No sabemos bien lo que Dios nos pide, no escuchamos su voz, no entendemos
La de los inicios era una Iglesia dócil, confiada en las manos de Dios. Hace falta tener un corazón de niño para obedecer a Dios. ¿Ha cambiado hoy todo tanto? No lo creo.
Pero a veces parecen las cosas más rígidas, con menos vitalidad, con menos libertad de espíritu. Se escucha menos al Espíritu. Hay menos flexibilidad. Nos hemos llenado de normas y preceptos. Nos cuesta actuar con más espontaneidad, más libremente.
Hoy el Espíritu sigue susurrando al oído de los que creemos, de los que amamos y soñamos con una vida cerca de Dios. Sigue el Espíritu hablando en el corazón de los amigos de Jesús. ¿Puede ser que nosotros hayamos perdido la conexión interior con Dios?
Decía el Papa Francisco: “Entrar en el misterio significa capacidad de asombro, de contemplación; capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla. Entrar en el misterio nos exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes”.
El alma parece a veces no dejarse sorprender tanto por esas insinuaciones del Espíritu, por ese hilo de silencio sonoro. No sabemos bien lo que Dios nos pide. No escuchamos su voz, no entendemos. No obedecemos con tanta rapidez a sus más leves deseos.
Necesitamos vivir la Pascua como una nueva oportunidad para abismarnos en el misterio de Dios. En su presencia silenciosa en medio de los hilos confusos de mi vida. El misterio de mi cruz y mi dolor. El misterio de mi camino algo oculto.
Le pido que abra mi oído y mi corazón. Para entender más, para dejarme llevar donde Él quiera. Queremos comprender el misterio crucificado de nuestra vida. Ese misterio en el que no logramos descifrar el por qué de tantas preguntas abiertas.
Queremos mirar en el corazón de Jesús. Permanecer unidos a Él como el sarmiento a la vid. Nuestra vida se seca si se aleja de la vid verdadera, de la fuente de vida. Sin fuente no hay agua. Sin su presencia que todo lo ilumina, no hay luz.
Queremos aprender a descifrar los signos en el camino. Mirando hacia atrás es más fácil ver la mano de Dios. Mirando hacia delante nos resulta más difícil
Ojalá viviéramos siempre como decía el Padre José Kentenich: “Con la mano en el pulso del tiempo y el oído en el corazón de Dios”. Vivir así nos pone en contacto con el querer de Dios, con su voluntad, con lo que sueña para nosotros.
La mano atenta a lo que pasa en mi vida, en los hombres, en el mundo. El oído pegado al corazón de Jesús. Como Juan en la última cena, recostado sobre su pecho.
Sus planes tienen que ver con mi felicidad, con mi salvación. Su silencio cargado de palabras de amor. Queremos aprender a vivir más libres. Más unidos al corazón de Dios. Para escuchar, para saber.