del mismo domingo día 7 de marzo: «Saludo con afecto a los obispos y fieles de lengua española, y a los religiosos agustinos recoletos venidos para la beatificación de los mártires de Motril, e invito a todos a no olvidar el testimonio elocuente de su fe, pues la sangre de los mártires da vitalidad a la Iglesia, que se prepara con esperanza a afrontar los grandes desafíos evangelizadores del tercer milenio».

***
Recordamos a los religiosos de la Comunidad mártir de Motril, hijos de nuestra Provincia de Santo Tomás de Villanueva.

A la interminable lista de causas sobre sacerdotes y religiosos que dieron sus vidas en defensa de la fe durante la guerra civil española del 1936-1939, se une la causa de siete agustinos recoletos y de un sacerdote secular, sacrificados todos ellos entre el 25 de julio y el 15 de agosto de 1936 en la ciudad de Motril, diócesis y provincia de Granada. Causa que ofrece una particularidad y un valor testifical especial. Se trata de uno de los casos en que toda una comunidad religiosa, si se exceptúa un hermano de obediencia de 68 años, fue sacrificada y convertidos a ruinas la iglesia y su convento.

La muerte de esos siete religiosos y del párroco de la Divina Pastora de Motril tiene un valor testifical especial, porque tanto los religiosos como el párroco martirizado con ellos estaban dedicados al ejercicio del apostolado silencioso y de la caridad entre la gente humilde de la ciudad.

Estos son nuestros hermanos que, con auténtico sentido oblativo, superaron la extrema experiencia de fe: los presbíteros Fr. Vicente Soler de San Luis Gonzaga, Fr. Julián Benigno Moreno de San Nicolás de Tolentino, Fr. León Inchausti de la Virgen del Rosario, Fr. Vicente Pinilla de San Luis Gonzaga, Fr. Deogracias Palacios de San Agustín, Fr. José Rada de los Dolores y el hermano no clérigo Fr. José Ricardo Díez del Corazón de Jesús. Y, junto a ellos, el sacerdote diocesano D. Manuel Martín Sierra, unido siempre en la misma Causa.

El día 21 de enero de 1997, la comisión de Cardenales y Obispos para la Causa de los Santos aprobó el martirio de los componentes de este grupo, es decir, que “habían sacrificado su vida por la fe en Cristo”. El día 8 del mes de abril del mismo año, el Santo Padre san Juan Pablo II firmó el correspondiente Decreto para hacerlo de público derecho y anotarlo en las actas de la Congregación de las Causas de los Santos. A los agustinos recoletos no nos sorprendió la noticia; durante 6l años la estábamos esperando, respirando la fragancia de los aromas que se desprenden del testimonio ejemplar de sus vidas que culminó con la entrega y fidelidad a Jesucristo, derramando su sangre por El.

La noticia de su beatificación significó una nueva pascua florida para toda la Iglesia, especialmente para sus hermanos de hábito y para quienes alimentan su vida cristiana con el mismo carisma, miembros de nuestras Fraternidades Seglares.

La historia, más de medio siglo después de su martirio, nos obliga a mirar aquellos últimos acontecimientos de nuestros hermanos, desde un contexto social muy distinto y desde una óptica de hombres de Iglesia, con amplitud de miras y actitudes de reconciliación. Sabemos que ellos perdonaron a sus verdugos, tuvieron el consuelo de tener en paz sus conciencias y murieron exclusivamente por ser sacerdotes y religiosos.

Por eso, el sacrificio de estos hermanos nuestros pertenece a nuestro patrimonio histórico y espiritual. El testimonio de estos predecesores, próximos a los altares, perdura y debe ser justo y fructífero su recuerdo, como auténticos hombres de Iglesia, al estilo de Agustín de Hipona. Su sangre derramada debe ser recordada para que sea semilla de fecundidad en nuestra realidad presente y futura. Y para todos debe significar un estímulo a nuestra fidelidad, aun en tiempos y circunstancias difíciles.

Artículo publicado originalmente por oarecolectos.org

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beatificacionsantoralsantos
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