Aleteia logoAleteia logoAleteia
viernes 19 abril |
San Expedito
Aleteia logo
Actualidad
separateurCreated with Sketch.

Leticia, la misionera que dejó todo por los migrantes

Leticia, misionera scalabriniana

© scalabrinianas-lac.org

Hermanas Misioneras de San Carlos Scalabrinianas - publicado el 01/05/15

Siempre con el crucifijo de las Scalabrinianas: "Cuando no llevo esa cruz, siento que me falta algo"

México es un país marcado por la migración, por ello, la religiosa Leticia Gutiérrez Valderrama, directora de Scalabrinianas: Misión para Migrantes y Refugiados, decidió abandonar sus estudios de Comercio Internacional para darle un giro a su vida y ayudar a aquellos que muchas veces, en la búsqueda de un sueño terminan viviendo la peor de sus pesadillas.

El camino no ha sido fácil, según relatan sus familiares y representantes de otras organizaciones que se dedican a la misma lucha, como el padre Alejandro Solalinde Guerra.

El machismo y el hecho de que los migrantes son un sector que no le importa a las autoridades son dos de los principales obstáculos que se han cruzado en el camino; sin embargo, también ha encontrado apoyo y reconocimiento por su labor. Las mujeres que abandonan sus países amparadas por la más grande indefensión inspiraron también a esta misionera para que la que no existen obstáculos a la hora de exigir un trato igualitario y respeto para aquellas miles de personas que cruzan la frontera todos los días la frontera con Estados Unidos.

Leticia Gutiérrez Valderrama decidió dar un giro a su destino.

Tenía 25 años, una licenciatura en Comercio Internacional por la Universidad de Guadalajara, un trabajo bien pagado en una empresa aduanera, ocho hermanos —dos de ellos, migrantes–, el recuerdo de un padre que murió cuando ella era niña y el ejemplo de una madre que, al quedar viuda, tomó las riendas de la casa.

Leticia se armó de valor y habló con su madre:

—Me voy a ir de religiosa. Te guste o no, quiero ser monja.

El anuncio sorprendió a Gregoria Valderrama, pero no le disgustó.

Los hermanos de Leticia tomaron la noticia con incredulidad.

—Como era muy creída, decíamos que no iba a aguantar —recuerda Reina, la menor de los Gutiérrez Valderrama—, pero mira, sí aguantó.

Durante mucho tiempo, Reina no conoció detalles sobre la vida religiosa de su hermana. Sabía que se dedicaba a la atención de migrantes, pero no más. El día que encontró la fotografía de Leticia en una revista, se sorprendió; se enteró que en México secuestran y matan a migrantes centroamericanos que desean llegar a Estados Unidos. En esa publicación supo que la misionera Leticia reclamaba al gobierno por su indiferencia y complicidad en esos secuestros. Miró varias veces la fotografía y no podía creer que su hermana, aquella que recordaba “frágil y creída”, tuviera esa fuerza para defender a los migrantes.

—Cambió mucho mi percepción sobre ella —dice Reina vía telefónica desde Guadalajara—. No la veo como una monja, la veo como una guerrera.

México es un país marcado por la migración

Desde los años 20 del siglo pasado, los mexicanos comenzaron a migrar a Estados Unidos. La Organización Internacional para las Migraciones (IOM, por sus siglas en inglés) calcula que, al año, más de un millón —con documentos y sin ellos— se van al país del norte.

Organizaciones no gubernamentales estiman que cada año entre 150 mil y 400 mil personas, sobre todo centroamericanos, ingresan en forma irregular a México para cruzar su territorio y llegar a Estados Unidos.

Desde 2009, sacerdotes que atienden albergues para migrantes denuncian las extorsiones, violaciones sexuales y secuestros masivos contra esta población. Su voz de no se ha escuchado.

—Para liberar a un migrante secuestrado, a las familias les piden 6 mil dólares —cuenta la misionera Leticia, en las oficinas de Scalabrinianas: Misión para Migrantes y Refugiados (SMR).

Su deseo de ser religiosa no ocurrió de un día para otro

Cuando Leticia estudiaba en la Universidad fue voluntaria en el albergue para drogadictos de Barrios Unidos en Cristo, movimiento de jóvenes católicos, y colaboró con religiosas franciscanas dedicadas a la atención de enfermos.


La idea de ser monja comenzó a rondar sus pensamientos cuando acudió a un retiro religioso con las misioneras Scalabrinianas, congregación formada en Italia en el siglo XIX y dedicada a la atención de los migrantes en todo el mundo.

Las Scalabrinianas le hablaron de los albergues para migrantes que atienden en varias partes del mundo. Le contaron que en Tijuana había uno dedicado a la atención de migrantes mexicanos. La invitaron a ser voluntaria; Leticia hizo maletas y se fue para el norte.

En esa ciudad fronteriza, donde la migración se respira, la idea de ser monja la dominó.

Viacrucis del migrante

Alberto y Chuy, sus hermanos mayores, fueron los primeros migrantes que Leticia conoció. Como muchos mexicanos, ellos se fueron de “mojados”, como se le dice en México a quienes buscan entrar a Estados Unidos sin tener una visa.

—Cuando ellos se fueron —recuerda Leticia—, yo no tenía idea de lo que viven los migrantes. Así que nunca les pregunté cómo fue que cruzaron la frontera, cómo fue el camino o cómo era su vida allá. En casa nunca se los preguntamos, sólo recibíamos el dinero que nos mandaban, pero no preguntábamos.

Leticia conoció cómo es la vida de los migrantes en el Centro Madre Assunta, albergue de las misioneras Scalabrinianas en Tijuana. Ahí fue asistente de enfermería y aprendió a curar pies lastimados por tanto andar. También conducía las pláticas con las mujeres en las que ellas hablaban del por qué migraban.

—¿Ustedes creen que las mujeres somos importantes? —preguntó Leticia en una de esas pláticas.

Una mujer comenzó a llorar. Cuando la sesión terminó, Leticia escuchó su historia: Ella dejó el Distrito Federal después de que su esposo la abandonó cuando su hijo, recién nacido, murió.

—Me impactó escucharla. Ahí supe que muchas mujeres migran no sólo para encontrar condiciones económicas mejores, sino porque quieren encontrar una vida distinta a la que dejan.

Leticia dejó Tijuana para viajar a Roma y estudiar en la Universidad Pontificia Urbaniana.  Ahí se encontró con polacas, rumanas, filipinas, peruanas y ecuatorianas que le confirmaron que la migración también tiene un rostro femenino.

—Las mujeres migrantes —confiesa Leticia— me han enseñado lo que es la fortaleza, me han enseñado que no somos las débiles o incapaces.

En Roma, Leticia dudó. Terminó sus estudios en filosofía y regresó a México, para decirles a las misioneras Scalabrinianas que no estaba convencida de que su destino era ser monja. Leticia regresó a la vida laica, rentó un departamento y consiguió trabajo en Tijuana; intentó retomar su camino lejos de la vida religiosa.

—Pero no pude.  Mi vida se convirtió en trabajo, casa, trabajo. Un día, después de haber llorado y de reconocer que no era feliz, que no estaba en mi lugar, pedí a las hermanas que me dejaran regresar a la congregación. Me dijeron que no.  Insistí.  Me dijeron que llevara mi petición por escrito a la madre general. Cuando ya estaba a punto de irme a San Diego (Estados Unidos) a trabajar, me avisaron que sí me aceptaban.

En 2006 Leticia regresó a la vida religiosa y a caminar con los migrantes en un albergue de Ensenada, Baja California.

A principios del 2007, su congregación le informa que ella deberá sustituir a la religiosa brasileña que, en ese entonces, era la secretaria ejecutiva de la Dimensión Pastoral de la Movilidad Humana, de la Conferencia del Episcopado Mexicano.

Leticia Gutiérrez eligió 15 de octubre del 2009 para realizar los votos perpetuos. Escogió ese día porque en el calendario religioso se celebra a una de las santas que más admira: Teresa de Ávila, fundadora de la congregación de las carmelitas descalzas,

mujer que —según cuentan— tenía un carácter fuerte. Y debió haber sido así, porque ella fue una de las protagonistas de la reforma de la Iglesia de 1500.

Ese día, Leticia estuvo acompañada de su familia, amigos y de varios sacerdotes que dirigen casas de migrantes. La celebración fue con tequila y mariachi.

Leticia recibió el anillo y el crucifijo que distinguen a las misioneras Scalabrinianas. El crucifijo lo guardó en un cajón cuando Solalinde le regaló una cruz de madera oscura y atada con un cordón de cuero negro.

—Cuando no llevo esa cruz, siento que me falta algo. —confiesa Leticia mientras envuelve con su mano derecha la pequeña cruz.

Si se le pregunta a Solalinde el significado de esa cruz, él dirá que representa a ese Dios que se anticipa. “Un Dios que nos eligió primero, no lo elegimos nosotros. Él nos eligió”. Esa cruz, dice, también es un símbolo de apertura.

En Coatzacoalcos, Veracruz, la hermana Leticia conoció a los migrantes que viajan en el tren de carga. En esa ciudad, los laicos le enseñaron a identificar a los “coyotes”, como en México se les llama a quienes cobran a los migrantes para guiarlos en su camino.

—Ahí miré por primera vez cómo los migrantes hacen la fiesta cuando llega el tren; cómo ellos van midiendo el movimiento del tren para saber en qué momento lanzarse y colgarse. Ahí fue que decidí dedicarme a la migración, ahí fue que comencé realmente a aprender.

Cuando Leticia conoció Coatzacoalcos, el lugar comenzaba a ser identificado como uno de los puntos críticos en la ruta de los migrantes. Hoy Coatzacoalcos, y todo el trayecto por Veracruz, está marcado como una de las zonas donde secuestros y extorsiones son recurrentes.

**Este trabajo se realizó con el apoyo de la Red de Periodistas de a Pie, en colaboración con la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos A.C. (CMDPDH), como parte del proyecto de protección de los defensores de derechos humanos financiado por la Unión Europea. El contenido no refleja la posición de la UE.

Por Thelma Gómez Durán, especial para SinEmbargo

Artículo originalmente publicado por Hermanas Misioneras de San Carlos Scalabrinianas

Tags:
inmigrantesreligiosas
Apoye Aleteia

Usted está leyendo este artículo gracias a la generosidad suya o de otros muchos lectores como usted que hacen posible este maravilloso proyecto de evangelización, que se llama Aleteia.  Le presentamos Aleteia en números para darle una idea.

  • 20 millones de lectores en todo el mundo leen Aletiea.org cada día.
  • Aleteia se publica a diario en siete idiomas: Inglés, Francés, Italiano, Español, Portugués, Polaco, y Esloveno
  • Cada mes, nuestros lectores leen más de 45 millones de páginas.
  • Casi 4 millones de personas siguen las páginas de Aleteia en las redes sociales.
  • 600 mil personas reciben diariamente nuestra newsletter.
  • Cada mes publicamos 2.450 artículos y unos 40 vídeos.
  • Todo este trabajo es realizado por 60 personas a tiempo completo y unos 400 colaboradores (escritores, periodistas, traductores, fotógrafos…).

Como usted puede imaginar, detrás de estos números se esconde un esfuerzo muy grande. Necesitamos su apoyo para seguir ofreciendo este servicio de evangelización para cada persona, sin importar el país en el que viven o el dinero que tienen. Ofrecer su contribución, por más pequeña que sea, lleva solo un minuto.

ES_NEW.gif
Oración del día
Hoy celebramos a...




Top 10
Ver más
Newsletter
Recibe gratis Aleteia.