Desde hace unos años asistimos en Hollywood a un boom de los superhéroes en el cine, no sólo por la cantidad de películas de este género que se estrenan, sino también por la respuesta incondicional del público. Desde las páginas de los cómics han conquistado la pantalla diversos superhéroes como Superman, Spiderman, Thor, Hulk, Capitán América, Batman, Ironman y tantos otros… que de momento no parece que vayan a retirarse.
¿A qué se debe esta invasión? ¿Es una cuestión puramente comercial o responde a razones más profundas? En cualquier caso ambas posibilidades no son excluyentes, al contrario: si los superhéroes son tan rentables es porque el público necesita verles en pantalla, y esto será… por alguna razón.
Estos personajes, cada uno por motivos diversos, poseen “superpoderes”, que normalmente y por diferentes caminos, acaban siendo utilizados a favor de la humanidad o del bien. En un momento histórico como el que vivimos, de crisis generalizada y a todos los niveles, los superhéroes parecen encarnar la nostalgia de un salvador.
Crisis políticas, desastres naturales, terrorismo sin fronteras,… y sobre todo, ausencia de ideales, falta de horizontes y un relativismo moral sin precedentes han sumido al hombre del siglo XXI en la confusión, la perplejidad y el miedo. La hipótesis de que exista alguien que, sin dejar de ser humano, pueda de algún modo trascender esa humanidad y restaurar el orden perdido es algo que resulta no sólo interesante sino más bien una necesidad.
Pero esta dimensión casi religiosa del superhéroe como redentor tiene sin embargo una paradójica condición: el superhéroe sustituye al Dios tradicional de las religiones. No le necesita. Es autosuficiente. Todo depende en última instancia de su fuerza de voluntad. Se trata pues de un “superheroísmo” inmanente, secularizado, que ha cortado su vínculo incluso con los héroes griegos, tan vinculados a la divinidad.
En este sentido, el profesor Encinas Cantalapiedra trae a colación una clarificadora escena del Superman de 1978 en la que Loise Lane sufre un accidente de helicóptero. Superman llega a tiempo para salvarla, y le dice: “Tranquila, yo la sostengo”, a lo que ella, agarrada a su héroe volador, le responde: “¿Y quién le sostiene a usted?” Esta es la gran pregunta que ya no se le hace a los superhéroes actuales, porque ya se sabe la respuesta: se sostienen solos. O en todo caso, les sostiene la ciencia y la técnica, que en definitiva viene a ser lo mismo.
Así pues, por un lado los superhéroes salen al paso de un mundo en crisis, una civilización que zozobra a ojos vistas, pero por otro, siguen aferrados a aquello mismo que hace que nuestro mundo se hunda, a saber, nuestra trágica autosuficiencia. Esta ambivalencia inviste a nuestros protagonistas de un carácter agridulce y ambiguo.
Por un lado son capaces de sacrificio altruista, de renuncia a sus intereses particulares en aras del bien común, arriesgan su vida por la de los demás, lo dan todo para vencer al mal… pero se agotan en sí mismos, son mortales, su salvación acaba donde acaban ellos. Y al ser humano no le basta eso. Así que nuestra nostalgia de redención, más que extinguirse satisfecha, se aviva con los superhéroes, espejo de nuestra melancólica autosuficiencia.